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domingo, noviembre 24, 2024

Intentos… Análisis sobre las elecciones en Buenos Aires

Notas más leídas

– Por J. M. Pasquini Durán

La sociedad envió mensajes variados, cuyos destinatarios fueron tanto el Gobierno como la oposición. El primero, válido para todos, fue que las mayorías singulares no han dejado conformes a sus votantes y, para remediarlo, esta vez fraccionaron las opciones.

Las irrupciones de Pino Solanas en la Capital y Martín Sabbatella desde Morón y el espacio cubierto –aun perdiendo– por los socialistas santafesinos son ejemplos sobresalientes de esa pluralidad.

El otro mensaje general es que los votantes esperan que los políticos se ocupen de los problemas cotidianos de la gente sencilla en lugar de gastar el tiempo en interminables internas, chicanas y diagramas de conspiraciones que preparan unos contra los otros, por lo que ahora van a probar con agrupaciones más pequeñas o nuevas en el ejercicio del poder.

Entre los datos importantes del escrutinio se puede advertir que en general los grandes aparatos no tuvieron los resultados que imaginaron. Ni el PJ ni los radicales pueden exhibir las chapas con nuevos brillos. Tampoco el Gobierno retuvo la magnificencia que necesita para hacer frente a sus enemigos, que son poderosos y bien ubicados. Entre los que aspiran a suceder a ese aparataje está el bonaerense Francisco de Narváez, que viene construyendo un liderazgo a costa de inversiones millonarias, una poderosa máquina publicitaria y un eclecticismo doctrinario por el que puede presentarse como peronista y hacer acuerdos con Macri, expresión del antiperonismo porteño. Tendrá que seguir gastando.

Hablando de invertir, pese a que no le gusta gastar sin obtener beneficios, Macri tendrá que mostrar mejores resultados si no quiere seguir debilitándose, porque su socia Michetti, pese a salir primera diputada porteña al Congreso nacional, acaba de hacer una de las peores elecciones desde que Mauricio se alzó con el 60 por ciento y la Jefatura de la Ciudad, tan frágil que un Pino la hizo trepidar.

Recién comienza el análisis de las ganancias y pérdidas de cada uno, pero una de las perdedoras netas de ayer fue la conspiración del fraude, que se había esfumado del discurso político y mediático antes que salieran los primeros datos de boca de urna. El nuevo argumento es que las elecciones fueron distorsionadas y la gobernabilidad estará en peligro debido al descuido oficial frente a la epidemia de gripe.

Hay un dato, sin embargo, que puso en evidencia la fragilidad de estas causas “armadas”: ¿dónde está el partido agrario?

¿Por qué las principales mediciones demostraron que el campo bonaerense fue a votar en menor cantidad que el collar de la pobreza urbana en el Gran Buenos Aires?

Los ciudadanos de a pie suelen equivocarse en sus elecciones y la mayoría es indiferente a la política, otro error, pero son pocos los que comen vidrio sólo porque se lo sirvan como dieta obligada.

Esta es una lección derivada del presente escrutinio, válida para algunas fuerzas opositoras, pero también para la Casa Rosada, que en más de una ocasión se obstina, confundiendo tenacidad con terquedad, y quiere que sus votantes acepten los golpes de timón sólo como actos de fe.

El estilo hermético en el ejercicio del poder opaca la actividad general, porque hasta los más partidarios se preguntan por qué. La verticalidad del mando, tan habitual en el peronismo, ya no funciona en esta época en que los ciudadanos han tenido tiempo para aprender que la libertad significa participación en las decisiones.

Las decenas de piquetes diarios, algunos casi incomprensibles y por lo general intolerables, son la expresión de esa conciencia democrática, que descartó a los que pronosticaban fraude, pero también votó en múltiples direcciones.

A juzgar por los primeros discursos de los políticos, ganadores o perdedores, ninguno piensa ocuparse de los problemas individuales de sus votantes. Siguen insistiendo en lo de siempre: “Si no soy primero, soy segundo”; “no”, contesta el otro, “lo somos nosotros”; y así siguiendo.

Para los próximos seis meses, las elecciones de ayer tienen valor simbólico, porque los elegidos no asumirán hasta el próximo 10 de diciembre. Habrá que ver si en ese período de tránsito la gestión del Gobierno traduce los mensajes emitidos desde las urnas.

