15.3 C
Salta
miércoles, octubre 9, 2024

La Guerra Gaucha en Leopoldo Lugones. ¿Es Güemes un prócer olvidado?

Notas más leídas

“Güemes no está aún reconocido. Fue y sigue ignorado o empequeñecido por la historia oficial y por los porteños”. Esta queja reapareció en 1999 en boca de historiadores locales, con motivo de la publicación de la “Nueva Historia Argentina”, de la Academia Nacional de la Historia.

Para quienes lo aseguran, el desconocimiento del general Martín Miguel de Güemes no se explicaría por un olvido sino por el complot deliberado de un grupo de historiadores que, en 1857, decidió quiénes debían ser incluidos en la historia escrita y quienes los excluidos.

El descontento se trasladó a medios de comunicación, instituciones y personas que realimentaron su circulación. Nos preguntamos si esta afirmación está respaldada en hechos históricos o si, por el contrario, está dictada por la emotividad de un orgullo local herido, que atizando antiguos antagonismos, impide que esas mismas heridas cicatricen.

También nos preguntamos si se trata de una típica demanda insatisfecha que suele acompañar a un culto patriótico. Este tipo de reclamo no es sólo un episodio local toda vez que, como señala Tony Judt, “vivimos en una era de conmemoración” cuyo contenido, intensidad y sentido genera más desacuerdos que acuerdos, más confrontaciones que consensos. Refundidas en una, memoria e historia corren el riesgo de convertirse en botín de gobiernos y de ideologías, dando lugar a escaramuzas o batallas puestas al servicio del uso espurio de la historia.

“Permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso”, añade Judt. El abuso de la memoria sirve de plataforma a los abusos conmemorativos, y ambos terminan erosionando el conocimiento y el rigor históricos. Si, en materia de reconocimientos históricos, nada resulta suficiente, se está ante el riesgo de impugnar la historia crítica y rigurosa desplazándola por la hagiografía, reemplazando la conmemoración por la sacralización.

En 1971, en las Jornadas de Estudios sobre Güemes realizadas en Salta, Ramón Leoni Pinto, dijo: “valoro la titánica lucha de Güemes pero me niego a calificarlo un semidios”. Es que, como dijo Todorov cuarenta años después, “Sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril”.

Héroe Nacional, billete y feriado

En 2006 se sancionó la Ley nacional Nº 26.125 que declaró a “Güemes Héroe Nacional”. La medida resultó insuficiente para satisfacer tal demanda pues, de inmediato, se pidió incluir la fecha de su muerte como feriado nacional. En estos días el Senado de la Nación tratará un proyecto que propone declarar feriado nacional obligatorio los días 17 de junio.

En 2006, 42 años después, se sancionó la ley 26.125 de “Güemes Héroe Nacional”. A comienzos de este año, en la Legislatura de Salta se presentó un proyecto para imponer la obligación de colocar retratos de Güemes en todas las oficinas de organismos del Estado provincial. En diciembre de 2015 se pidió al gobierno nacional, recién asumido, incluir la imagen de Güemes en un futuro billete de 500 pesos.

La iniciativa de honrar a Güemes con un Día Nacional no es nueva ni única. En 1964, hace 62 años, el diputado nacional por Salta, doctor J. Armando Caro, presentó un proyecto para declarar el 17 de junio “Día Nacional del General Güemes”. Con buen criterio, el proyecto de Caro no incluyó un feriado nacional obligatorio, para “no incidir en posibles deterioros a la economía nacional, teniendo en cuenta su proximidad con el día de la Bandera, el 20 de junio”.

En sus fundamentos, Caro recordó “que la historia, como dogma de enseñanza y libro de verdad, es una resurrección. En ese sentido, el espíritu del presente proyecto es el de reparar un olvido y dar la oportunidad para que nuestra generación salde una deuda de gratitud nacional para quien, como el que más, amó a la Patria, vivió para la Patria y murió por la Patria”. La memoria de Güemes, añadió, “es patrimonio del acervo histórico argentino”.

Teniendo en cuenta de estos antecedentes planteamos tres preguntas. Primera: si corresponde a una ley dictaminar sobre un tema histórico, pues con esto se abre el camino no solo a la consagración sino también a una “penalización retrospectiva”. Segunda: si la afirmación del no reconocimiento nacional a Güemes se apoya en datos fehacientes. Tercera: si casos como este no son una señal de deslizamiento y hasta de sustitución de la historia por una memoria selectiva, manipulada con fines políticos e ideológicos y elaborada en función del culto.

Olvido y sacralizacíón

¿No resulta excesivo afirmar que Güemes fue olvidado? ¿No es arbitrario equiparar cuestionamiento actuación con olvido? La primera comparación de Güemes con Artigas la hizo hacia 1834 el salteño Dámaso de Uriburu en sus “Memorias”, publicadas cien años después. Uriburu adjudicó a Güemes una “conducta tortuosa”, reconociendo sus aportes y los merecidos laureles por sus memorables campañas. ¿No es parcial afirmar que únicamente los porteños padecieron esa amnesia y que, algunos historiadores, lo hicieron con la deliberada intención de marginarlo de la “Galería de celebridades argentinas”?

Manuel Puch, su cuñado, escribió en Lima en 1847: “Pero él murió, y el ala cana del tiempo cubrió su tumba fría y solitaria. Como ha cubierto la de tantos héroes…”. En 1857 el gobernador Dionisio Puch, su hermano, designó a una calle de la ciudad de Salta como “La Estrella”, en homenaje a Güemes. En 1858, Juana Manuela Gorriti publicó en Lima su evocación de Güemes.

En 1864 Manuel Solá Tineo, gobernador de Salta encabezó la Liga del Norte contra Rosas, publicó una “semblanza moral” de Güemes. Solá admitió que Güemes “cometió errores, faltas, excesos y aún equivocaciones…”, sobre todo por actitudes durante los últimos años de su gobierno (1815-1821), en los que comenzó a perder prestigio.

