Los voceros del gobierno han salido a felicitarse a sí mismos por un fin de año «en paz». Celebran, por ejemplo, que en este diciembre no se han topado con conflictos policiales o con la conmoción popular que provocaron los cortes de luz a fines del año pasado. Naturalmente, no son los privatizadores de la energía quienes mejoraron el servicio, sino que la demanda ha caído de la mano de la recesión industrial y comercial.
El kirchnerismo llega a las fiestas sin atravesar un nuevo paro general, algo que deberá agradecerle a las burocracias sindicales oficialistas, y también a Moyano y a Barrionuevo. Pero ese «cepo» a una lucha de conjunto no pudo evitar un fin de año con enormes reacciones obreras: en Zárate, 3.000 trabajadores químicos paralizaron una veintena de plantas contra el vaciamiento de la química TLF. Los gráficos han protagonizado fuertes reclamos por bonos en sus principales talleres; entre ellos, prosigue una lucha encarnizada en Interpack por el doble aguinaldo y la recomposición salarial. El acuerdo precario impuesto a los petroleros del sur no ha disipado la profunda inquietud que recorre los yacimientos. Asistimos a varias rebeliones antiburocráticas, como las que protagonizaron los metalúrgicos de Córdoba o los trabajadores de pr! ensa, quienes plebiscitaron la puesta en pie de un verdadero sindicato. Las luchas en el subte reúnen los dos componentes: por un bono y por la defensa del sindicato propio.
Allí donde el freno burocrático no fue suficiente para detener la lucha, el gobierno tuvo que echar lastre ante el temor de una generalización de los reclamos. Es lo que hizo al excluir el aguinaldo del impuesto a las ganancias. Pero también en otras luchas, como en la plástica Mascardi, que quebró la tentativa de lock-out patronal, o con la reincorporación de los despedidos en Lear. En Zárate, la huelga general química obligó a la intervención de Capitanich y a un compromiso precario. Las victorias en luchas impuestas por abajo son un factor de reforzamiento del activismo combativo y del clasismo.
A través de estos conflictos, palpita la crisis social que quiere ocultarse detrás de la supuesta «calma» de fin de año. En 2014, 800.000 personas fueron expulsadas del mercado de trabajo, mientras que la canasta básica ha subido un 40% al cabo del año. El derrumbe del modelo se descarga implacablemente sobre los trabajadores.
Desconcierto por arriba
El gobierno reivindica también una precaria «calma» en el plano cambiario o financiero, ocultando -otra vez- la acumulación de brutales desequilibrios. Pero el relativo freno al dólar y un aumento de las reservas internacionales fueron arrancados en base al encarecimiento del crédito y la contracción brutal de las importaciones, lo que agudiza la recesión. El gobierno no puede siquiera servirse de la tendencia deflacionaria internacional para contener la inflación interna: a pesar de que el petróleo cayó a la mitad en los últimos cuatro meses, Galluccio y Kicillof sólo han reducido las naftas en un 5%, mientras compensan con subsidios fiscales a los pulpos petroleros. Una vez más, queda claro que la inflación es el resultado del «costo empresarial» -o sea, del rescate sistemático de la clase capital! ista a manos del Estado.
La burguesía, en estas horas, está reclamando una urgente devaluación para salir del pantano, junto con el postergado arreglo con los fondos buitre. Los candidatos opositores y sus economistas sólo le agregan a esa receta un mayor ajuste, no de los gastos parasitarios que consume el pago de la deuda o los subsidios a los capitalistas, sino de los salarios y gastos sociales. La «salida» de unos y otros apunta a un rescate financiero que, sin embargo, está cuestionado por la crisis capitalista internacional, que golpea con particular dureza sobre los llamados países emergentes.
2015
Por último, 2014 ha terminado destapando una fenomenal crisis de Estado. La remoción de la cúpula de la ex Side, que terminó filtrando a la Justicia las revelaciones de la corrupción oficial, puso de manifiesto el papel monumental que los servicios han jugado en el régimen político y el aparato judicial de las últimas décadas. Ese Estado de «servicios» involucra por igual a oficialistas y opositores. Para protegerse de los fisgones que se pasaron al campo opositor, el kirchnerismo le pasó la faena de la delación y el espionaje a la cúpula del Ejército, y puso a su frente a un integrante de la represión dictatorial. Pero si Milani terminara procesado, la camarilla oficial quedaría aún más expuesta al cerco judicial que, adentro y afuera del país, se cierne sobre ella, lo que acentuaría su disgregación política.
Este escenario convulsivo dominará al año 2015 y a las elecciones distritales y nacionales, las cuales concentrarán la marcha de la crisis política. Los comicios desdoblados tendrán su primer episodio en la ciudad de Mendoza, donde el Frente de Izquierda ha inscripto su alianza en estos días. Luego, vendrá el gran desafío de Salta y, enseguida, la Ciudad de Buenos Aires y Santa Fe. Abordaremos estas elecciones como parte de una lucha de carácter nacional. Las próximas semanas estarán concentradas en la preparación de los congresos y conferencias provinciales entre febrero y marzo, los que deberían preparar un gran acto del Frente de Izquierda en un estadio abierto. De ese modo, lucharemos para que, en las grandes batallas políticas y sociales de 2015, los trabajadores cuenten con un polo político propio en oposición a los partidos del capital.
– Por Marcelo Ramal
– Prensa obrera