Es el campo, estúpido

– Por Horacio Verbitsky

El bloque agrario parecía haber conseguido en las elecciones de ayer una victoria de alcance nacional, que implicaría una regresión profunda en el panorama político del país. El condicional depende de la estrechez de los márgenes en algunas provincias clave, como Buenos Aires y Santa Fe, cuya heterogeneidad social y política impide sacar conclusiones definitivas si la carga de datos no es representativa de sus distintas regiones. En casos similares varias veces los números de la noche cambiaron al alba. En esas dos provincias se define el liderazgo futuro del justicialismo gobernante. Es obvio que de los datos finales que obtengan Reutemann y Kirchner dependerán los alineamientos futuros de ese partido.

Pero con independencia de ese balance, que el lector ya conoce pero que era incógnita al escribirse esta columna, los datos parciales del escrutinio provisorio a la hora de cierre muestran el fracaso oficial y sobre todo el éxito del bloque agrario para convertir sus intereses en el sentido común de la sociedad. El rasgo más notable es el rechazo al gobierno nacional, continuación de la escalada que comenzó con el conflicto planteado por las cámaras patronales del campo en marzo del año pasado. Con algo más de la mitad de los votos escrutados, el ex presidente Néstor Kirchner estaba 2,4 puntos detrás en la provincia de Buenos Aires, aunque faltaban datos de municipios del conurbano que tal vez podían revertir ese desequilibrio, aunque también los de La Plata, que se presumían adversos. Pero ya no había dudas de que habían perdido los candidatos oficiales en un distrito tan significativo como Santa Cruz, la provincia de Kirchner. A esto se suma la paridad en Entre Ríos, la reducción de los márgenes de ventaja en varias provincias y los buenos desempeños de los líderes que desde distintas fuerzas políticas, de derecha a izquierda, enfrentaron con mayor decisión al gobierno de la presidente CFK en la batalla de las retenciones: Francisco De Narváez y Felipe Solá (apoyados por el sindicalista de los peones rurales Gerónimo Venegas) en la provincia de Buenos Aires, Julio Cobos en Mendoza, Luis Juez en Córdoba, Fernando Solanas en la Capital. Al cierre de esta edición no era claro el de-senlace de Santa Fe entre Carlos Reutemann y Rubén Giustiniani, ya que las cifras de la capital y del interior provincial daban ventaja a Reutemann, pero a medida que se iban contando los votos de Rosario esa diferencia se reducía a un punto y el Frente Progresista, que se iba imponiendo en diputados, tenía datos propios que lo daban ganador también para el Senado. En todo caso, tanto uno como otro militaron a favor de las cámaras agropecuarias y en contra del gobierno nacional.

Los hechos objetivos de la economía dicen que con los costos y los precios actuales de los principales cultivos del país, los pequeños productores de hasta 300 toneladas anuales tendrían una situación mucho más conveniente si la resolución 125 y sus modificatorias hubieran sido aprobadas por el Senado. Los márgenes brutos promedio son superiores este año a los del último quinquenio. Pero esta es la mejor medida del fiasco oficial en esta lucha, que para la Sociedad Rural y sus aliados no es por un punto más o menos de rentabilidad sino por la imposición de una hegemonía, que implica un proyecto que va mucho más allá de una u otra medida económica. Esa ofensiva se reforzará a partir de hoy. La debilidad del Gobierno se acentuará después del escrutinio, por los previsibles corrimientos de propios y ajenos, tanto en la dirigencia política como en las cámaras patronales y las grandes corporaciones. Las bancadas oficiales en ambas Cámaras del Congreso se han encogido en forma significativa, así como han crecido las del Acuerdo Cívico y Social, que abrió sus filas a los candidatos de las cámaras patronales agropecuarias. Nadie percibió antes que Elisa Carrió la importancia de ese bloque, al que se plegó aun antes del último conflicto. Ayer obtuvieron una docena de bancas agropecuarias.

El justicialismo comienza la búsqueda de un nuevo liderazgo, para el que ayer se ofreció también Maurizio Macri y del que tampoco se debería descartar a Daniel Scioli. El Grupo Clarín se propone sepultar el anteproyecto de ley de servicios audiovisuales. La Unión Industrial, que habla por Techint, entiende que una megadevaluación es la mejor prenda de unidad con la oligarquía agropecuaria, a expensas del salario de los trabajadores, que son los grandes derrotados de ayer. Tantos intereses y tan poderosos fueron demasiado para un gobierno que no supo organizar una fuerza política que respaldara las audaces medidas que adoptó para invertir una tendencia de tres décadas, que degradó a la sociedad. Tal vez eso ayude a entender cómo el voto popular pudo favorecer en porcentajes significativos a un candidato como De Narváez, de quien lo poco que se conoce es inquietante. Sólo la aversión irracional al Gobierno explica que los votantes hayan decidido ignorar la misteriosa trama de intereses que sostienen al hombre que ni siquiera se preocupó por negar las cuatro llamadas desde uno de sus celulares a un detenido al que la prensa bautizó como El Rey de la Efedrina.

