Con Arizaro Eduardo Huaity González entrega un aporte original e intenso a la literatura de Salta. Son doce relatos editados en libro que fueron publicados el año pasado, en una tirada de sólo 300 ejemplares. Desamor, desvaríos, ciudad y Puna.
Arizaro abre su espacio de letras desde su formato de libro más bien pequeño, en el que sin embargo uno se adentra en un universo que parece expandirse hasta el infinito. Un espacio que es el propio, el nuestro, el salteño. Pero en clave única, original, personalísima, la de Eduardo Huaity González.
El formato, amigable, es mayor que el de los libros de bolsilo, pero más exiguo que el de los comunes. En la tapa, el título, en negro sobre fondo blanco. En el extremo inferior un horizonte duro, oscuro, como de polvo negro que quiere despegarse de la línea horizontal levemente inclinada. Y una figura en rojo, un danzante de cabellera cósmica, que se arquea hacia la tierra, tocando un cuerno con los cabellos flameantes al espacio sideral…
En el prólogo Juan Ahuerma Salazar resume los mundos de Huaity anudándolos en un solo trazo a la figura del amigo, del periodista lúcido, personaje capaz de encantar con sus comentarios, sus análisis y sus cavilaciones.
Pero el hombre de prensa y el conversador sorprendente son apenas distracciones de un destino que encuentra su realización auténtica en el escritor. De allí el valor de Arizaro: hace verdad una vocación que aparecía postergada o escamoteada por otras ocupaciones.
Los cuentos dan cuenta del universo Huaity y son su manifestación más profunda y valiosa. Con Arizaro Eduardo zafa de los desvaríos laborales y las sendas perdidas de la cotidianeidad y cumple acabadamente aquel mandato de la existencia auténtica: sé lo que eres.
Pero ese mundo literario ya estaba allí, en las chispas más refulgentes del Huaity periodista y en los recovecos más profundos de sus obsesiones prodigadas en anécdotas insólitas, comentarios interesantes, sentencias ingeniosas y abordajes entusiastas de cuestiones personales, metafísicas, históricas, científicas o políticas. Arizaro sólo las reúne y les da cuerpo de libro, vuelo de palabras y engarce de conceptos e imágenes.
El primer relato es la famosa historia de la Juana Figueroa. Construído en base a un exhaustivo estudio del expediente judicial que generó el crimen, el texto cobra vida en la narración del asesino, Isidoro Heredia.
«Tuve una sensación rara de alivio. Maté a quien más quería, me sentía libre», explica el carpintero, que ahogó en un acto extremo el infierno de celos que lo consumía.
En «La Juana» la historia que es narración oral en la cultura popular de Salta y crónica fría en los escritos judiciales pasa a tener una forma literaria que a la vez refuerza el mito y se nutre de él.
«Yo, Alejandro», es un relato fantástico que traslada a la vida ciudadana las consecuencias de adoptar una concepción cíclica o lineal del tiempo. Frente al horror de la repetición infinita de lo cíclico la extrema prudencia lleva a la parálisis por la necesidad de meditar
rigurosamente antes de realizar cualquier acción.
Pero, por el contrario, la adopción de la linealidad lleva a la dispersión, el caos, la decadencia y la destrucción final de la ciudad -que termina en ruinas- porque se han abolido las regularidades que hacen posible la convivencia. Narración impregnada de un aire borgiano en el que disquisiciones metafísicas acarrean efectos sorprendentes en la construcción de otros posibles mundos cotidianos descriptos como reales en un relato de aparente corte histórico: no se trata de especulaciones, se está contando lo que ya sucedió.
«Constituyente», escrito a la manera de una semblanza de apenas una página, es la descripción del hombre gris, mediocre, cuya desleída trayectora existencial se ve coronada cuando es elegido para reformar la Constitución. ¿Una amarga crítica a las condiciones que en nuestra comunidad se requieren para triunfar en la política?
«Arsenio Cruz» se aproxima a lo magistral en la expresión profunda y espontánea del abismo de lo inexorable que termina con la conciencia de que al amor vivido le faltó para ser pleno la palabra. «Se olvidó y se maldijo por la omisión. Nunca le dijo que la amaba». La atmósfera del velorio, la instrospección vivencial de Arsenio, la voces de los otros entremezcladas con sus pensamientos y recuerdos, construyen un cuento notable, intenso y conmovedor.
«Una fija» es la reflexión, en media página, de un condenado. Su cómplice murió en el atraco, ¿no fue ése un destino mejor al de estar preso por años?.
«Lalo Mamaní» es una disección, brutal y por momentos tierna, de un hombre náufrago de su propia existencia, urgido de sexo, expulsado del amor, agobiado por el trabajo y atribulado por su decadencia física. Un vuelo de ensueño lo hace flotar por la ciudad y acariciar el cielo de lo anhelado y lo perdido, para caer de nuevo en una realidad miserable. Entre el fugaz paraíso del orgasmo y el angustioso vacío de lo absurdo, la pena y la asfixia del sobreviviente, en las entrañas de una ciudad-pueblo que es a la vez propia y extraña. Un largo relato que tiene algo de letanía y de cruel exorcismo de las zonas más íntimas y oscuras.
«La novia» es la curiosa historia -plasmada en un relato corto- de una devoción total y secreta en un amor de años prodigado a una mujer a través de miradas discretas, proximidades «casuales» y seguimientos furtivos.
En «Negrito» se perfila el mundo de locura, muerte, odios y desvaríos de ancianas enclaustradas en un caserón, en un relato vivaz, que fluye con fresca espontaneidad desde la mirada de un niño criado que siente a la vez rebeldía y apego frente ese universo del que lo expulsaron (está recordando y contando desde un orfanato) y a cuyo cobijo quiere regresar.
«El juego» ofrece la sorpresa de encontrar al final del brevísimo texto que un ruego que parece digno de otra circunstancia más importante se refiere sólo a una partida de cartas.
«Cielo y salar son una sola mancha blanca incandescente». Así comienza Arizaro, el relato que da nombre al libro y que se contruye con una confluencia de fragilidad humana e imponencia natural, vidas trágicas y presencias fantasmales, muertos que deambulan en la inmensidad de la Puna extrañando olores, caricias y sensaciones.
«Ser feo» es la confesión implacable de las penurias que debe sufrir el que carece de atractivo físico. Un texto pleno de lúcida amargura que fue publicado en revistas y que logró la piadosa comprensión de lectores que no saben bien si se trata de una ironía, un juego literario o una verdadera catarsis a modo de auto-psico-socio-análisis de la propia fealdad.
«La lluvia» cierra el volumen, con la fantasmagórica imagen de un hombre solo en un rancho, aislado del mundo por la lluvia incesante, enfrentado a un grupo de jinetes que parecen avanzar hacia él en la oscuridad de la noche y a la vez permanecer inmóviles. ¿Una metáfora de la soledad y la incomunicación?.
Son doce relatos editados en libro que fueron publicados el año pasado, en una tirada de sólo 300 ejemplares. Eduardo Huaty González entrega con Arizaro un aporte original e intenso a la literatura de Salta.