Al final de su texto, Solá Tineo reconoció que Güemes “tuvo un corazón noble, humanitario, sensible a la efusión de sangre y enemigo de la pena capital” y que no siguió la “tendencia a la anarquía y a revelarse contra el gobierno central”. Fue “argentino y patriota en grado sumo”, concluyó.

Este cuestionamiento no tiene en cuenta que la escritura de la historia y la construcción del culto a nuestros hombres públicos se inició, a partir de 1862, por hombres de la Generación del 37, cuando tenían cincuenta años. Esa circunstancia influyó en la primera visión sesgada que se tenía, no sólo de Güemes, sino de la historia argentina cuyo escenario y actores se reducían a Buenos Aires y el Litoral.

Es cierto que en “Facundo” (1845) Sarmiento suscribió la versión negativa, disolvente y localista de Güemes. Ibarra, López, Bustos, Aráoz y Güemes se parecían demasiado, pues su propósito era “destruir todo el derecho para hacer valer el suyo propio”. Pero no es menos cierto que en 1858, corrigió: “Güemes, caudillo patriota fue reconocido por Buenos Aires y tuvo siempre la amistad con Belgrano. ¿Cómo juntar a Güemes con Artigas y Ramírez?”

En 1881 Vicente Fidel López publicó “La Revolución Argentina” donde destacó las hazañas de Güemes. Después de reconocer la importancia de su aporte, López señaló que concentró en su persona “todo el poder público”. En opinión de López, ejerció un “tutelaje irresponsable (aunque benigno)”, sobre “todos los intereses públicos y privados”.

En 1883 en sus “Apuntes históricos acerca de la vida militar del General Güemes”, de Zacarías Yanzi, veterano de la Guerra de la Independencia, escribió: “Güemes, no tienes todavía cavada la fosa que te corresponde; el peso de la posteridad gravita mucho sobre tu polvo; para la mayor parte de los héroes de tu tiempo y de tu talla, la patria ha tenido mármoles, mientras sobre la tierra que te cubre, apenas crecen algunas malignas yerbecillas”.

Primer homenaje en 1885

Recién el 17 de junio de 1885, gobierno y vecinos de Salta rindieran el primer gran y formal homenaje a Güemes, en una velada lírico literaria en el recién inaugurado Teatro Victoria, con un lleno “de bote a bote”. El acto fue organizado por un personaje que no era salteño: el historiador Ángel Justiniano Carranza, que llegó a Salta con el general Victorica en la campaña al Chaco.

Carranza llamó a Güemes “uno de los padres de nuestra nacionalidad”, que trascendía límites locales y regionales. Fue uno de los “fundadores de la independencia”. Dejó una herencia que había que rescatar de “los abismos del olvido”. Los salteños asistían “a una resurrección histórica de Güemes”, después que “rencores ciegos” arrojaran “nieblas” sobre su obra. Propuso erigirle un monumento.

Entre 1864 y 1882 se desarrolló la polémica entre Mitre, Vélez Sársfield, Vicente Fidel López y Alberdi sobre Güemes. En esos años se publicaron los primeros libros de historia nacional, destinados a escolares. “Glorias argentinas” (1884) de Mariano Pelliza comienza con un extenso relato de la Batalla de Salta. En 1898, el “Curso de historia nacional” de Alfredo B. Grosso, incluye un texto de López que elogia a Güemes.

En 1898, Rafael Fragueiro en “El alma argentina” relató la muerte de Güemes. En 1910 Rómulo D. Carbia publicó un “Manual la enseñanza primaria”, donde dice: “Los gauchos de Güemes fueron los componentes de un ejército popular, mal armado, pero valiente y aguerrido, que evitó, con sus continuadas correrías, el avance de los españoles por el confín norte del país”.

A partir de 1880 los libros de lectura, colocaron a Güemes junto a Moreno, Belgrano, San Martín, Rivadavia y Sarmiento. La primera medalla de homenaje a Güemes la acuñó en 1894 la Junta de Historia y Numismática, hoy Academia Nacional de la Historia. Mitre, su presidente, fue quien propuso ese homenaje.

¿Se deben ignorar matices y cambios de opinión en críticos de Güemes?

Refiriéndose a la acción de Güemes, Mitre reconoció que fue “la más extraordinaria guerra defensiva-ofensiva”. Fue, “la más completa”, “la más original” y “la más hermosa de cuantas en su género puede presentar la historia del Nuevo Mundo”. Salta y Güemes se hicieron acreedores “a la corona cívica y a la gratitud de los ciudadanos”. Antes de morir, Mitre pidió la asistencia del doctor Luis Güemes Castro, nieto del general.

El monumento se proyectó en 1910

La Comisión Nacional del Centenario dispuso “erigir en la ciudad de Salta una estatua ecuestre”. En 1920 se constituyó la Comisión Nacional de Homenaje, presidida por Hipólito Irigoyen. El 17 de junio de 1921, el gobernador Joaquín Castellanos, colocó la piedra fundamental del monumento, obra del porteño Víctor Garino. El tucumano Alberto Padilla sugirió el sitio de su emplazamiento.

Este interés por Güemes está en el trabajo de Miguel Solá en un volumen de la Academia Nacional de la Historia. Las obras más importantes de Atilio Cornejo sobre Güemes fueron publicadas por esa Academia. En los años ’40 lo hicieron otros académicos Ricardo Levene, Julio César Gancedo, Emilio Loza, Julio César Raffo de la Reta y Jacinto Yaben. Las doctoras Luisa Miller Astrada y Sara Mata de López, miembros por Salta de la Academia Nacional de la Historia, publicaron trabajos sobre Güemes.