El modelo que siguen De Narváez y Macri

Esta nueva derecha

– Por Eduardo Aliverti

Con los resultados en caliente, queda en claro que estas nuevas figuras siguen un modelo sin raíces, surgido de los negocios y supuestamente “eficiente”. Y el gran símbolo de este estilo es un señor italiano llamado Berlusconi. La sociedad votó a la derecha.

Con los resultados en caliente, queda en claro que estas nuevas figuras siguen un modelo sin raíces, surgido de los negocios y supuestamente “eficiente”. Y el gran símbolo de este estilo es un señor italiano llamado Berlusconi.

Nunca costó tanto escribir en la noche de las elecciones. Las grandes tendencias siempre permitieron preparar el diseño de la nota del lunes con relativa anticipación. Y a último momento se ajustaban o, más bien, agregaban detalles ratificatorios de lo bosquejado. Esta vez, y en este mismo momento en que el cierre de la edición corre una carrera difícil contra varios datos, hay que tener nervios de acero para acertarle al diagnóstico si es que quiere analizarse el resultado con miras de largo plazo.

Está claro que la derrota del kirchnerismo en el Gran Buenos Aires (aunque no sólo) es el más relevante de los datos, seguido muy de cerca por el triunfo o excelente desempeño de Reutemann (al cierre de esta nota faltaba confirmación, pero no cambia demasiado). Ese combo determina que el peronismo cambió a aquellos que pueden reclamar su jefatura. Es el aspecto central porque, todavía y vaya a saberse hasta cuándo, suceden dos cosas: los peronistas no funcionan sin jefe y el país no funciona sin el peronismo. En una elección donde pusieron toda la carne a la parrilla del modo en que lo hicieron en ésta, hasta el extremo de haber gastado, uno, candidaturas testimoniales, y el otro una fortuna inenarrable, un voto de diferencia era suficiente. Si en el peronismo los éxitos y los fracasos son eso y listo, en estos comicios lo son más que nunca. No hay la máxima borgeana de que se trata de dos impostores. No hay derecho al pataleo. Son una máquina de ejercer el poder y todo lo que los demás les critican –el aparato, el caudillismo, los barones mafiosos, las prebendas– son constitutivos de su forma de entender la política. El peronista que pierde se tiene que ir a llorar a la iglesia. De Narváez sabe que es un hijo adoptado a la fuerza, al que de la boca para adentro detestan quienes no tuvieron otra que sucumbir frente a la simbiosis de ausencia de opciones y billetera que mata galán. Pero aun así, por esas características brutales en el entendimiento de que quien gana no se discute, se impone ahora como enorme favorito hacia la gobernación bonaerense y, además, como referencia del espacio. El caso de Reutemann es análogo. Cuando tomó la decisión de avisar que, por fin, quería ser presidenciable, se quedó sin retorno. Le fue bien, para papelón inconmensurable de las encuestas (otro), pero encima él sí es visto con sumo cariño por el conservadurismo peronista.

El descenso de Carrió figura en un puesto de importancia, a la par del interrogante que abre la amplitud de la ventaja obtenida por Cobos en cuanto a su ascendiente presidenciable. Que la coalición que armó con los radicales y adyacencias sea presentable como la segunda fuerza se sitúa por debajo de la interpretación del hecho, que reposa en los números magros en Capital y territorio bonaerense. La derrota en Santa Fe es un golpe para Binner, que venía como uno de los presidenciables del sector. El triunfo de Juez no ofrece ninguna garantía de alcance nacional y, de última, lo posiciona a él. Carrió tuvo bien claro, y lo sinceró en los últimos días de campaña al señalar su inminente derrota personal como un hecho insignificante, que su destino se decidía en Capital y provincia. Buena parte de la audiencia porteña que la acompañaba demostró haberse hartado de sus marchas y contramarchas, de su militancia por el Apocalipsis, de su carencia de propuestas; y, tal vez en primer término en tiempos de postulantes mediáticos, de la extravagancia de haber inventado un candidato inconcebible, de ésos que el vulgo ubica como puesto a propósito para perder. En alguna medida presumiblemente importante que sociólogos y encuestólogos ya se encargarán de precisar, los votos que perdió Carrió fueron a parar a Solanas. Un sufragio con una parte sibarita, desideologizada, que, de acuerdo con lo que pase en un debate por la tele o con una mueca pública más simpática que desagradable o viceversa, es capaz de saltar de derecha a izquierda y de izquierda a derecha como quien se decide por una marca de celular. Un espíritu eternamente disconformista que confluyó en la notable elección de Pino junto a los votos politizados, decididos a testimoniar que a la izquierda del kirchnerismo puede existir algo más que la pared. Heller, dentro de todo y visto lo sucedido con el oficialismo a nivel nacional, no hizo una mala elección si se tiene en cuenta el dígito desde el que arrancó, y consiguió un piso desde el que eventualmente crecer. El tema es que mucho auditorio progre, que le es naturalmente afín, privilegió la mitad del vaso vacío por sobre la mitad llena.

