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domingo, noviembre 24, 2024

Lucrecia Martel: genialidad y cachetazo a la clase acomodada

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Anoche se vio el preestreno esperado de “La mujer sin cabeza” en el Hoyts General Cinema. La prensa estaba pendiente del gobernador y la trouppe se retiró tras él. Autoelogios de Gori Caro Figueroa. Confesión de Urtubey: “Vengo a colgarme de la convocatoria de Lucrecia”. El film supera las expectativas. Para Cannes, Lucrecia quedó demasiado grande.

Cuando el poder se toma del éxito y del prestigio que no le pertenece para propagandearse políticamente, ocurren ciertos milagros no dogmáticos ni religiosos, simplemente, artísticos. Es el caso de La mujer sin cabeza . Martel es tan necesaria para el cine como para la sociedad salteña.

El Secretario de Cultura, Caro Figueroa, habló de su «floreada» gestión y Urtubey se retiró a inaugurar la Ferinoa.

Los laureles de Lucrecia no son “propiedad” de ningún funcionario, son bienes culturales de los artistas. Las palabras de la cineasta- en este preestreno- fueron dedicadas para los actores que trabajaron en la película y expresó que mostrar su trabajo tiene ahora un sentido que es justamente que sea vista en este lugar. Habló en breve del esfuerzo que significó realizarla.

La protagonista es María Onetto en el papel de Verónica. Se trata de una mujer que representa la clase media acomodada de Salta. Al inicio de la película, una de las amigas marca la frivolidad de su vida cuando habla de la tintura que usa y del color de su pelo; otra habla sobre plantas. Verónica atropella a alguien en la ruta y decide “no ver”, no quiere saber qué sucede.

La incomunicación cotidiana es un tema de la película, las restricciones en el diálogo y la hipocresía también. Ella no puede hablar de sus emociones y cuando confiesa a su marido que ha matado a alguien, él y todos se encargan de “borrar” las huellas. Y un tema muy bien tratado, con sutileza y naturalidad, es el incesto. Los prejuicios rondan contra la homosexualidad, donde recaen chismes y comentarios de bajo pelo.

La presencia de María Vaner como Lala, marca el acento de una familia que se relaciona directamente con el poder, la anciana es parienta de senadores. Es absolutamente llamativo que el incesto entre primos y el encubrimiento caiga en un apellido como el de Villamayor, que quedó resonando en la sala del Hoyts y algunos sin duda, hicieron asociaciones impropias.

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No hay ironía en el film, hay un realismo exacerbado, que se planta en lo dramático sin anestesia. Seres sin vida, aburridos, solitarios, inexpresivos, inexplosivos, conservadores y estructurados, son los que habitan la vida de Verónica. Esa aparente sensación de que no pasa nada es como la vida misma donde nada sucede y todos están anestesiados por el conformismo. Por eso Verónica no revierte nada, no está dispuesta a sacrificarse ni a perder sus «logros». Para todos es un perro el que ha muerto pero ella sabe la verdad, todos la saben.

Perros son los negritos de la villa, los negritos del vivero, los que mueren sin que a nadie le importe porque las huellas se borran, la verdad se esconde y las apariencias se guardan. No venga entonces la muerte de un “perro” a querer cambiar el acomodo socialmente adquirido. La gran paradoja es que la mujer sin cabeza llora en los brazos de un plomero, de un “don nadie” desconocido, llora frente al espejo, llora para sí.

Sucede que algunas mujeres tienen su cabeza sólo para peinarse, en este caso sólo para teñirse.

Excelente papel de Onetto, muy bien acompañado por el elenco compuesto por Claudia Cantero, Inés Efron, Daniel Genoud, Guillermo Arengo, César Bordón, María Vaner; Miriam Díaz, Ana Carolina Beltrán, Raúl Chunco, Liliana de La Fuente, Cecilia Sutti, Danny Veleizán, entre otros.

Las imágenes exhiben el vacío de estos seres monótonos frente a la resignación que adoptan los de la minoría menos privilegiada; la mujer hecha de sombras y angustias eternas donde los demás arman su vida y ella está al margen de la propia. Todo funciona en tanto permanezca callada y acepte las “reglas” de una sociedad que la ha clausurado.

Lucrecia Martel cobra más vuelo que en La Ciénaga , y entre este film y La niña santa , se tejen regularidades radiográficas de la estructura social decadente. Un derroche de energía que logra una síntesis exquisita, inquietante y reveladora de seres resignados a su cómoda y complaciente vida mezquina.

– Foto: Martel recibe el «plato» entregado por el gobierno salteño.

– Dato: Pedro Almodóvar, uno de los productores, adora a Martel.

– Entretelones: La escena final se realizó en el Hotel Victoria. La película fue rodada íntegramente en Salta.

– Crítica de Clarín:

http://www.clarin.com/diario/2008/05/23/espectaculos/c-01202.htm

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