En 1940, Enrique de Gandía, destacó que Güemes y los gauchos lucharon sin ninguna ayuda, con una miseria impresionante. De Gandía es autor de un excelente estudio sobre las ideas de Güemes. Carlos Segretti, aportó un trabajo fundamental para comprender su política. Hasta 1971 se habían publicado 264 obras sobre Güemes: 169 escritas por autores no salteños, y 95 por salteños o vinculados a Salta. La mayoría se editaron en Buenos Aires.

Lugones: Guerra Gaucha y Güemes

Nos detendremos en Lugones por considerar que la mayor parte de los historiadores de Salta no menciona su aporte literario e histórico en “La Guerra Gaucha”. El joven Lugones estuvo por primera vez en Salta 1894, integrando la Peregrinación Patriótica Universitaria. En ese viaje comenzó trabajar en ese libro, que apareció en 1905. Ocho años después, Lugones leyó sus seis trabajos sobre el “Martín Fierro”, los que recogió en su libro “El payador”, publicado en 1916. “La Guerra Gaucha” apareció once años antes que sus ensayos sobre el “Martín Fierro”.

Siete años después, en 1912, se estrenó en Buenos Aires el filme “Güemes y sus gauchos”, de Mario Gallo quien, tres años antes, había presentado su película “El fusilamiento de Dorrego”, considerada la primer película argentina. En 1942, 30 años después de “Güemes y sus gauchos” de Gallo, se estrenó en Buenos Aires “La Guerra Gaucha” dirigida por Lucas Demare, con guion de Homero Manzi y Ulises Petit de Murat, adaptación de algunos episodios de “La Guerra Gaucha” de Leopoldo Lugones.

“Sensible es, que la valerosa provincia de Salta no haya tenido un historiador digno de sus hechos y de su gloria…Es de esperar que en la calma de las pasiones, levante alguno la voz para que no queden en el olvido hechos ilustres de nuestra historia”, escribió el general José María Paz en sus “Memorias” póstumas publicadas en 1855.

Que el general Paz haya escrito las primeras y extensas referencias a Güemes, no solo no le otorgó méritos para ser reconocido por ello, sino que provocó un fuerte rechazo en historiadores locales que consideraron agraviantes sus alusiones críticas a Güemes y falsos los cargos contra él. Esta lectura sesgada dejó de lado o consideró irrelevantes las opiniones elogiosas que Paz tenía sobre Güemes.

Paz, cuyo libro leyó Lugones, sintió que era “preciso decirlo”: reconocer el “patriotismo sincero” de Güemes y la importancia de su aporte a la independencia. Güemes fue “un patriota decidido por la independencia”, y lo fue “en alto grado”. “Él despreció las seductoras ofertas de los generales realistas, hizo una guerra porfiada, y al fin tuvo la gloria de morir por la causa de su elección, que era la de América entera”.

Protagonista, testigo y víctima de las guerras civiles que se desataron después de la muerte de Güemes, conocedor de las secuelas de esa guerra, Paz valoró en Salta y en Güemes el compromiso y fidelidad con la construcción de la unidad del país. Aludiendo a las fuerzas que tendían a la dispersión, Paz señaló: “Debo exceptuar a la heroica provincia de Salta…, y ella sola porque nuestro ejército se había retirado, sostuvo la campaña con tanto valor como gloria”.

En 1847, ocho años antes de la edición de esos recuerdos de Paz, Dionisio Puch publicó en Lima una breve semblanza biográfica de Güemes. Dos años después del libro de Paz, Güemes y su actuación fueron abordados por Mitre y López. Aquel historiador de Salta, que Paz echó en falta, apareció recién en 1902 con Bernardo Frías, cuando publicó el primer tomo de su “Historia de Güemes”.

Entre la historia y la literatura

Si en 1902, fue Frías el primer historiador salteño que levantó la voz que esperaba el general Paz, en 1905 fue Leopoldo Lugones el primer literato que respondió a ese llamado póstumo, con su libro “La Guerra Gaucha”. En 1911, Juan Mas y Pi lamentó la escasa comprensión de esta obra de Lugones a la que consideró como el comienzo de “una nueva literatura nacional”. Con “La Guerra Gaucha”, mirando hacia los confines de la patria, Lugones incorporó el paisaje y la historia del Noroeste al mapa de la Argentina en vísperas de su Centenario, afirmó Luis Emilio Soto.

Treinta años después, la misma queja de Mas y Pi está en boca de Eduardo Mallea. “Poca gente ha sido sensible al cintarazo argentino de ‘La Guerra Gaucha’, su narración épica en la cual hay tanta fuerza que el libro aparece a la vez clásico, como Homero, y nuevo como los más modernos, como Ivanov o como Leonov. ¿A quién le importa en la actual argentina la pregunta que indague nuestra índole radical?”

Contra lo que se pueda suponer, en Salta esta obra de Lugones despertó poco interés, mereció escaso reconocimiento y no se apreció su valor literario e histórico. Este desinterés quizás se explique porque Lugones reprodujo algunas observaciones de Paz sobre Güemes, consideradas falsas y lesivas. Este orgullo local herido no permitió reconocer que, con “La Guerra Gaucha”, Lugones había construido el primer, más estilizado y más perdurable monumento a Güemes, no ya al acotado pie de uno de los cerros que escolta la ciudad de Salta, sino nacional.

Tampoco fue registrada como uno de los mayores reconocimientos al aporte de Salta en la Guerra de la Independencia, a Güemes y al heroísmo anónimo de sus gauchos. Esto es así, porque la guerra gaucha fue “anónima como todas las resistencias nacionales”, anotó Lugones. Es la gente sin historia la protagonista de veintiuno de veintidós episodios del libro.

