El pulso rossiniano es difícil de lograr como también lo es la búsqueda de un equilibrio sonoro que destaque el especial color de una Italia vital (…) El maestro Calderón, es eso precisamente, un maestro. Alabó a la orquesta local lo cual es un halago viniendo de semejante figura.
Salta, martes 8 de mayo de 2018. Teatro Provincial. Orquesta Sinfónica de Salta. Director Invitado Maestro Pedro Ignacio Calderón. Obertura Semiramis: Gioacchino Rossini (1792-1868). Sinfonía nº 83 en sol menor: Franz Joseph Haydn (1732-1809). Sinfonía nº 5 en mi menor op. 64: Piotr Ilych Tchaikovsky (1840-1893). Aforo 85%. Palabras del contrabajista Marcelo Sutti representado a los músicos de la orquesta y agradeciendo la presencia del maestro que vino con la colaboración del Ministerio de Cultura de la Nación.
El director Emérito de la Orquesta Sinfónica Nacional, el ilustre maestro Pedro Calderón visita una vez más nuestra ciudad. El presente es el primer concierto luego de dos complejas operaciones quirúrgicas de las que no solo se recupera muy bien sino que le permitieron traer su sabiduría, su animosa personalidad, el deseo de transmitir su sensibilidad musical y también el profundo conocimiento de lo que debe mostrar un conductor orquestal de altísimo nivel.
Abrió el concierto con una de las más atractivas “oberturas” de Rossini, insigne compositor de óperas y páginas menores. Se trata de Semiramis, la reina asiria sobre la base de una tragedia escrita por Voltaire. La comprensión y la visión del maestro, que exhibe con orgullo una trayectoria cargada de premios, distinciones del país y del extranjero, enamoró al público presente que advirtió estaba ante una figura verdaderamente importante de la música. El pulso rossiniano es difícil de lograr como también lo es la búsqueda de un equilibrio sonoro que destaque el especial color de una Italia vital. La cuerda íntima, flexible o explosiva, la delicadeza de la madera y la potente fuerza de los metales conforman en conjunto la exposición de una brillante obertura. La versión es netamente italiana con lo que los pentagramas de Rossini fueron lujosamente dichos.
Luego vino la segunda de las llamadas “sinfonías de París” escrita durante el productivo año de 1785. El sobrenombre de “Sinfonía de la gallina” viene del tema que recuerda a los oyentes el movimiento de una gallina caminando. La temática es original y su contrapunto se debe a la maestría del autor. Además su manejo de las tonalidades es singularmente llamativo, sol menor, si bemol mayor, do menor, mi bemol mayor, sol mayor y fa menor dan como resultado una sinfonía de verdadero atractivo con un bello minué en el tercer movimiento.
Finalmente la quinta sinfonía del atormentado Tchaikovsky. La orquesta la conoce bien y el maestro mejor todavía. La dirigió de memoria, la línea, los acentos, los cuidados diálogos entre cuerdas y vientos, el solo de Pablo Ahumada (corno) en el segundo movimiento, que le da fama a la obra además de exhibir un momento de inocultable romanticismo, los diálogos entre el oboe de Emilio Lépez primero con el corno y luego con la cuerda, la musicalidad de Santiago Clemenz (flauta) o de Cecilia Borzone (picolo), el “vals” del tercer movimiento, elegante, llamativo, dan el marco preciso para un vibrante movimiento final, majestuoso primero y vivaz después hasta llegar al espectacular final acorde con lo escuchado hasta ese momento.
El maestro Calderón, es eso precisamente, un maestro. Alabó a la orquesta local lo cual es un halago viniendo de semejante figura. El desempeño orquestal fue irreprochable en general. Pero lo más significativo era el placer de los músicos al reconocer la maestría del director visitante. En el terreno de la subjetividad el concierto conmovió, agitó el alma, emocionó y fue respondido con el público de pié aplaudiendo largamente. Percibió una muy grande cantidad de sutilezas en el discurso musical su riqueza tímbrica y su logrado colorido. Notable visita.