El espacio afectivo de las personas es un reducido hilo íntimo que incluye escasos semejantes fieles a esa compañía, y la más de las veces (por reemplazo del humano) una incondicional mascota, tal que si hablara (como dice el librepensador tucumano Roque Dupuy) ya habría problemas de convivencia.
Nadie se desvive por su prójimo. Los políticos desarrollan ese interés, únicamente, en tiempos electorales, en tanto que los curas, los fines de semana por razones de limosna dominical. La existencia humana se plantea en ecuaciones de soledad o de eventuales compañías, muy potenciadas en la adolescencia, pero que ya en edades maduras toman rumbos individuales o de celosa crítica. Cada cual se va ensimismando en su propio egoísmo.
La condición de vecino, es un rol social siempre reservado a una rigurosa selección o a la categoría de mal necesario. Esta cultura poco desarrolla el sentimiento de vecindad y lo lazos sociales poco se cultivan en el salvataje capitalista. Lo público, por planificadas manipulaciones del poder es canalizado a través de los formadores masivos de la opinión, quienes instan a privilegiar la convivencia privada, al extremo de la indiferencia y la insolidaridad. La fórmula del primero Yo y si pasa algo a mi alrededor, lo ignoro, es la táctica esperada con que se inmoviliza a las masas para formalizar una comunidad pasiva en esa indiferencia planificada desde las altura de los que mandan.
El Enamoramiento
Otra cosa es con Amor, que para los especialistas es un malquerer porque es consecuencia de lo pasional y está viciado por sentimientos de posesión, dominación y deseos inconscientes de sometimiento del otro. Es tan injusta esta inclinación amorosa, que se la acusa como insincera y producto de la pura inmadurez. Cuando una persona se obsesiona en el amor a otra, no es debido al amor ni a la otra persona, sino a una serie de elementos subyacentes descontrolados a la razón y al buen sentido como una verdadera adicción. El adicto al amor se instala en la relación pasional comportándose como un drogodependiente lo haría con la droga, como una nueva adicción sin sustancia., que lleva a quien la padece a sentir síndrome de abstinencia ante la ausencia de la otra parte y una necesidad enfermiza del otro a toda costa. El principio causal aludido es esa relación originaria de la madre como Objeto único e imprescindible que se aferra como un modelo a repetir eternamente.
De nuevo, la mujer es tomada como un botín de reproches y acusaciones para canalizar y entender esta natural inclinación de los seres humanos hacia la inercia emocional de un repertorio de afectos muy estrecho. Indudablemente, que las razones se amplían hacia lo macrosocial, y todos los ámbitos sociales están impregnados de visible negligencia y acotada individualidad. Aunque suene nostalgioso, ya no existe el Médico de cabecera, el que conocía uno a uno a los integrantes de ese grupo primario; ahora la salud es casi anónima y comercial. No interesa el enfermo sino su condición económica para ayudar a sostener la Industria de la salud; en tanto que los curas como modelos morales, siempre fueron sospechados en sus intenciones debajo de la babucha. Así sucesivamente en los otros ámbitos de la vida.
El cuerpo del dolor
El cuerpo no está de muestra gratis. Registra cada expresión del que lo porta y cumple ese importante papel de evitar que las cosas altamente desagradables lleguen a colmar el cerebro y se transformen en un dolor síquico. Es un registrador de emociones, de las mejores y de las peores (dolor y placer). Al ser receptor y emisor de esos variados sentimientos de los otros y de uno, se dice que estamos ante un cuerpo simbolizado por y simbolizante de, múltiples representaciones (representación corporal) marcadas por el contexto estructural que lo contiene (padres-familia-instituciones-sociedad). Este cuerpo, hoy, está inmerso en una realidad de ostensible violencia y progresiva manipulación que lo ha cargado de fragilidad y dificultades, haciéndolo un blanco inevitable de la Industria de los Laboratorios médicos.
Tal como empezamos, y convencidos de que en su esfuerzo, el hombre moderno, es impulsado hacia un forzado aislamiento, que lo saque de su naturaleza comunitaria, y la necesidad de su semejante y prójimo, lo empuja a ayudarse con una artillería de sicofámacos, que alivien su depresión, el pánico, la ansiedad, la agresividad, la impulsividad y todo el repertorio de males modernos. La superación de estas limitaciones está en una gigantesca desarticulación de este encadenamiento sanitario-económico que ha esclavizado al mundo conocido en una interminable colección de “pastillas salvadoras” como recurso de los poderosos para mantener a las personas separadas de sus iguales y que hablan de la ciencia como una herramienta del capitalismo moderno muy alejadas de la legitimidad moral.- O sea, son muchos los que deben bajarse del tren del capitalismo salvaje.-
Los Otros, el otro
Muy interesante la nota. Gracias