Admitir un error habla de nuestra capacidad de aprendizaje y reflexión.
Las personas tenemos una larga lista de valores y creencias que regulan nuestra conducta. Estas reglas nos proporcionan una sensación de estructura y orden, definiendo qué es moral y cómo tenemos que actuar. Sin embargo, a veces nos encontramos con personas que piensan de forma diferente y que están dispuestas a juzgar nuestra conducta a través de la crítica.
Estas personas suelen explicarnos que nos están haciendo una “crítica constructiva”, pero en realidad –más allá de la forma en que se plantee– toda crítica refiere a las cosas que van mal. La crítica nos compara con los demás (con sus logros y capacidades) para demostrar la desventaja al fijar estándares de perfección. La crítica nos pide que seamos los mejores y exagera nuestras debilidades, socavando nuestra valía personal. Estas críticas suelen afectarnos porque vivimos en sociedad buscando ser aceptados y valorados.
Una de las razones por las cuales nos resulta difícil tolerar las críticas, es que en algún punto nos creemos y adjudicamos esos errores, sin valorar la importancia de crecer a través del error. Si tenemos una imagen personal pobre, es probable que escondamos, neguemos o le adjudiquemos un alto valor a las críticas que nos realizan. Muchas veces, por miedo al rechazo o porque consideramos que la crítica no es pertinente, respondemos de forma agresiva, o prometiendo un cambio al aceptar la opinión del otro sin reflexión mediante. Entonces, con el fin de evitar críticas, solemos levantar barreras defensivas asumiendo menos riesgos sociales, académicos o profesionales. Esto limita nuestra capacidad de relacionarnos, crecer, pedir ayuda y resolver problemas.
Entonces, ¿cómo podemos actuar frente a una crítica? En primer lugar, no debemos olvidar que la misma está influenciada por las creencias y estados emocionales de quien la realiza, que puede aportar una opinión descargando su ira en nosotros (“Sos un egoísta”) o bien realizar un señalamiento cuestionando un proceder (“me molesta que me interrumpas cuando te hablo”).
Tenemos que aprender a diferenciar la crítica respetuosa del daño adrede, preguntando al que critica sobre aquellos aspectos que no nos quedan claros (“¿A qué te referís con que sólo me interesan mis cosas”?). Será preciso admitir aquello en lo que estemos de acuerdo con el otro, pero matizando las cosas en las que creemos que se equivoca. Finalmente, debemos saber que todos nos equivocamos y que al admitir un error o reconocer una alternativa estamos poniendo en evidencia nuestra capacidad de reflexión y de aprendizaje.
– Natalia Ferrero – Licenciada y profesora en Psicología
– Revista Rumbos