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sábado, diciembre 21, 2024

La existencia como reproducción del ahora

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Cuántas veces hemos oído decir que la vida es como una película de la cual uno es único protagonista. Entonces hay tantas como personas existen, y de quienes ya no están conservamos sus biografías como filmes históricos que con seguridad han dejado un legado. Los demás, los vivientes, continuamos construyendo los propios capítulos con el correr de los años y la experiencia cotidiana.

Hay largometrajes y cortos, algunos en blanco y negro y otros a todo color, siempre desde la óptica de quien aprecia la escena. Resulta fascinante preguntarse el por qué del papel irrepetible que le ha tocado a cada uno en un cuerpo dotado de la mezcla exacta de genes de dos seres escogidos para darnos la vida, en un espacio temporal y físico determinados, con una auto-conciencia de existencia particular que los demás pueden observar e interpretar pero jamás comprender en su totalidad.

También resulta certero que rara vez los protagonistas nos encontramos en condiciones de hallar las palabras y gestos exactos, de manera que el resto de los mortales entiendan lo que nuestros sentidos, mente y alma experimentan diariamente y con naturalidad. Pero es innegable que los demás ejercen un rol insustituible para otorgar un significado al modelado vital que gestamos con el transcurso del tiempo.

Y cada segundo que agregamos al calendario, es vivir y morir un poquito más. Porque nos extendemos en la permanencia en este mundo, pero también nos acercamos al final que todos sabemos que algún día vendrá. Por un claro y necesario instinto de supervivencia y autoprotección, al ser humano le es vedada por su mente la verdadera conciencia de que algún día la película llegará a su conclusión. Si bien se conoce este hecho innegable, se lo pospone para más adelante, se lo percibe como lejano y remoto, de manera de aprovechar mejor las circunstancias para enriquecer el disfrute y amor por el don precioso de existir. No malgastar nuestro bienestar psicofísico imaginando cómo será el momento de deceso, sino apreciar cada instante adicional que nos es regalado gratuitamente.

La vida sucede como un presente continuo para todos sin excepción, con un pasado que es recordado por un maravilloso recurso como lo es la memoria, y con un futuro que puede ser imaginado y proyectado, pero jamás predicho. Porque ese es uno de los más misteriosos fenómenos: no se puede volver ni tampoco ir más allá del ahora.

La diferencia es que el pasado se conoce, mientras que el futuro se manifiesta dispuesto para conocer. Sabemos cuando nacimos pero no cuando moriremos. Los acontecimientos ocurridos sirven a modo de preparación para lo que vendrá, pero nunca nos permitirán del todo anticiparnos a algo cuyo conocimiento nos está vedado de antemano.

Así es posible reconocer que los peores enemigos del presente lo constituyen la nostalgia y la ansiedad, una apañando el inmenso deseo de volver a vivir lo que ya fue, la otra desesperando por obtener el control y conocimiento del porvenir.

Quien realmente disfruta de la película que se encuentra protagonizando transita un camino de conexión absoluta con el momento, relegando a su justo lugar lo que vivenció el baúl de los recuerdos y anécdotas para revisar con cariño, pero sin melancolía y preocupándose lo necesario por aquello que acontecerá. Cierto es que para muchos resulta una tarea titánica luchar contra los fantasmas del pasado y no pensar en las contingencias que atravesarán en las proximidades de cada segundo que transcurre. Pero igualmente, el desafío es válido si se pretende disfrutar de una vida rica y plena, llena de complejidades, matices y colores, tantos como tantas personas vienen a compartir con nosotros este fenómeno del ser tan complejo de comprender.

Todos conformamos pequeños mundos únicos e irrepetibles que abrimos juego al resto, a modo de anillos que se entrelazan asumiendo simultáneamente roles en la propia película y en las de los demás. De esta manera, el misterio de la vida se vislumbra en su total plenitud como un film que rebasa el entendimiento humano, pero que merece la pena protagonizarse.

– Por Alejandro Francisco Musacchio
El Litoral

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