La afirmación que, más allá de Salta, hubo olvido y desinterés por la figura de Güemes y la Guerra Gaucha no tuvo en cuenta que Lugones, el más importante escritor argentino y cuya obra, dice Borges, “es una de las mayores aventuras del idioma español”, consagró uno de sus primeros libros a la Guerra Gaucha, cuya primera edición apareció en 1905, once años antes de “El payador”. Añade Borges que el barroquismo de Lugones “llega a sus últimas consecuencias” en “La Guerra Gaucha”.

“Cada cuadro de ‘La Guerra Gaucha’ irradia un destello distinto de las duras refriegas sufridas por contingentes improvisados de tropas harapientas, falta de vituallas y hasta de municiones”, apuntó Soto. Lugones decanta, pule y ciñe su prosa. Selecciona y pondera información; delimita el espacio geográfico y escoge un periodo. Lugones define tema, escenario y espacio temporal: “la lucha sostenida por montoneras y republiquetas, contra los ejércitos españoles que operaron en el Alto Perú y en Salta desde 1814 a 1818”.

Los hombres sin historia

En pasajes extensos y ardientes, Lugones subraya la “predilección” de Güemes “para esos desheredados y míseros”, en contra de los principales de “la gente decente”, de los señores que “soñaban constituciones sin haber fundado aún el país”. Añade: “…Y las alcurnias ilustres protestaban contra la voluntad de esa plebe”.

“Con su menospreciado gauchaje había perseverado él solo, mientras muchos de esos decentes se obcecaban en la vieja abyección, transigiendo por odio cuyo con la reventa de la patria. Ni les satisfacía otro régimen que el de su dominio, ni se abnegaban a condición de garantías y prebendas”, escribe Lugones hacia el final de “La Guerra Gaucha”.

“Mostrar tipos bien marcados como el niño héroe, la curandera, el capitán valiente y enamorado, el sacristán patriota descendiente de indios, indica una voluntad de dar cuenta de la singularidad de un pueblo”, explica Susana B. Cella.

En “Relato”, el primer episodio, Lugones dibuja el perfil de esos “patriotas campesinos”, gauchos milicianos: “Aquellos hombres se rebelaban despertados por el antagonismo entre su condición servil y el individualismo que los conducía a la soledad, el caso de bastarse a todo, que ésta implicaba y el trabajo reducido a empresas ecuestres. El silencio de los campos se les apegaba, y así sus diálogos no excedían de dos frases: pregunta y respuesta”.

¿Qué era la patria para aquellos patriotas campesinos? Quizás el lugar donde vivían, el suelo que pisaban, el lugar aunque no poseían. Quizás un horizonte borroso y distante. “¿Qué sabe usted de la patria?”, pregunta un oficial realista a un gaucho herido y prisionero que, con último aliento, grita “¡Viva la patria!”. “El herido miró en silencio. Tendió el brazo hacia el horizonte, y bajo su dedo quedaron las montañas –los campos- los ríos- el país que la montonera atrincheraba con sus pechos –el mar tal vez- un trozo de noche—El dedo se levantó en seguida, apuntó a las alturas, permaneció así, recto, bajo una estrella”, se lee al final de “Al rastro”.

A Güemes reserva el último episodio, y no por eso deja de ser central. “Observado a través del largavistas del español, Güemes se transforma en vivo símbolo de la nacionalidad naciente identificándoselo con el sol de Mayo”, anotó Cella. La mirada de Lugones, como la de ese “anteojo realista”, se detiene ante el perfil de Güemes, “numen simbólico”, el que inauguró la libertad los Andes del Norte, igual que San Martín la inauguró “en los del occidente”. Allí concluye el libro, y la vida de Güemes dentro de él.

Peregrinar al pasado

La importancia del esfuerzo de Lugones y el valor del conjunto de sus episodios de fondo histórico no se correspondió con la escasa atención y reconocimiento. Fue en Salta, por la intensa vivencia de su viaje en 1894, donde Lugones encontró la fuente de inspiración, la fuerza del paisaje, el conocimiento del hombre de Salta y “el sedimento histórico” de “La Guerra Gaucha”.

En su visita a Salta, Lugones “se siente impresionado, subyugado, y forja allí el proyecto de trasladar a relatos todo cuanto escucha”. En Salta, “se impregna de recuerdos, imágenes, emociones, todas ellas relacionadas con el pretérito de la ciudad norteña, donde aún viven figuras que compartieron hazañas con los héroes legendarios de la independencia, en las horas bizarras del enfrentamiento con los ‘godos’”, añade Bischoff.

La obra de Lugones excede lo literario, y lo literario está apoyado en una rigurosa investigación histórica y en un conocimiento cuidadoso del paisaje, del hombre y de la idiosincrasia local. Lugones escribió esta obra, como todas las suyas, “como riguroso cumplimiento de un deber”; “tuvo la vanidad de trabajar detenidamente su obra, línea por línea”, dice Borges. En esta obra, “recupera el escenario para una tarea heroica” y “recupera el hombre argentino como sujeto de hazañas y no como objeto de la degradación general”, señala Torres Roggero.

Lugones dijo que “La Guerra Gaucha”: “no es una historia, aunque sean históricos su concepto y su fondo”. Añadió: “el libro carece de fechas, nombres y determinaciones geográficas”, lo que se explica en el hecho que “la historia de la Guerra de la Independencia está narrada en detalle en nuestros libros de historia”. De lo que prescinde Lugones es de ciertos detalles cronológicos, no del marco general delimitado por las invasiones realistas durante los años 1814 a 1818.

Carece de una localización geográfica que se espera encontrar en un texto de historia, pero no en una obra literaria que se detiene en la descripción fiel y lujosa de detalles: paisajes, matices, accidentes geográficos, iluminación, colores, sonidos, olores, horas, clima, silencios. El escenario abarca la región del centro sur andino, más próxima al Virreinato del Perú que al de Buenos Aires. En “La Guerra Gaucha” prevalecen las descripciones, las imágenes, sobre la acción.

