Quién haya vivido recientemente esta experiencia morfológica, sabrá el repudio que ocasiona tan desagradable experiencia. Ante todo la autoincriminación de no proceder con cuidado y probada prudencia.
Algo, tal vez, similar está viviendo la población como reacción a su remordimiento por “tamaña” decepción ante su conducta eleccionaria. Quienes más lo viven en carne propia es la hueste de jubilados que cayeron en la trampa de “dar una oportunidad”: “Hay que darle una chance a este nuevo partido…» (Sic), sin imaginar que era un gran globo de mentiras subrepticias, un gigantesco teatro antipopular. Ahora, como el título lo exige, hay que limpiar las consecuencias y sacar el olor insoportable, impregnado en el calzado.
Hasta noviembre del 2015 el País era uno: ordenado en sus finanzas/controlado su endeudamiento/con tarifas humanamente accesibles a los recursos generales / con posibilidades de consumir convenientemente e incluso con expectativas de gozar de vacaciones estivales/con control medido de todos los precios (incluido los medicamentos). Estaban a la vista y alcance los derechos logrados para la totalidad de los habitantes argentinos. Nadie podía sospechar semejante fraude a las conquistas ciudadanas, aceptadas como naturales de ahora en más; pero los arribados traían en sus alforjas un golpe inesperado a la credulidad, que desembozó la formidable ingenuidad con que votamos. Nadie imaginaba, ni siquiera el electorado marginal (no militante), que el parto venía de nalgas y comenzaba una película de terror.
A la cabeza del discurso ganador, una maquinaria incontenible de mentiras, fríamente, planificadas, con todo el aparato de gobierno al servicio de la oligarquía local, estrictamente molesta por las equiparaciones masivas de clase. No se toleró que los “cabecitas negras” accedieran, inopinadamente, a sus lugares habituales. Reconocido en propias palabras: “La gente (o sea, nosotros) creyó que podían comprar (normalmente) un televisor plasma/un celular moderno/acceder a vacaciones; etc. como si fueran de nuestra clase social” ¡Minga! Retornen a sus lugares de servicios, que es de dónde no debieran haber salido.
Para ello, se empezó, fundamentalmente, cortando las oportunidades de ascenso social viable; por supuesto con la limitación inmediata de las posibilidades educativas. Nada de gradual, todo con cirugía de Terapia Intensiva.
El Populismo
Inicialmente, mala palabra, pero holgadamente explicada por el sociólogo argentino Ernesto Laclau, cuando propone comprender la construcción populista y su relación con la democracia. El populismo, definido por Laclau, supone una construcción de identidad a partir de la articulación de demandas que se hacen equivalentes, en contraposición, a la masa que es una respuesta social no discursiva si no puramente libidinal (pasional). La construcción populista no surge como antagonista del poder conforme al modelo marxista de la lucha de clases, sino que Laclau lo define como “lucha popular democrática”, formación social que depende de una lógica de articulación de demandas que se relacionan y conforman identidad.
Dicho autor produce una teoría del populismo a partir del análisis del discurso, concibiendo lo social como realidad de discurso, de significación. La concepción del lenguaje de Saussure, permite a Laclau explicar el concepto de populismo basándose en la retórica y el análisis discursivo. Según Laclau el populismo es un modo de construcción de lo político inherente a la comunidad porque es impensable que esta satisfaga todas sus demandas. La demanda populista agrupa y separa en lo público, implica hablar y hacerse escuchar. De esa diferencia surge como consecuencia el pueblo y la política en tanto batalla discursiva. La concepción de la política en la construcción populista refiere a la pluralidad de los seres humanos en un mundo común, siendo lo plural y no la fusión, condición indispensable para la política.
En esta etapa política, el verdadero perdedor es el pueblo organizado, empoderado como quería CFK, su conductora indiscutible. Hoy vivimos, no sólo la derrota popular (como discurso y construcción democrática) sino el vomitivo pacto sindical-institucional (incluida la Iglesia) –legislativo y mediático. Los Medios hegemónicos blindan, despiadadamente, la visibilización del sufrimiento del pueblo, extendido territorialmente, S/N/E/O. Los ciudadanos se movilizan para recuperar sus derechos, pero los titulares hegemónicos, siguen fieles en tapar la realidad y defender la imagen de la topadora Presidencial, que no deja derecho en píe. Preservado en una imagen personal inofensiva de su investidura, realiza, prolijamente, el mandato imperialista y el libreto de felicidad para su clase.
La realidad histórica es dinámica y así como este partido conservador se abocó centralmente a crear un hondo malestar cultural, vendrá el tiempo en que el pueblo recupere su capacidad de elegir y no tropiece con estos modelos (proyectos) de vida que entronizan la muerte popular.