A sala llena en el Teatro del Huerto, anoche, el público aplaudió de pie la performance de un ramillete de sex symbols de los ochenta, convertidas en señoras de la escena teatral nacional. El comentario tiene que ver con que en sus épocas brillaron por sus cuerpos y hoy lo hacen no sé si tanto con la mente porque se hayan puesto reflexivas, pero sí con el talento.
José María Muscari, el dramaturgo “elegido” por las divas y viceversa, se coloca en el papel de “biógrafo” de las estrellas Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyrou, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva (esta última no estuvo presente en el escenario local). Si bien es cierto que se entremezcla la ficción con la realidad, también es cierto que al hacer Albinoni de Albinoni o Aguirre de ella misma, la obra se convierte en una especie de autobiografía que, aunque tiene la mirad del director y dramaturgo, el espectador solo ve al personaje contando su tragicómica historia de vida.
La espectacularidad avasalla el fuerte discurso en ocasiones, es decir, como la escena viene a constituirse en una mixtura de géneros en la que abundan el vodevil, el sktech propio de las revistas, la comedia de situaciones y el drama, el resultado de esto es un show personalizado en el que cada figura tiene su momento. El hilo que le da sentido al entramado de acciones y parlamentos está muy bien pensado, organizado y estructurado de manera que equilibre el condimento show con el teatro. Fuertes anclajes en el lenguaje televisivo rompen la linealidad de la acción y permite ir y volver por las vidas de estas artistas sin que se pierda la lógica argumental, esa línea por donde fluye el sentido: haber pasado del estar al no estar.
Lo más importante de la obra me pareció el juego discursivo sobre el significado de “extinguirse” que permite bajar a niveles más profundos donde comienza a funcionar no sólo la interpretación sino la construcción reflexiva de lo que se muestra. En esta aparente llama del éxito que se apaga está la misma clave del resurgimiento de estas figuras, puesto que donde hubo fuego… o mejor aún, renacerán como el ave Fénix de entre esas cenizas… La idea de la forzosa desaparición tiene que ver con tópicos más interesantes que emplearon Calderón de la Barca y otros escritores españoles preocupados por lo efímero de la belleza. Traslado al hoy, esa belleza tiene que ver con la imagen; pero además, la fugacidad de la vida y el paso del tiempo se resignifican en una mirada post moderna ahora de Muscari, quien toma temas universales para anteponerlos a sus personajes.
Ellas, las protagonistas, no escapan de la imagen que se revela crítica ante las siliconadas mujeres de las nuevas camadas de modelos o vedettes que, por otro lado, resultan ser cuerpos vacíos en contraposición con lo que ellas fueron en el pasado y son en un presente. Ligado a esto, no escapan al paso del tiempo ni a la proximidad de la muerte. Y entre juegos de sentido, la imagen que se deteriora con el correr del tiempo tiene que ver con la falta de trabajo y la ausencia de sus nombres en la pantalla o en el escenario. Todo está sutilmente encadenado. Hay algo de lo existencial en este vacío y esta desaparición que se traduce en un cansancio espiritual-logrado en los soliloquios- y en una necesidad de reivindicación en la frase que está implícita: no somos cuerpos, somos personas, somos mujeres que sufrieron y que por amor a los hijos, al teatro o a nosotras mismas, pudimos sobrevivir.
El discurso directo (la obra está llena de múltiples procedimientos escriturarios) se pretende confesión intimista de cada una de ellas en tramos de sus vidas que las marcaron definitivamente. El público asiste a una especie de reality show guionado, por el que ve desnudarse el alma y desnudar el cuerpo, todo al mismo tiempo. A pesar de reconocerse “extintas” todas son bellas mujeres que lucen el cuerpo y exhiben el alma. Ahora “extintas” u olvidadas en un ámbito, conservan lo que es mucho más valioso: el amor de su gente. Creo que también este “peligro de extinción” se sujeta a la idea de que hay que cuidar la “especie” porque estas mujeres son únicas. No hay más. Quedan pocas. Extinguidas les da un rango de particularidad, de joya preciada, de lo que está en peligro de desaparición y de inexistencia.
En lo que respecta a la mujer objeto, y esta es una opinión personal muy mía y por supuesto discutible, para dejar de serlo hay que correrse de ese lugar. Si bien Muscari quiere que se vean en su esencia, por lo que son, por sus virtudes, que hay una máscara de tristeza detrás de la pose, no tendría que haber habido ningún desnudo. Creo que, y reitero, a título personal, debió ser otro el vestuario y que no hayan mostrado mucho más que la rodilla e insinuado los senos. Porque de esta manera, ser objeto o cosa, solo cambió de época. Puede también haber otro significado: me muestro a pesar que no estoy en vigencia ni soy joven ni figuro en las marquesinas; me muestro porque mi cuerpo ahora es otro, y se lo mira en el conjunto y soy más que un par de senos o un lindo trasero.
Adriana Aguirre está despampanante. La Tana desborda en su emocionalidad y en su deseo de transmitir un “mensaje” a través de su confesión en una especie de “yo pude, vos también”; Luisa Albinoni logra destacarse por su composición como comediante; Mimí Pons llena el escenario y lo subyuga con su seducción, con una increíble actitud de “yo soy, yo existo, yo estoy”; Smith y Timoyko producen esa cosa de la nostalgia de lo que fueron; Salomón, Peyrou y Dal, son el recuerdo vivo de una glamorosa época. Todas son parte de los años dorados en que mientras eran admiradas por sus cuerpos, eran atacadas por eso mismo. Fueron amadas y criticadas.
“Extinguidas” es una comedia dramática que relata la historia sobre las glorias y avatares del destino de estas mujeres en un intento por dejar de ser las divas del pasado para ser las artistas del presente. Un reclamo con devolución de su propia humanidad.
– Foto tomada del sitio Alto escándalo