Macri y Scioli pueden exhibirse cual anversos exactos. El jefe de Gobierno porteño se beneficia como el articulador de la fenomenal elección de De Narváez, y no lo toca que Michetti haya ganado por un margen estrecho y perdiendo votos. Y Scioli aparece como el sacrificado fiel que tuvo su castigo, en forma inversamente proporcional a la ecuación favorecedora de Macri: su imagen positiva no alcanzó para que Kirchner sacara aunque sea un hocico, y de manera simultánea resultó contaminado por las deficiencias del oficialismo. Kirchner no pudo flotar para llegar más o menos firme a lo que se cree es el cierre de su ciclo personal; pero lo de Scioli es peor, en cierto aspecto, porque sus acciones se desplomaron en cuanto a la perspectiva de suceder a Kirchner como referente pejotista y candidato 2011.

En este punto es donde todo se complica, si es por aquello de apreciar las cosas con mirada largoplacista. La derrota del kirchnerismo –aun conservando un rango de primera minoría, si se cuenta que la oposición permanece dividida– es un hecho demoledor porque, a pesar de todos sus errores/horrores de campaña y construcción política, se pensaba que podía mantener vigencia y cierto vigor el haber encarado un programa parcialmente rupturista respecto del modelo neoliberal que parecía invencible. En otras palabras y como no sea por la brillante elección de Pino, las elecciones testificaron que disminuyeron muy sensiblemente las reservas hacia la izquierda. Una izquierda muy modesta, pero izquierda al fin si es que hablamos de disputa de poder y no de abstracciones retóricas. Desde otro dibujo previo, en el que no se hubiera planteado como de vida o muerte una elección de medio término, las configuraciones podrían ser otras porque, después de todo, cabe insistir en que el oficialismo es primera fuerza. Este columnista se permitió escribir en su momento, en este diario, al lanzarse las “testimoniales”, que Kirchner cometía un error de dimensiones impredecibles al no dejarse lugar para guardarse como reserva. Parece estar claro, aunque en este país nunca se sepa, que esa posibilidad se le esfumó. Que es donde entra a contar, en todo su peso, aquello de no haber construido más allá de las mieles individuales de su éxito en los primeros años.

Macri, De Narváez, Reutemann, ¿Cobos?… Ya habrá más y mejor tiempo para analizar lo sucedido, como para que la noche termine con esos ganadores. Pero no se puede negar que la realidad incontrastable es ésa. La sociedad votó a la derecha. Y hay alguna izquierda, o progresía, o como quiera llamársele, que, además de tomar nota, debe hacerse cargo de su responsabilidad por ese voto.

¿Un futuro berlusconiano?

– Por Osvaldo Bayer

Con los resultados en caliente, queda en claro que estas nuevas figuras siguen un modelo sin raíces, surgido de los negocios y supuestamente “eficiente”. Y el gran símbolo de este estilo es un señor italiano llamado Berlusconi.

Para los que hemos vivido tantas elecciones argentinas, la de ayer nos pareció más de lo mismo. Se eligieron personas y no programas, influencias y no conductas. Si Cobos, si Juez, si Schiaretti, si Michetti, si Scioli. Los programas, nada. Ausentes sin aviso. Se votan rostros, sonrisas, eslóganes. La mayor influencia las tienen por supuesto los que tienen más medios financieros para aparecer. Hay peronistas K, peronistas D, peronistas anti y peronistas pro. Hay radicales personalistas y antipersonalistas, como en la década del veinte. La gente supo el nombre de los candidatos, pero no el del partido que representan. ¿Y después? Alguna vez se conocerá el 2009 como el año del atolladero. ¿Y ahora qué? El primer título a las 18 menos un minuto que largó radio Mitre fue: “El kirchnerismo perdió la mayoría en el Senado de la Nación y en Diputados”. Y luego comenzaron los tira y afloja de los porcentajes. El macrismo volvió a ganar en la Capital Federal, tal vez con menos votos, pero ganó. (Me cabe la misma reflexión de hace dos años: 1902, la Capital eligió a Alfredo L. Palacios primer diputado socialista de América, un siglo y cinco años después, al macrismo. Nos pusimos a nivel berlusconiano.) Justamente cuando el sistema económico mundial deja al desnudo sus crisis, sus injusticias y su pésima administración de los bienes del mundo y avanza cada vez más rápido en la destrucción de la naturaleza.

