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sábado, noviembre 23, 2024

El Efecto Pasternak o El Psicoanálisis de Andreas Lubitz

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Andreas Lubitz había roto y ocultado un certificado psiquiátrico que lo invalidaba para continuar volando, lo que significaba el fin de su carrera. El vuelo Barcelona Dusseldorf se nos aparece como un espejo de la ficción de Szifron.

“Vuela bajo porque abajo está la verdad,
Eso es algo que los hombres no aprenden jamás.”

FACUNDO CABRAL

“Todo apunta a la película Relatos Salvajes”, proponen algunos canales de noticias de Argentina. Y alguien preguntó la otra noche en una mesa si los fiscales de Marsella no podrían citar a su Director o a los productores, entre los que figura El Deseo que es la firma de Almodóvar, a declarar en referencia al trágico accidente de la compañía de bajo presupuesto Germanwings, filial de Lufthansa, en los Alpes Franceses.

Es que a nadie se le escapa, a medida que se conocen los detalles y avatares de los últimos minutos de ese vuelo, la similitud extraordinaria que tiene ese incidente con el primero de los relatos que contiene el filme argentino que en este momento recoge palmas y récord de taquillas en su estreno para el público europeo.

En ese relato, Gabriel Pasternak es el Comisario de a bordo de un vuelo en el que se ha encargado de hacer abordar a todos aquellos que le han hecho algún daño a lo largo de su vida. La Directora de la escuela que le comunicó que repetía el grado, la novia que lo abandonó después de acostarse con su único amigo, el único amigo, el directivo de la empresa que lo dejó sin trabajo, el crítico de música que le truncó la carrera en el Conservatorio están en ese vuelo. Poco a poco, después del despegue y mientras se desarrolla el vuelo, mientras conversan se van enterando que todos conocen a Gabriel Pasternak y que todos, de uno u otro modo, han contribuido a arruinarle la vida. Cuando la azafata les avisa con rictus de alarma que él es el Comisario de a bordo, el drama ya se ha desencadenado.

Gabriel Pasternak se ha encerrado en la cabina y el avión, a los tumbos, comienza a perder altitud sobre los edificios de San Isidro en Buenos Aires. En las últimas escenas, mientras los pasajeros gritan aterrados, el Psiquiatra de Gabriel Pasternak, que también se encuentra en ese vuelo, golpea desesperado la puerta de la cabina diciéndole que abra por favor, que tiene que entender que los culpables de todo lo que le ha pasado no son ellos, que los culpables son los padres.

Las similitudes entre la ficción del cine argentino y la realidad del vuelo entre Barcelona y los Alpes son alarmantes. Y abría que considerar si la duración del vuelo no coincide con la duración de aquél primer capítulo de la película en cuestión. La única diferencia es que en el vuelo real no golpeaba la puerta de la cabina un Psiquiatra como en el filme de Szifron. Pero esa ausencia se esclareció unos días después cuando, entrevistado como Psiquiatra en recursos humanos de las compañías de aviación españolas, el Doctor Ramón Mompell dijo ante las cámaras que las compañías aéreas no disponen de los recursos suficientes como para poner un Psiquiatra al lado de un piloto en cada vuelo.

Eso explicaba la disimilitud en cuestión, de una simple falta de recursos, de eso se trataba todo. De lo contrario las relaciones entre la realidad y la ficción se corresponderían como ante un espejo escalofriante.

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Salta a la vista que las condiciones de Pasternak y las de Lubitz, si bien no son las mismas, son al menos similares. Y es casi una obviedad considerar la posibilidad de que el piloto alemán haya presenciado la película argentina. Y que haya asistido a la función en soledad, sin la novia que unos días antes lo había abandonado.

Andreas Lubitz había roto y ocultado un certificado psiquiátrico que lo invalidaba para continuar volando, lo que significaba el fin de su carrera. Los maquinismos sociales de la Inquisición venían con su mecánica de castración para cortarle las alas. Tal vez por eso estrelló el avión contra los Alpes de Marsella: era el lugar adonde, en su juventud, había aprendido a volar acompañado de sus padres.

Cierta vez le preguntaron a Hammet, mientras daba una conferencia en Alemania, en qué consistía el impacto que tenía la Novela negra norteamericana o el Thriller sobre el gran público. Contestó que probablemente se debía a que la novela policial era un reflejo de las conflictivas sociales que cotidianamente enfrenta el ser humano: un espejo de la realidad.

En el caso que nos ocupa viene a ser al revés. El vuelo Barcelona Dusseldorf se nos aparece como un espejo de la ficción de Szifron. Como si de pronto los vectores y las coordenadas del mundo nos hubieran sido cambiadas, y sin aviso.

Tampoco es posible no asociar esta tragedia de Lufthansa con otra tragedia muy cercana en el espacio y no muy lejana en el tiempo. Cuando los enjambres de la Luftwaffe, hacen ya 77 años, cometieron su primer hazaña como ejército del aire haciendo desaparecer a la ciudad vasca de Guernica de todos los mapas del planeta y en apoyo del criminal de guerra Francisco Franco. Los fantasmas de la retaliación nunca dejan de rondar alrededor de la teoría de los accidentes.

Pareciera ser que con los tiempos que corren el mundo está al revés. Vaya por ejemplo el derrumbe paulatino de las jerarquías de valores que hasta la segunda mitad del siglo 19 regían las relaciones entre los individuos y los grupos al menos en esta parte del mundo occidental. Vaya como ejemplo que hoy en los mercadeos del amor abunda la moneda falsa, que los intereses han suplantado amplia y rigurosamente a los valores, que los sucesos de éxito han suplantado al prestigio, que la inteligencia artificial destituye paulatinamente a la sabiduría. Que las mismas palabras se han degradado y van perdiendo su sentido original. Que, como dice McLuhan, los antiguos chamanes de la tribu han sido suplantados por los analistas políticos y la televisión.

Y en ese mundo al revés, los pináculos de una cultura que aletea entre la paranoia y la castración nos enfrentan inevitablemente a una caída brusca en el vacío. En el peor de todos los vacío: el vacío de sentido. En la Náusea, el sentimiento ante la Nada de Jean Paul Sartre.

Mientras más lejos vaya ese rumbo, más hondo va a caer.

Y si el mundo está al revés, para interpretarlo hay que leerlo como se puede leer un diario a contraluz y puesto del revés.

Tal vez haya llegado el momento en que los grandes gobernantes se tomen el trabajo de dejar por un momento los sillones de su delirio colonizador, y consideren un espacio para escuchar o transigir con el imponderable que habita secretamente en el corazón del animal humano.

De lo contrario se tendrán que arrastrar en caída libre hacia el torbellino de los tiempos que vendrán. Y allí, al comienzo del final, es posible que Sócrates y Diógenes el Can los estén esperando, lámpara en la mano, en los extramuros de una ciudad ignota, y seguramente en la esquina de una calle equivocada.

Salta, Otoño del año 2015

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