Cuando el abismo es así de fatal y trágico… Aguardo poder templar el lenguaje, sin destejerme en el intento, como cuando dono sangre para los que morirán; yo sin saberlo; ellos sin conocerlo…
En una nota a pie de página del libro de mi autoría Aguafuertes II (que se encuentra incluido, junto a los otros, en una de las Bibliotecas Virtuales dependientes de CLACSO
http://www.fisyp.org.ar/modules/tinycontent/index.php?id=8 -home), hacía mención del trágico fallecimiento de un colega en 07 de noviembre de 2008, por quien ahora vengo a rendir un sentido homenaje, en particular, por considerar que au fond, se trató de uno de los tantos y diversos “crímenes” perpetrados en una institución a la que una tal “Leila” defendió, empleando municiones de todo tipo contra mi persona, “anunciándome” mi propia muerte y con ello, su deseo de que efectivamente, yo feneciera (en realidad, no creo que “Leila” sea una única persona, sino varias que cobardemente, se ocultaron tras ese pseudónimo para agraviar con la careta o “capucha” “procesista” de los poco valientes…). Dejo el tema para salir de esos cabos, de estas “líneas”…
El hecho es que en la apostilla citada, enunciaba en penosa danza:
“Se suicidó [alguien …] con el que si bien no atesoraba vínculos estrechos y cercanos, lo que murió en él-con él, hizo fallecer en mí los varios desesperados que he sido y que en ocasiones, todavía soy, arrebatándome a disfrutar en lo que puedo, mi vaporosa y tenue vida. La triste ironía consiste en que ese acto contra sí mismo, fue casi público y nadie de los circunstanciales presentes que pudieron intervenir, se percataron de lo que estaba por acontecer, con lo que la muerte vino antes de la Muerte, a causa de una indiferencia cruel que ‘obusó’ a quien se preparaba para embarcarse con Caronte, perdiéndose en las brumas de la otra orilla.
Cuando el abismo es así de fatal y trágico, las semióticas del mundo, las semiologías/mundo que pueblan lo atroz cotidiano, se rompen, se fisuran o estallan y entonces, el distante mundo, el indiferente mundo, se queja, se lamenta o se acongoja. Es como si llorase o nos hiciera llorar […]”
Proustiano como soy; derridiano como trato de ser, no puedo, no, casi ni escribir nada de los otros, como respecto a Eduardo Bellavilla, o de aquellos intelectuales, en torno a ellos, a sus viajes. No me resta sino la cobardía de las citas; de uno y de otro. Aguardo poder templar el lenguaje, sin destejerme en el intento, como cuando dono sangre para los que morirán; yo sin saberlo; ellos sin conocerlo…
Esculpe Proust en algunas páginas de Los placeres y los días , en su solitaria melancolía, que se asemeja a las palomas de los cementerios o al tiempo que cubre de cotidianidad o segundos repetidos, los pasos endebles de los avasallados:
“[…] Nunca las auroras, nunca los claros de luna que me han hecho delirar tan a menudo hasta las lágrimas, han sobrepasado para mí en apasionada ternura, ese amplio incendio melancólico que durante los paseos del final del día, matizan tantas aguas en nuestra alma, que el sol cuando se pone, hace brillar en el mar. Entonces, precipitamos nuestros pasos en la noche […]”
Por otra parte, el judío magrebí, africano, argelino, el otro cabo de Europa, de Occidente y del occidentalismo, del etnocentrismo brutal, cincela su pena o tristeza por la desaparición del filósofo Althusser:
“[…] voy a ser incapaz de hablar[; seré …] incapaz de encontrar, como se suele decir, las palabras […] Perdónenme que lea […;] –¿se sabe alguna vez lo que hay que decir […]?
[Trato como puedo …] de conservarme [acariciando al otro …] en mí, como estoy seguro que hacen ustedes, lo hacemos todos, cada cual con su memoria, que sólo es ella misma a partir de este proceso de duelo, con su trozo de historia desgarrado […]”
Ante o frente a Uds., que no es lo mismo pero se asemeja…, tengo y no, un nombre, un leve pasado en lo que me anuncia en letras, en signos, patronímico que, con o sin “Leila”…, lleva en sí, dentro de sí, la vida y la muerte, lavidalamuerte, lavidamuerte, las gotas de sal que les dejamos a los que nos sobre viven. A veces, tales señas son algo mudas, como cuando nos quedamos en silencio ante conocidos, velando un tiempo de silencio, como gubia Derrida; a veces, esos signos son un poco grises, como al estar frente a la luna llena de (la) nostalgia.
Luego, los avatares, los meandros de la existencia, los ensueños, nos conducen, si lo permitimos, si no somos tan reprimidos ni represores como “Leila” y lo que “representa”, en dirección a otras líneas de fuga, por otros devenires, naufragios, mientras quien me convida a un convite, con su ausencia, por su ausencia, Eduardo, me posibilita participarle mi dolor, mi duelo, a pesar de haberle sido un desconocido. “Desmesurado”, sí, en ocasiones que no conviene recordar, y sin embargo, a pesar de mis deformidades, de mis manchas y pecados, se atreve todavía, a conjurar al intruso, al náufrago, al “sin tierra” (Noland).
Se lo agradezco; se los agradezco; espero llegar a una modesta altura, como para no defraudarlos siquiera. Acá estoy, como llamado desde la oscuridad, en tanto diferente.
Y peno por nosotros, Eduardo.