Si se confirma lo anunciado por esa radio un minuto antes del cierre de los comicios, nos esperan dos años difíciles. La indefinición, otra vez las tácticas y estrategias de los arreglos. ¿Los llamaremos nuevamente a Cavallo y a María Julia? ¿O las organizaciones obreras sabrán interpretar el futuro poniendo el cuerpo a los problemas y se sentirán protagonistas de la vida pública? Un gobierno debilitado en el Congreso puede traer como consecuencia otra vez la inflación. (Que como siempre la pagan los que tiene que vivir con lo justo.) Y en política exterior la Argentina, con estos resultados, muestra una trayectoria contraria al ritmo de los últimos años latinoamericanos. El grito de alarma se oyó justamente ayer en Honduras. ¿La Argentina con ese nuevo Parlamento se convertiría en una imitadora de Colombia o del Perú de Alan García? ¿O tal vez los resultados de ayer sacudan a los dormidos y haya un panorama más claro de los que quieren un verdadero cambio?

Veremos. Esperaremos ver las nuevas estadísticas después del cambio, o no, de ayer. Estará bien en claro si nuestros niños desnutridos aumentan o disminuyen y las villas miseria se agrandan o se achican, para medir la responsabilidad de los responsables. En los titulares de los diarios de hoy ya sabremos lo que nos espera. Pero, sin ninguna duda, la responsabilidad de todos ante la sociedad no aconseja ni la melancolía ni lavarse las manos. En el horizonte puede ir asomándose la amenaza del berlusconismo. Y por eso, reiniciar el debate público, la movilización, el protagonismo que vale más que el conformismo aquel de cada dos años limitarse a poner el papelito en la hendija de la cajita.

Tratar de caminar por los anchos caminos de las alamedas y no permitir que se nos encauce a andar a contramano de la historia que se imaginaron aquellos que alguna vez adivinaron que sí es posible llegar a niños sin hambre, al fin de las villas de emergencia, y que todos los habitantes salgan a las 7 de la mañana de sus casas rumbo al trabajo del salario digno. Los próximos días nos dirán claramente qué futuro nos espera y cuáles serán nuestras próximas responsabilidades para llegar a la sociedad de la dignidad solidaria.

El modelo del Cavaliere

– Por José Natanson

Con los resultados en caliente, queda en claro que estas nuevas figuras siguen un modelo sin raíces, surgido de los negocios y supuestamente “eficiente”. Y el gran símbolo de este estilo es un señor italiano llamado Berlusconi.

El surgimiento de una nueva derecha no es un fenómeno limitado a la Argentina, sino una tendencia más general que tiene un origen geopolítico. Entre mediados de los ’80 y principios de los ’90, Estados Unidos decidió que había llegado el momento de dejar que la democracia volviera a América latina. Los brotes guerrilleros y los movimientos populares que en el pasado espantaban a Washington estaban o aplastados o domesticados, y desde 1989 la caída del Muro de Berlín había desactivado el riesgo de que la región siguiera el ejemplo de Cuba y se alineara con la Unión Soviética.

A este Washington más tolerante y democrático se sumó la creciente conciencia internacional acerca de las violaciones a los derechos humanos por parte de las dictaduras, sobre todo en Argentina, Chile y Centroamérica. Y también la imprevisibilidad de los gobiernos autoritarios: al fin y al cabo, fue un militar y no un líder izquierdista quien decidió invadir las Malvinas y declararle la guerra nada menos que a Gran Bretaña.

En el nuevo mundo unipolar, hasta el último rincón del planeta quedó expuesto a la influencia estadounidense, pero era una influencia distinta, más difusa, menos directa. Tras el 11 de septiembre, Washington cerró el círculo de su nueva doctrina de seguridad (el enemigo ya no era el comunismo sino el terrorismo) y desvió su atención a lugares más remotos y urgentes. Esto explica el giro a la izquierda en América latina y el tranquilo ascenso de líderes y partidos que en el pasado seguramente hubieran sido bloqueados por Estados Unidos mediante la desestabilización o el golpe de Estado. Y esto explica también que esté surgiendo, más lenta y dificultosamente, una nueva derecha.