Lugones en Salta

Leopoldo Lugones llegó por primera vez a Salta el 11 de julio de 1894, pocos días después de haber cumplido veinte años. Profesa entonces ideas socialistas. Seis meses antes había concluido su breve paso como colaborador de “El Pensamiento Libre”, definido como “periódico literario liberal”. Es el momento en que el Lugones, periodista de diecinueve años, “está derrotado, pero el escritor va creciendo”, dice Arturo Capdevila.

Después de aquella experiencia, el Lugones escritor reaparece en las páginas del diario “La Libertad”. Allí firmó artículos con el seudónimo “Gil Paz”, dedicando a Joaquín Castellanos una de sus primeras semblanzas de escritores de esa época. “Gil Paz” es la firma que Lugones estampa al pie de la media docena de notas que escribirá sobre su viaje a Salta, publicadas en “La Libertad” con el título “Recuerdos de viaje”. Esos textos, opina Capdevila, inauguran la prosa magistral de Lugones.

Lugones viajó como “agregado” con un grupo de estudiantes reunidos en la Unión Universitaria de Córdoba, promotores de esa Peregrinación Patriótica Universitaria a Tucumán y Salta. Estudiantes universitarios porteños, tucumanos, jujeños y uruguayos se sumaron a esa Peregrinación Patriótica, entre ellos Luis Alberto de Herrera, quien regresó a Salta en junio de 1921 para rendir homenaje a Güemes en el centenario de su muerte.

Aunque no era universitario y cursaba estudios previos, los organizadores aceptaron la participación de Lugones pues reconocían en él un brillante orador cuya capacidad daría jerarquía a los homenajes a Belgrano, a la bandera, y “a la glorificación de Güemes”. Los peregrinos iniciaron su viaje a Salta en tren la noche del 9 de julio. El tren era una novedad en Salta: la primera locomotora había llegado hasta su plaza principal cuatro años antes de esa visita.

Según Capdevila aquel viaje de Lugones a Salta tuvo “una importancia inmensa en su alma”. Fue “un acontecimiento fundamental en su vida: su primera salida por el mundo, y a título de ser quien es”. Del Corro dice que la impresión que dejó en Lugones ese viaje “fue muy intensa”. De modo particular, quedó marcado por “el sentimiento patrio y el heroísmo salteño”, que reforzaron su interés por la Guerra Gaucha.

La ciudad de Salta era una pequeña aldea de poco menos de catorce mil habitantes, de los cuales cinco mil eran niños menores de 14 años y nueve mil adultos. Ese conglomerado habitaba en 1870 viviendas de desigual calidad, distribuidas holgadamente en 280 manzanas que giraban en torno a la plaza principal. En la capital salteña Lugones ve una Córdoba de “otro modo”. En Salta se siente la patria. En el aire de la ciudad percibe “cierta paz silenciosa de claustro”.

Al rebelde y ateo joven Lugones le interesaban más el paisaje y los seres humanos que las tres iglesias y los cinco conventos de la aldea que visitaba por primera vez. Lugones venía de aquella Córdoba católica de finales del siglo XIX donde “los sacerdotes decían que Lugones era un ácrata”, anota Alfredo Canedo. Colgar el sambenito de anarquista era entonces una forma simple de encasillar a un joven provocador y librepensador. Y Lugones lo era.

Al marchar con ese grupo a Salta, Lugones se internaba en el pasado argentino y en la historia de su familia. Iba tras los pasos del coronel Lorenzo Lugones, su tío abuelo, y “primer secretario de guerra en el primer ejército de la Patria”, al que se incorporó cuando tenía 14 años.

La trama de una historia

Cuando Lugones llegó a Salta ya tenía proyectado e incluso había comenzado a borronear en Córdoba el texto de “La Guerra Gaucha”, dice Romero Sosa. El autor de “Lunario sentimental” no vino con las manos vacías, y se marchó habiendo nutrido sus apuntes con datos y observaciones. Lugones pudo tener entonces un esquema de trabajo, el que incluía recopilar datos y tradiciones locales sobre Güemes, bosquejar diversos tipos humanos salteños, apuntes sobre la ciudad, el paisaje de sus alrededores, modo de hablar, tonada, comidas, rústicas vestimentas, oficios y trabajos.

Se reconoce en Lugones laboriosidad, prolijidad y cuidado en la investigación, sólida base de esa obra literaria. Urdiembre trabajosa pero casi invisible en “La Guerra Gaucha”, libro “que carece de fechas, nombres y determinaciones geográficas”, como advierte Lugones en “Dos palabras”, pórtico de esa obra. De esa cantera histórico documental Lugones extrae el mejor material, lo cincela y “lo transforma en imágenes”.

El hijo de Lugones conservó cuadernos con los escritos originales de “La Guerra Gaucha”, en los que el autor anotaba fuentes documentales, testimonios y datos que fueron el soporte de cada uno de los relatos de ese libro a cuya elaboración Lugones dedicó más de once años, a los que hay que añadir las correcciones y las revisiones que Lugones hizo a la primera edición.

Señala Miguel Lermon que “La Guerra Gaucha” “fue ideada por un muchacho de 20 años, empezada por un joven de 24, no cumplidos, y terminada por un hombre de 31 años; cronología de los años cruciales, como para no olvidarla”. “La Guerra Gaucha” es un libro de matices, de contrastes.

Cuando el tema, de “cepa nativa”, sugiere un abordaje tradicionalista y ofrece un racimo de lugares comunes, Lugones apela al modernismo. Cuando el tema hace presumir “una recaída en la literatura vernácula”, Lugones lo aprovecha “para emprender el ataque formal del modernismo”. Elude las trampas del color local, se apoya en la historia la eleva, estiliza y universaliza en poética prosa épica. Rescata en la gesta colectiva el individualismo y la parquedad del gaucho. Humaniza el paisaje, viendo con dureza, y sutileza, el apego del hombre al paisaje.

