El 1° de mayo se conmemora mundialmente el Día Internacional del Trabajador en homenaje al grupo de sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en 1886 por reclamar una jornada laboral a 8 horas. Hoy, 131 años más tarde, nos encontramos en una realidad laboral diferente. Sobre la influencia que tendrá la tecnología en la relación patrón-empleado opinó para Télam Diego Pasjalidis, director de Ingeniería Industrial y Licenciatura en Gestión Ambiental en la Fundación UADE.
El 1° de mayo se conmemora mundialmente el Día Internacional del Trabajador en homenaje al grupo de sindicalistas anarquistas (denominados los»mártires de Chicago»), que fueron ejecutados en 1886 por encabezar un reclamo por la reducción de la jornada laboral a 8 horas cuando lo «normal» en ese entonces era trabajar entre 12 y 16 horas.
Hoy, 131 años más tarde, nos encontramos en una realidad laboral diferente. Ya no se trata de la relación patrón – empleado sino de la influencia que tendrá el avance de la ciencia y la tecnología en nuestras actividades, para algunos un hecho mediato y para muchos otros un futuro inmediato, en donde el trabajador sería reemplazado por las «máquinas».
Consciente o no, un joven que hoy tiene 30 años fue testigo de cómo el e-mail afectó a la industria de la correspondencia postal, internet a los medios de comunicación, y diversas aplicaciones móviles que han impactado en centenares de modelos de negocios que debieron adaptarse para sobrevivir.
La evolución tecnológica nos sigue proponiendo desafíos. El desarrollo de las economías digitales, los cambios cada vez más dinámicos y disruptivos, con una población cada vez más longeva y una mayor integración global, cambiarán la forma en la que se trabaja y, por ende, los desafíos que deben afrontar hoy los actores sociales y políticos.
Según reporta la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en su estudio «El riesgo de la automatización en el trabajo en los países miembros de la OCDE» (2016), entre el 9% y 12% de los empleos podrían desaparecer debido a los efectos del avance tecnológico en el mercado laboral, un dato no menor si consideramos que esos porcentajes pegan de lleno sobre los puestos menos calificados, impactando sobre los individuos más vulnerables.
Esto exige un cambio estructural que debe incluir a los sectores educativos, sindicales y empresariales además de las instituciones de Gobierno.
Ya no se trata, como antes, de un grupo de trabajadores peleando contra las empresas, sino de individuos unidos para enfrentar mejor el cambio, que será inminente. Negar esta situación es solo una resistencia temporal que no hará más que postergar una decisión y – con ella – profundizar las tensiones que todo cambio implica.
Debemos comenzar a entender la relación que existe entre la digitalización, trabajos y habilidades, y como el cambio tecnológico va sustituyendo actividades, a la vez que va creando otras. La brecha social y económica estará asociada a cuan robotizable sea nuestra función.
De hecho, el vocablo inglés robot proviene de robota cuyo significado es «trabajo duro» o labor en checo, asociado al trabajo pesado o forzado.
El mundo ya no aceptará trabajadores, independientemente de su calificación, que no posean un mínimo nivel de conocimiento sobre tecnologías de información y comunicación. Pero no es solo esto los que nos salvará de la robotización. La adaptación a esta evolución requiere el desarrollo de habilidades clave como saber manejar la complejidad, trabajando de forma menos rutinaria o «automática», aprendiendo a solucionar problemas en situaciones diferentes, teniendo una sólida base para comunicarse, para resolver problemas con autonomía y capacidad de cooperación.
La clave para los trabajadores es saber comprender que su función final es la de facilitarle la vida a otros (guiando, acompañando o resolviendo problemas y creando nuevas oportunidades) en donde la flexibilidad, la capacidad de aprender y la innovación serán pilares del trabajador del futuro que se aproxima.
Las instituciones, por su parte, deberán acompañar con estructuras que incorporen dosis de meritocracia y tecnocracia para así romper con los viejos paradigmas ideológicos y culturales que muchas veces los obligan a tomar medidas ex post, no solo colocando el caballo detrás del carro, sino – en ocasiones – poniéndolos al revés.
– Por Diego Pasjalidis*
(*) Director de Ingeniería Industrial y Licenciatura en Gestión Ambiental en la Fundación UADE
– Télam