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jueves, diciembre 26, 2024

El Nobel a Borges y la caída de Allende

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En franco desmoronamiento de los ideales liberales y reformistas, y en plena Guerra Fría, para la época en que Borges dedicaba un poema al compositor alemán Johannes Brahms (1970), el autor del Requiem y adversario de Wagner, en Chile triunfaba electoralmente el 4 de septiembre de ese año un radical programa político conocido como la vía chilena al socialismo (una consigna de transición pacífica pero que de tan repetida se volvió un slogan), que incluía la doctrina constitucionalista del General René Schneider y un eventual punto de inflexión cuando se operaría el pasaje a una economía mixta, antesala del socialismo.

Paralelamente, en Argentina se había producido como réplica del Golpe en Brasil de 1964 (su presidente derrocado Joao Goulart se asiló en Uruguay), y ambos como prevención frente a la amenaza Castrista el Golpe de Ongania al precario régimen democrático que destituyó al presidente Radical Arturo Illia (1966), que no fue resistido por nadie (ni siquiera por el estudiantado Reformista ni por la militancia de los demás partidos políticos), ni combatido por Perón pues aconsejaba “desensillar hasta que aclare”, y fue inicuamente apoyado por la burocracia sindical. Al mes siguiente del Golpe se había puesto fin a la autonomía universitaria en la “Noche de los Bastones Largos”; y se había culminado con el asesinato en junio de 1970 del ex presidente argentino Pedro Eugenio Aramburu, por un comando paramilitar sospechado de connivencia con la dictadura de Ongania. Pero ya cuatro años antes del Golpe contra Illia había sido destituido con violencia el presidente Arturo Frondizi, pese a haber resistido al eje La Habana-Rio de Janeiro-Buenos Aires propuesto por Fidel Castro en 1960.

En su afán por entender el asesinato de Aramburu, quien como al prócer argentino Francisco N. Laprida también le había llegado el “destino sudamericano”, Borges buscó conocer la lógica del nuevo magnicida para poder retratarlo en un cuento. El perfil del magnicida imaginario elegido por Borges debía tener semejanza con el Montonero que vengativamente ejecutó a Aramburu, supuestamente ligado a las fuerzas de choque del nacionalismo católico y al lonardista Ministro del Interior Gral. Francisco A. Imaz. Esta idea fija y obsesiva guiaba la búsqueda de Borges desde que estudió los casos del alcohólico Fraile Aldao (asesino de Laprida), del inconfeso e impenitente genocida Dietrich ejecutado en Nüremberg, y del filo-nazi Juan Ramón Queraltó, Jefe de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), que ordenó ultimar al dirigente estudiantil Salmún Feijóo en Buenos Aires (4-X-1945), y que ficticiamente se retrató en la obra conjunta con Bioy Casares conocida como La Fiesta del Monstruo (1947).

Pese a las profundas diferencias con el crimen de Aramburu, el personaje magnicida del nuevo cuento recayó en el estudiante de derecho de filiación política colorada Avelino Arredondo (con ese mismo nombre y apellido se titula el cuento), y la víctima propiciatoria en el adinerado terrateniente y Presidente colorado del Uruguay decimonónico Juan Idiarte Borda. Arredondo asesinó a Idiarte Borda en 1897 por considerar que traicionaba los ideales del coloradismo (liberalismo uruguayo, fogueado en la “Troya de América” que fue Montevideo, donde peleó su abuelo Francisco Borges), pero la guerra de los blancos contra los colorados continuó siete años más hasta culminar en 1904 en la batalla de Masoller con la muerte del gauchesco líder blanco Aparicio Saravia, y la consagración en el partido colorado del liderazgo reformista de José Batlle y Ordóñez.

En medio de un creciente proceso insurreccional de guerra irregular urbana y rural (Tucumán), habiendo tenido lugar el 20 de junio de 1973 el mesiánico retorno de Perón (tras diecisiete años de exilio), y en medio de la Masacre de Ezeiza, en Chile –donde regía una vía pacífica al socialismo– ocurrió apenas tres meses después la violenta caída del primer gobierno socialista de Sudamérica, tocándole esta vez a Salvador Allende el cruel “Destino Sudamericano”. A partir de entonces, Borges fue jubilado de oficio, y se inauguró una etapa donde la renaciente democracia argentina se subordinó a un inédito terrorismo de estado de naturaleza oculta, clandestina, y secreta.

En efecto, la democracia representativa, la autonomía universitaria, y la justicia independiente se supeditaron primero en el gobierno de Cámpora a la lógica de un doble poder entre la organización Montoneros, conocida en la jerga peronista como “formaciones especiales”, y la burocracia sindical; y luego en los gobiernos de Perón y de Isabel Martínez de Perón a la lógica de la violencia ilegitima, y su monopolio por fuerzas irregulares al servicio del estado, un escuadrón de la muerte u organización paramilitar, llamado entonces “Triple-A” (Alianza Anticomunista Argentina), que superó en materia de terror y criminalidad a las antiguas fuerzas de choque (ALN). En cuanto al aparato represivo para-militar de la Triple-A estuvo al frente del poder real, con su bautismo de fuego en Ezeiza (VI-1973), y sus responsables penales aún impunes. Ese clima represivo se extendió a los países vecinos de Uruguay y de Bolivia, y ni hablar del Paraguay de Stroessner.

En Uruguay, Juan María Bordaberry, acosado por la oposición violenta del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), dio un golpe de estado el 27 de junio de 1973 que disolvió el Parlamento y prohibió los partidos políticos. Y en Bolivia, el General Hugo Banzer, que sustituyó al carismático y políglota General René Barrientos, fallecido en un misterioso atentado aéreo, hizo para esa fecha un giro criminal en su gobierno de mano de hierro.

– por Eduardo R. Saguier
Museo Roca-CONICET-Argentina

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