El vocabulario de Lugones en “La Guerra Gaucha” es, a la vez, un despliegue lujoso, exuberante, pero también es un obstáculo a su lectura. Borges habla de “páginas ampulosas”. Para Leonardo Castellani, “La Guerra Gaucha” “es amanerada en el lenguaje, aunque también un riquísimo alarde de lexicografía”. Guillermo Ara dice que Lugones mecha arcaísmos y neologismos; tiene un “lenguaje enmarañado de cultismos”, y “es un alarde del conocimiento profundo del idioma”. Alba Omil opina que Lugones “apabulla con su arsenal de palabras”.

Leopoldo Lugones, hijo, en su libro “Mi padre” (1949) señala que el autor de “La Guerra Gaucha”, “en vez de emplear el lenguaje directo de los gauchos, tarea fácil, pues no es sino de imitación, optó por emplear un purísimo castellano, a pesar de tratarse de gasta tan auténticamente argentina, con actores cuya habla era mezcla de viejo español de Castilla, con presencia andaluza y modismos directamente criollos”.

En ediciones posteriores de esa obra, el hijo de Lugones añadió 1236 notas, importante e imprescindible glosario para una mejor lectura del libro. Esas notas se abren con el término “guardamonte” y se cierra con la explicación del contenido histórico del 7 de junio de 1821, fecha que Güemes es herido mortalmente.

Influencias y recuerdos familiares

En Lugones se solaparon y coincidieron la influencia de recuerdos familiares de las guerras de la Independencia con la lectura de “La légende de l’Aigle”, relatos épicos en veinte cuentos, del escritor francés Georges d’Esparbés publicado en 1893 y considerado como “uno de los volúmenes más estimables entre la docena que componen “L ‘épopée francaise”, donde se narran las hazañas guerreras desde la época de Henri IV”.

Según Lermon, en 1896 Lugones conoció a fondo y tradujo parte de la obra de este autor francés. De los veinte cuentos, “La leyenda del águila” y “Le cri de l’abisme” de d’Esparbés”, fueron que tuvieron influencia más en “La Guerra Gaucha”. Sin olvidar la de Pérez Galdón en los “Episodios nacionales”, término que emplea Lugones para definir el contenido de su libro que, como el de Pérez Galdós, esto consagrada a la Guerra Gaucha que “fue en verdad anónima como todas las resistencias nacionales”.

Joaquín V. González

En 1888, se publicó en Buenos Aires “La tradición nacional”, segundo libro de Joaquín V. González el que señala a la tradición como fundamento de la nación. En esa obra, González definió los principales hitos de la historia del país, a partir de la cuales se construirá “la estrofa colosal que debe inmortalizar sus héroes”.

Entre esos hitos destacan el aporte del Noroeste en la Guerra de la Independencia, la vida de San Martín Belgrano y Güemes y el gaucho “hijo genuino de la tradición”, “hijo de la tierra” y “fruto lozano de la amalgama del indígena y del europeo”. En 1817 un oficio dirigido a Güemes por uno de sus comandantes, publicado en la “Gazeta de Buenos Aires”, destacó: “El entusiasmo de los Gauchos es superior a todos los elementos que emplea al arte de la guerra para conseguir victorias”.

En referencia a ese oficio, en uno de sus apuntes para “La Guerra Gaucha”, Lugones anotó: “El título de Gaucho mandaba antes de ahora a una idea poco ventajosa del sujeto a quien se aplicaba, y los honrados labradores y hacendados de Salta han conseguido hacerlo ilustre y glorioso por tantas proezas que les hacen digno de un reconocimiento eterno”. El general Paz señala: “…Los valientes salteños, y principalmente los gauchos (nombre que se hizo honroso entonces) acaudillados por Güemes…”.

Luego de los triunfos de Belgrano en Tucumán y en Salta, otro héroe “aparece en la escena con todos los encantos de las leyendas medievales, y que ha nacido del fondo de la masa como un fruto espontáneo de los bosques”.

Ese personaje es Güemes en quien ve “el tipo perfecto de la leyenda que brilla con luz propia de su cielo, alienta con las palpitaciones de la savia nativa, y recuerda esos héroes de Bretaña, de Escocia, de Asturias, que resisten las inundaciones romanas, normandas y musulmanas de los primeros siglos”. “En esta presentación no queda atado a un pintoresquismo local sino que permanentemente parangona lo local con lo universal”, señala Emilia Solari.

Güemes, añade Joaquín V. González, “es el modelo de su raza, y lleva en su organización todos los elementos físicos y morales que la constituyen, todos los arranques que la impulsan, toda la fiebre que la conmueve, toda la fantasía que la exalta. Sus correrías vertiginosas al frente de sus gauchos montados como él sobre el caballo, transformado también con la influencia de la tierra, son algo que se aparta de la gravedad de la historia para pertenecer a las esferas luminosas de la epopeya y la leyenda, porque solo en ellas se encuentran los tintes variados, los toques irisados, los cambiantes caprichos para describirlas y relatarlas, y por sí mismas son más propias de la imaginación que de la inteligencia” .

Es posible que Lugones haya leído el texto de Joaquín V. González y que haya encontrado en esas páginas una incitación más para explorar esa historia, el escenario de esa historia y sus protagonistas reconocidos y el vasto conglomerado de anónimos heroicos.

Ricardo Rojas

A comienzos del siglo XX, Ricardo Rojas exploró la formación de lo que él llama “la argentinidad”, rescatando aquellos hilos dejado por González. Rojas no redujo la mirada a lo militar y, dentro de esa esfera, a los héroes.