Es nueva porque es democrática: aunque la tentación de la desestabilización y el golpe están presentes, sobre todo en los países institucionalmente más frágiles y económicamente más concentrados, como Bolivia, insistamos en que el componente democrático tiene un sentido más profundo y estructural: es una derecha que defiende electoralmente los intereses (empresariales, económicos) y valores (estabilidad, orden en las calles, propiedad privada) que en el pasado se imponían por las armas. Esa es la novedad.

Entrepeneurs
El progreso individual y el ascenso como fruto del esfuerzo son desde siempre valores importantes para la derecha, que no sólo no reniega del individualismo, sino que incluso lo considera un motor clave para el progreso de la sociedad (lo cual explica, según la famosa tesis de Norberto Bobbio, que la derecha acepte las diferencias sociales, es decir la desigualdad, lo cual produce a su vez una visión definida del balance Estado-mercado y del rol de este último en la economía y en la sociedad). Así, frente a una izquierda que tradicionalmente ha buscado a sus líderes en los movimientos colectivos (sindicatos, partidos, asambleas), hoy existe una derecha que ha hecho del mundo empresarial la cantera de la que salen sus dirigentes más taquilleros.

Un rápido recorrido por América latina ayuda a comprobar esta intuición. El próximo miércoles asumirá la presidencia de Panamá Ricardo Martinelli, millonario propietario de la cadena de supermercados Super 99 y –dato a tener en cuenta– el primer presidente desde la recuperación de la democracia que no proviene de los partidos tradicionales. Hace poco menos de un mes dejó la presidencia de El Salvador Elías Saca, un empresario perteneciente al derechista Arena. En Chile, todas las encuestas señalan como el favorito a Sebastián Piñera, el propietario de LAN y poseedor de una fortuna de 1200 millones de dólares (y el único líder importante de derecha que votó por el No a Pinochet en el plebiscito de 1988). Durante seis años gobernó México Vicente Fox, que ingresó a Coca-Cola como supervisor de reparto y fue ascendiendo hasta convertirse en gerente de la división latinoamericana de la empresa. Y ahí está también el pintoresco magnate ecuatoriano Alvaro Noboa, el rey de los exportadores de banano y camarón, que había salido segundo en tres elecciones presidenciales y quedó tercero en las últimas.

Populismo de derecha

La nueva derecha de Mauricio Macri y Francisco de Narváez, que ayer consolidó su primacía en la Capital y ganó la elección en la provincia, es parte de esta tendencia latinoamericana más amplia. Y como el origen de nuestra política hay que buscarlo siempre en Europa, la comparación transatlántica ayuda a explorar algunas claves de este nuevo fenómeno, aunque el paralelismo más pertinente no sea la reaccionaria y dogmática derecha del PP español, ni la sobria centeroderecha socialcristiana alemana ni el tradicional partido conservador británico, sino la nueva derecha italiana que desde hace un par de décadas lidera Silvio Berlusconi. En ambos casos, en Argentina y en Italia, el origen se remonta a un colapso político y el estallido de una crisis de representación, por imperio de las cacerolas (acá) o de la investigación judicial de la Tangetopoli (allá).

Como los líderes de Unión-PRO, Berlusconi es un símbolo de la alianza entre negocios (aunque hay que reconocerle al Duce que él sí hizo su propia fortuna), medios de comunicación (Berlusconi fue el primer empresario televisivo en romper el monopolio de la RAI) y deporte (es el dueño del club Milan). Pero no es sólo el origen empresarial ni la capacidad de expresar la poderosa fusión entre espectáculo, política y deporte lo que emparienta al líder italiano con los jefes del peronismo disidente, sino también una manera particular de entender la política. Desde un carisma muy mediático pero no por eso menos real, los tres han logrado construir una relación directa con el electorado (Berlusconi, pese a todas sus boutades o debido a ellas, es el dirigente más querido de Italia) y afirmar una popularidad que traspasa las fronteras de clase, lo que da forma a una especie de populismo de derecha.

