El tiempo metropolitano se interrumpe aquí, en esta esquina re bautizada «Los pibes de Cromagnón».
Altares urbanos
El sol de la tarde agoniza sobre la esquina de Bartolomé Mitre y La Rioja acompañando a esos hombres y mujeres reunidos bajo las carpas blancas, en diagonal a la plaza, a un costado de la terminal. El tiempo metropolitano se interrumpe aquí, en esta esquina re bautizada «Los pibes de Cromagnón».
La mujer llora, grita un nombre, se aferra a brazos amigos; una adolescente se queda inmóvil frente al recuerdo, retrocede, se sienta y mira al vacío. Una pareja cambia las flores de un frasco de vidrio, hace calor, ella quiere agua fresca para que duren más, su niño los mira desde un retrato; un hombre y dos chicas encienden velas, otra mujer sacude la cabeza, con impotencia, sin llanto. La misa está terminando, el cura alza los brazos y habla de paz, entonces todos se acercan al altar, con la urgencia del deseo, con la certeza del reencuentro imposible. Suspendidos en el aire y en el tiempo jóvenes y niños sonríen desde las fotos que recorren el santuario, rostros enmarcados en declaraciones de amor, en plegarias escritas a mano, en juramentos eternos. Peluches, cartas, latas, rosarios, banderines de fútbol, remeras y zapatillas, muchas zapatillas rotas, infinidad de objetos que guardan rastros de infancia o los momentos áureos de una adolescencia vertiginosa se desparraman sobre el piso y enfrentan a la plaza donde comulgan trabajadores y desesperados, a los altos edificios, a la estación devoradora de hombres, a los boliches de noches eternas, al ensordecedor ruido de la ciudad. Cae la tarde y el sol impiadoso de febrero ilumina por última vez ese espacio que se abre como una herida en la trama metropolitana y que, con tantos otros, va construyendo la moderna necrópolis de Buenos Aires. Un itinerario de muertes anticipadas, de futuros abolidos, de presentes destrozados. Es jueves en Buenos Aires y empieza otra marcha desde Plaza Miserere.
– Nota de tapa N° 21 | Febrero 2005, de Revista Contratiempo