Tampoco la fija en el factor político o económico. Para Rojas el centro es el factor humano. El escenario no es el local, acotado a lo porteño o lo provinciano. El ámbito abarca los virreinatos del Perú del Río de la Plata, y el núcleo es la Intendencia de Salta del Tucumán, porque es “el más antiguo de nuestra nacionalidad” y el que Rojas conoce mejor por sus raíces familiares, por vivencia y por el manejo de sus fuentes documentales.

En Salta, Lugones “Se impregna de recuerdos, imágenes, emociones, todas ellas relacionadas con el pretérito de la ciudad norteña, donde aún viven figuras que compartieron hazañas con los héroes legendarios de la independencia, en las horas bizarras del enfrentamiento con los godos. (…) Toma apuntes históricos a los que su imaginación va rápidamente cubriendo de colorido. El proceso creativo con relación a lo que fue el basamento anímico y documental de su futuro libro ‘La Guerra Gaucha’, publicado en 1905, no admite dudas”, refiere Efraín Bischoff.

Uno de esos guerreros de la independencia que aún vivía en Salta era el coronel José María Todd, que falleció a los 85 años en los días que los universitarios peregrinos estaban en Salta. Enterado de su muerte, Lugones fue a la casa de Todd a dar el pésame a su viuda.

Belgrano y Güemes

El 12 de julio, al día siguiente de llegar a Salta la Peregrinación, la ciudad “se engalana para realizar la Procesión Cívica que, desde el atrio de la Catedral, partió hacia el denominado Campo de la Cruz, escenario en febrero de 1813 de la Batalla de Salta”. Fue presidida por el gobernador interino y presidente de la Legislatura de Salta, Arturo León Dávalos, padre Juan Carlos. Ese día se inauguró la estatua de bronce de Manuel Belgrano que donó el general Julio Argentino Roca. En ese acto descolló Lugones quien “pronunció un emotivo discurso, cuyo texto se publicó en Montevideo”.

Allí escuchó el discurso de Bernardo Frías, que tenía 27 años, quien seis años después terminó el primer tomo de los seis tomos su “Historia de Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia argentina”. Es posible que Lugones haya conocido el primer tomo de Frías cuando estaba haciendo las últimas correcciones al manuscrito de “La Guerra Gaucha”, de la que anticipó algunos episodios en 1898 en los tomos VII y VIII de “La Biblioteca” de Paul Groussac.

El interés de Frías por Güemes se afirmó cuando el gobierno de la provincia le encomendó investigar los antecedentes históricos de los conflictos limítrofes entre Salta y Jujuy. También conoció y escuchó a Arturo León Dávalos, padre del autor de “La Tierra en Armas”, quien tenía 7 años y pudo haber acompañado al acto. En esos años Lugones escribió una elogiosa semblanza del poeta Joaquín Castellanos quien, en junio de 1921, como gobernador de Salta organizó y presidió los actos del Centenario de Güemes.

Aunque Lugones no conocía a Joaquín Castellanos, elogió la persona y la obra del salteño autor de “El Borracho”, obra que años después Castellanos dedicó a Lugones. Esta relación fue otro de los lazos que vinculó al autor de “La Guerra Gaucha” con la tierra de Güemes. A fines de ese año 1894, aún marcado por su Peregrinación Patriótica a Salta, Lugones viajó a Buenos Aires donde fue recibido por Juan B. Justo. Allí dictó conferencias sobre el socialismo y el movimiento obrero europeo.

Concluidos los actos oficiales, “queda a Lugones una tregua para tomarse unos días en Salta”. Fue entonces cuando, según tradiciones orales recogidas por Romero Sosa, Lugones mostró interés en caminar hasta la cumbre del cerro San Bernardo acompañado por los estudiantes que integraban esa Peregrinación. La noche del 15 de julio, treparon al San Bernardo acompañados por jóvenes salteños que hicieron de guías de los visitantes. Llegados a la cima, por cuyas sendas sólo transitaban picapedreros y leñateros, ‘‘otearon desde lo alto y resolvieron quedarse despiertos, hasta ver surgir allí las luces del alba”.

Amigo de Lugones, el salteño Moisés Oliva (h) había viajó con él desde Córdoba. Según testimonio de Policarpo Romero, fue Oliva quien presentó a Lugones a un grupo de jóvenes salteños. Oliva elogió a Lugones como un escritor consagrado. Los anfitriones lo recibieron como tal y le prodigaron una admirada acogida. Uno de ellos propuso una salida nocturna por el suburbio de la ciudad, en cuyos ranchos apenas se disimulaban burdeles y se improvisaban bailongos. “Lugones se encargó de desbaratar el plan, al proponerles efectuar una plácida y bucólica ascensión al Cerro San Bernardo”, anotó Romero.

Lugones en el Cerro San Bernardo

“La invitación de Lugones nos sorprendió por inaudita, pues hasta entonces sólo teníamos noticias de que exclusivamente eran los leñateros quienes efectuaban esa clase de escaladas. Además, conversando entre nosotros, llegamos a la conclusión de que no estábamos en condiciones de servir de maruchos o guías, por no conocer las sendas escabrosas que llevaban hacia la cumbre, entonces sin verdaderos caminos de acceso”.

“La vigilia transcurrió en amena charla, escuchando por momentos la verba entusiasta de Lugones matizada por las acotaciones de Oliva, por los versos de Juan López y por la cháchara de Nicolás López Isasmendi (…)”. Ese fue el real y sorprendente amanecer que, más tarde, trasladó -añadió don Policarpo.

Recordando este primer viaje de Lugones a Salta, Arturo Capdevila escribe: “En este viaje, montañas arriba, se abren como nunca hasta entonces las recias alas de nuestro cóndor. La verdad es que vuelve con una prosa definitiva, después de haber pronunciado allá discursos de una directa y a la par extraordinaria eficacia. Lugones volvió de Salta – éste es el hecho singular – escritor completo”.

