De esta película diré que además de tensionante, inesperada y bruta, es fascinante. El estilo, los primeros planos a la protagonista, la visión extrañada del mundo y las potentes imágenes, revelan un discurso polémico que va del mito al rito como una especie de “alumbramiento” traumático. Toca el límite de lo soportable; sin embargo, lo bello, sigue siendo el condimento de un cine artístico que le gana a lo simple, y siendo la imagen de lo perfecto alegórico, es infinitamente amargo.
El tema de la maternidad está presente y el conflicto “aparente” de una pareja en la que Él, un impresionante Javier Bardem, es mayor a su mujer, una enorme Jennifer Lawrence. La vuelta al origen – y con ello la evidente estructura cíclica- parece remitirnos a un relato Bíblico en el que la casa que ella cuida esmerada y hasta obsesivamente es nada menos que el Jardín del Edén. Darren Aronofsky, el director, abreva en la representación de Caín y Abel, los hijos de Ed Harris que sería Adán, el primer hombre del paraíso; y de Michelle Pfeiffer, el equivalente a Eva, que aparece cuando Él descubre la herida en la costilla de este hombre.
Aparece sí, en “Madre”, la relación entre musa y creador, ella es la olvidada aunque sea su gran Inspiración.
La figura masculina central va mostrado diferentes facetas, mezcla de lo mundano y lo divino, hasta que vemos un Dios, idolatrado y absurdo, quien exige de una mujer hasta la última gota de su sangre. Ella deberá inmolarse en el nombre del amor.
Una película que va de corazón a corazón, y cuya interpretación depende de la complicidad con el espectador. Nada es definitivo, pero tampoco casual ni ingenuo. El film es una metáfora de la creación, más allá de cómo se perciba su encantamiento. La experiencia vale la pena.