Hay en ellos un fondo común ultrapragmático que les permite moldear su discurso de acuerdo con la necesidad del momento. De Alsogaray o Cavallo podía pensarse cualquier cosa, menos que alguno de ellos propondría, en la misma campaña, eliminar las retenciones, quitar el IVA a los alimentos y extender masivamente los planes sociales –es decir, desfinanciar totalmente al Estado–, como hizo De Narváez en los últimos meses. Y también hay en Macri y en De Narváez, como en Berlusconi, una tensa combinación de conservadurismo y liberalismo, que si por un lado implica una relación cercana con la Iglesia (Berlusconi acompañó a los obispos italianos en su resistencia a la despenalización de la eutanasia y se opone a la legalización del aborto), por otro se traduce en una libertad muy moderna –y en el caso del italiano muy vistosa– de la vida privada.

Estos vacíos y estas tensiones requieren necesariamente un cemento que los unifique más allá de la popularidad de los líderes. Berlusconi lo encontró en el terror a la inmigración norafricana y su campaña para endurecer las leyes, que la semana pasada quedó crudamente comprobada con la violenta expulsión de los gitanos de Nápoles. ¿Ocupará la inseguridad el lugar en el proyecto nacional de Macri y De Narváez que ocupó la inmigración a la candidatura de Berlusconi en 2007? Podría ser, pero sólo podría. Aunque el tema fue uno de los ejes de la campaña y en buena medida explica el ascenso del peronismo disidente en la provincia de Buenos Aires, la experiencia enseña que las elecciones presidenciales suelen estar dominadas por otras cuestiones, de la economía a la política, y que la inseguridad resulta decisiva básicamente en los comicios distritales. Hasta ahora.

Algo más que jabón en polvo

Macri y De Narváez son empresarios y no economistas ultraideologizados, como sus antecesores Alvaro Alsogaray, Domingo Cavallo y Ricardo López Murphy. Quizás por eso, porque provienen del flexible y pragmático mundo de los negocios y no de las consultoras o las cátedras de economía (en sus propias palabras, del mundo de la acción y los hechos y no del mundo de los discursos), ambos han comprendido una verdad esencial que sus antepasados nunca lograron entender: para ganar una elección y gobernar es necesario contar con el apoyo de al menos un sector de los votos y del aparato del peronismo. Y si Menem consiguió en su momento reconvertirse a la derecha luego de una larga y muy tradicional carrera en el PJ (fue gobernador, estuvo detenido por los militares y acompañó a Cafiero en la renovación peronista), los jefes de Unión-PRO avanzan por un camino inverso: su plan es llegar al peronismo desde la derecha y no a la derecha del peronismo. Menemismo por otros medios.

Por eso, el peor error que se podría cometer en la lectura de los resultados de ayer es pensar que la consolidación electoral del macrismo y el ascenso rutilante de De Narváez se explican simplemente por la astucia de la publicidad, el poder de sus millones o la influencia de los medios de comunicación. Desde que en 1952 Dwight Eisenhower se convirtió en el primer candidato presidencial en apelar a los servicios de una agencia de publicidad, el marketing político ha ido ocupando cada vez más espacio en las campañas. Y aunque las primeras teorías hablaban de vender a un candidato como si se tratara de jabón en polvo, desde hace al menos dos décadas sabemos que esto no es posible, que la publicidad y el dinero y la televisión no alcanzan para ganar una elección (aunque sí para otras cosas, por ejemplo para hacer conocido –instalar– a un postulante). Hay miles de ejemplos de brillantes campañas publicitarias y millones de dólares convertidos en unos pocos votos, el último de los cuales fue el patético ensayo presidencial de Jorge Sobisch.

Del mismo modo, si por un lado es cierto que algunos medios de comunicación contribuyeron al ascenso de De Narváez, el consenso mediático tampoco alcanza por sí mismo para ganar una elección como la de ayer. También hay miles de ejemplos de candidatos que, pese a la oposición de buena parte de los medios, ganaron las elecciones (la reelección de Chávez, por ejemplo, o la victoria de Ricardo Lagos en Chile en el 2000).

Con esto se pretende señalar algo evidente, pero que, a la luz de algunos comentarios de los últimos días, vale la pena subrayar: el ascenso de la nueva derecha no se explica por los consejos de Durán Barba ni por la campaña de Agulla, y ni siquiera por las fortunas de sus candidatos, sino por un contexto geopolítico nuevo y, en la Argentina, por la muy política estrategia de sus líderes de morder un sector del peronismo en el conurbano, construir a una candidata imbatible en la Capital y, sobre todo, ganar la disputa con el panradicalismo por el voto anti K. En suma, un fenómeno que no es ni publicitario ni mediático, sino estrictamente político. Por supuesto, explicarlo en términos de marketing quizás resulte tranquilizador para las conciencias progresistas que se niegan a aceptar que la derecha puede ser popular incluso en los sectores más pobres, pero ayuda muy poco a entender las cosas.