Según Efraín Bischoff, en Salta Lugones “se impregna de recuerdos, imágenes, emociones, todas ellas relacionadas con el pretérito de la ciudad norteña” donde aún permanecen vivos muchos recuerdos de los años 1810 a 1821. El poeta, añade, “se siente impresionado, subyugado y forja allí el proyecto de trasladar a relatos todo cuanto escucha”.

Dice Romero Sosa que “la presencia de todo ese rico conjunto histórico-emocional que Salta se aprestó a transmitir a Lugones y que, de hecho, lo dejó impresionado desde su primer momento, es -a la vez- la primera razón valedera que otorga sentido y origen indudable al contenido de los pensamientos y las inquietudes del poeta, al mismo tiempo que a la tarea de elaborar intelectualmente el plan literario de “La Guerra Gaucha”.

Salvarnos del olvido

En “La Guerra Gaucha”, Lugones hace un despliegue no sólo de su dominio de la prosa tan artística como, al decir de Leonardo Castellani, por momentos “amanerada”, sino también de la técnica para describir el paisaje, captar la luz y sus cambiantes matices según las horas del día, percibir sus olores y registrar sus sonidos. Destreza descriptiva que, según Juan Carlos Ghiano, puede deslumbrar al lector pero que también conlleva el riesgo de dejar en el olvido la acción.

La mirada memoriosa de Lugones describió aquel paisaje en el primer párrafo del último capítulo de “La Guerra Gaucha” en el que aparece Güemes: “Al saltar el sol de la retirada, he aquí lo que entretenía el objetivo de un anteojo español, asestado desde la plaza al mamelón más austral del San Bernardo. Entre el cebilar cuya fronda se soliviaba en un esponjamiento de plumaje, cabezas de caballo, sombreros, bustos de jinetes diseñándose tras las ramas; y junto a una higuera silvestre, de lóbrego verdor, una chaqueta roja sobrecargada de oro. La tierna luz de la madrugada esclarecía toda impresión visual; y así, en el acero claro del aire, precisábanse las figuras con seca nitidez”.

También está en esta otra pintura: “Nada se veía en él, pero ya el sol como una oblea carmesí, nacía entre nieblas de índigo. De oro y rosa bicromábanse los cerros de occidente. Flotaba un olor de aurora en el aire. Sobre la escueta cima de la loma frontera, un buey que la refracción desmesuraba se ponía azul entre el vaho matinal. Por un momento, los escarchados ramajes parecieron entorcharse de vidrio. Al fondo la cordillera overeaba como un cuero vacuno manchado de ventisqueros. Algún mogote que decoraron como de un muelle encaje efímeras nieves, eslabonaba aquella enormidad con la inmediata serranía. Allá cerca, la masa arrogándose en plegaduras de acordeón, suavizaba la intensidad cerúlea; y el matiz tornábase violeta ligeramente enturbiado por un sudor de cinc. El macizo oleaje de roca apilaba en una eternidad estéril sus bloques colosos. Muy lejos, en alguna umbría, un tordo cantaba…”.

Visitas de Lugones a Salta

Según Romero Sosa las visitas de Lugones a Salta fueron cuatro. La primera, la habría realizado en su niñez, cuando tenía diez o doce años, acompañando a su padre Santiago Lugones, aunque las únicas pruebas de ello son imprecisas referencias de viejos salteños nacidos a finales de la primera mitad del siglo XIX.

La segunda, es la realizada acompañando a los estudiantes que integraron la Peregrinación Patriótica de 1894. La tercera visita es la del año 1901, meses después de ser designado visitador de la Inspección General de Enseñanza Normal y Especial. La cuarta y última fue la de 1925, a su regreso de Lima después de haber participado del Centenario de la Batalla de Ayacucho donde exaltó “la hora de la espada”, presagio del golpe militar de 1930 encabezado por el hombre señalado para blandirla, el general salteño José Félix Uriburu.

Lugones retornó a Salta en 1901 como inspector de Enseñanza Normal y Especial Secundaria. En esa ocasión cumplió sus tareas en el Colegio Nacional “Dr. Manuel Antonio de Castro” y en la Escuela Normal. En el Libro de Inspecciones del primero escribió su evaluación y recomendaciones a los profesores cuyas clases observó.

Estas giras le permitieron conocer desde dentro los problemas de la educación argentina. Años después escribió: “Este país ha padecido siempre una inmensa falla en la educación pública”. La Argentina hacía una “perenne dilapidación del talento del país”. Poco o nada se logrará si no arraiga entre nosotros el hábito de la lectura.

En su visita a Salta como inspector, Lugones insistió en la necesidad de “convencer” a los jóvenes de que “la lectura no es cosa secundaria y baladí”, sino que contribuye eficazmente a la formación de la persona y del ciudadano “haciendo obra de moral efectiva al conmover el espíritu con el influjo prepotente y seguro de lo verdadero, de lo general, de lo bello”.

Tuvo razón Leonardo Castellani cuando en 1963 señaló que “sería un desastre para la Argentina que olvidase a Lugones”. El propio Lugones intuyó nuestra propensión a la amnesia cuando apeló a la memoria como cura del olvido: “Que nuestra patria quiera salvarnos del olvido / Por estos cuatro siglos que en ella hemos servido”.-

– Por Gregorio A. Caro Figueroa (*)
(*) Redactor principal de la revista “Todo es Historia”, fundada por Félix Luna en 1967.

– Foto de portada tomada de raicesdetradicion.blogspot


– Nota relacionada:

El libro injustamente olvidado de Lugones sobre la guerra gaucha
– http://www.salta21.com/El-libro-injustamente-olvidado-de.html

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -spot_img

Últimos Artículos