Los fundamentos de los votantes en la ciudad de Buenos Aires

Las razones frente a las urnas

– Por Washington Uranga

Cuándo decidieron el voto los porteños. Por qué votaron a un candidato y no a otro. Qué vieron en Michetti, por qué creció Pino, el voto a Prat Gay, qué se buscaba en Heller. Un estudio indagó en las motivaciones a la hora de votar.

La mayor parte de los votantes de Pino Solanas se decidió en las últimas semanas.

El 44,9% de los porteños que emitieron su sufragio había decidido por quién votaría antes de la campaña electoral y el 45,7% de ellos está convencido de que su voto servirá para cambiar algo. El 60% de los votantes de Carlos Heller lo hizo “para apoyar al Gobierno” y el 32% de los que se inclinaron por Pino Solanas lo hicieron “por la propuesta”. El 21% de los votantes de Alfonso Prat Gay emitieron su voto en ese sentido “por oposición a Kirchner”. Estos son algunos de los resultados de una encuesta a boca de urna realizada ayer mientras se de-sarrollaban los comicios en la ciudad de Buenos Aires, por un grupo de investigadores, docentes y estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, que conforman el Observatorio Político y Electoral coordinado por el sociólogo Carlos De Angelis. La investigación se hizo sobre un universo de 620 casos, distribuidos en sesenta escuelas en quince comunas porteñas.

Uno de los debates en los últimos días fue precisamente cuánto influye la campaña electoral y, en particular, los medios de comunicación en la decisión de los votantes. El resultado del estudio muestra que la mayoría de los electores porteños tomaron la decisión que ayer expresaron en las urnas antes de la campaña electoral (44,9%) y un 39,4% de ellos inclinaron sus preferencias durante la misma campaña. El 15,7% decidió su voto ayer mismo, durante el día de las elecciones. Los que finalmente apoyaron a Carlos Heller son los que mayoritariamente habían decidido su voto con anticipación a la campaña (61,5%) seguidos por los de PRO de Gabriela Michetti (54,9%). Resulta también significativo que el 58,1% de los que sufragaron por Pino Solanas volcaron su voluntad durante la misma campaña electoral, lo que podría explicar la muy buena elección del candidato de Proyecto Sur y, particularmente, el crecimiento sostenido que tuvo en las últimas semanas. Solanas y su equipo partieron de un piso muy bajo y construyeron su base electoral durante la campaña.

Cuando los ciudadanos fueron consultados por las “razones de elección del voto y candidato”, como ya se señaló, el 60% de los votantes de Heller lo hicieron “para apoyar al Gobierno”, el 32% de los seguidores de Pino Solanas y el 21% de los que se inclinaron por Gabriela Michetti fundamentaron su decisión en “la propuesta” y el 26% de aquellos que optaron por Prat Gay por “las virtudes y características personales” del candidato.

A la hora de responder si los ciudadanos creen que los candidatos cumplirán con sus expectativas, el 74,4% respondió afirmativamente, siendo los votantes de Carlos Heller los más convencidos (89,4%), seguidos por los de la Coalición Cívica (Alfonso Prat Gay) con el 73,2% y los de Michetti con el 72,9%. Si es por los datos del estudio de la UBA, los electores porteños siguen confiando en la política y en sus referentes. También en el sistema político, porque el 79,4% de los encuestados sostuvo que hubiese ido a votar aun si el voto no fuera obligatorio. Esta decisión aparece de manera categórica en los votantes de Heller (88,5%), seguidos por los Prat Gay (87,1%) y los de Solanas 78,1%).

Pero como contrapartida de lo anterior, el 42,7% de los votantes consultados dijo sólo conocer al primer postulante de su lista, contra el 57,3% que sostuvo que estaba informado sobre otros integrantes. En este rubro, el 58,5% de los que votaron a Solanas sólo lo hicieron en apoyo al primer representante de la lista, y de la misma forma el 50,9% de los que sufragaron por Michetti y el 47,1% de los que votaron por Heller.

El 80,0% de los que se inclinaron por Pino Solanas afirman conocer por lo menos alguna propuesta del candidato, y lo mismo señalan el 73,1% de los que se inclinaron por Heller y el 68,5% de los que lo hicieron por Michetti. Sin embargo, el 35,9% de los que sufragaron por Alfonso Prat Gay sostienen que no conocen ninguna propuesta de aquel que votaron. Lo mismo asegura el 30,6% de los que se inclinaron por la candidata del PRO, Gabriela Michetti.

– 29 de junio. Página 12

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