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domingo, noviembre 24, 2024

Mundiales y crisis: una constante que marcó la historia de la Argentina

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Durante la mayoría de sus 16 participaciones, el país vivió sucesivas debacles, golpes de Estado y hasta una guerra.

En la madrugada del domingo 2 de junio de 2002, cuando la selección argentina debutaba en el Mundial de Corea/Japón, los diarios estiraron su cierre o lanzaron una segunda edición para incluir el triunfo 1-0 sobre Nigeria. Eran demasiado escasas las buenas noticias en el país como para ignorar un éxito. La portada de LA NACIÓN de aquel domingo abrió con un título a dos columnas («Niega el Gobierno un adelantamiento de las elecciones») al que siguió otro recuadrado a cuatro columnas: «Primer festejo de todo el país después de 6 meses». El triunfo del seleccionado de fútbol daba a los argentinos un motivo de alegría, una tregua a tanta amargura.

Durante casi los últimos ochenta años, la disputa de los Mundiales de fútbol se superpuso con la zigzagueante historia de la Argentina, expresada cada cuatro años en turbulencias, momentos críticos o directamente trágicos, como ocurrió en 1982. La selección celeste y blanca participó en 16 ediciones del torneo, y no es audaz asegurar que, en la mayoría de los casos, el país no la pasaba bien.

Ese desacople se instaló desde el arranque. En 1930 coincidieron dos acontecimientos muy dispares. Jules Rimet, el titular de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), hizo disputar la primera Copa del Mundo en julio, cuando al mundo todavía lo sacudía el crack de Wall Street. Sus efectos golpeaban duramente a la Argentina, en la que, 37 días después de la final del Mundial que el equipo nacional perdiera 4-2 contra Uruguay, el general José Félix Uriburu inauguraba el nefasto ciclo de los golpes de estado, al derrocar el 6 de setiembre a Hipólito Yrigoyen.

El 80 por ciento de los ingresos públicos del país provenían del comercio internacional, que se redujo a la mitad tras el crack de 1929; así se produjo en 1930 lo que los expertos denominaron la tercera gran crisis de desempleo (después de las de 1890 y 1914) en la Argentina. Como la radio a transistores era una quimera, durante el Mundial las multitudes se agolpaban frente a las redacciones de los diarios, que recibían por cable las alternativas de los partidos y las informaban a través de pizarras.

Una larga ausencia en los Mundiales se cerró con la fallida participación de 1958. En mayo, Arturo Frondizi había asumido la presidencia; en junio la selección sufrió el llamado Desastre de Suecia (una derrota 6-1 ante Checoslovaquia) que motivó una lluvia de «huevos y monedas», según José Sanfilippo, integrante de aquel equipo, a la vuelta a Ezeiza; allí, en agosto, aterrizó una misión del Fondo Monetario Internacional que venía a negociar un préstamo porque la deuda externa argentina había prácticamente alcanzado los mil millones de dólares.

El Desastre de Suecia significó un retroceso de veinte años para el fútbol argentino; el país no se quedó atrás. En 1962, el año del Mundial de Chile, el peso se devaluó un 60 por ciento entre enero y diciembre; José María Guido desplazó a Frondizi de la presidencia -lo que derivó en que tuviéramos tres ministros de Economía (Jorge Wehbe, Federico Pinedo y Álvaro Alsogaray) en apenas dos semanas- y el enfrentamiento entre las facciones militares conocidas como Azules y Colorados tiñó de tensión el clima social. Dos meses después de la caída de Frondizi, la selección produjo una de sus más anodinas actuaciones en Copas del Mundo.

Los cambios presidenciales eran habituales en años de Mundial. Para 1966, «hicieron una gira de un mes y medio antes del campeonato, nos fuimos con [Arturo] Illia en la presidencia y cuando volvimos ya estaba [Juan Carlos] Onganía», recordaba hace unos años el inolvidable Roberto Perfumo. La derrota en Wembley ante Inglaterra y la escandalosa expulsión de Antonio Rattin, que fue a sentarse a la alfombra del palco real, ocurrieron el 23 de julio, casi cuatro semanas tras el derrocamiento de Illia. El entrenador inglés, Alf Ramsey, calificó de «animales» al equipo argentino; en Buenos Aires fueron declarados «campeones morales», mientras Onganía los hacía «acreedores al jubiloso recibimiento con que os esperan el pueblo y el gobierno de la Patria».

La muerte de Juan Domingo Perón, el lunes 1° de julio de 1974, sorprendió a la delegación argentina en pleno Mundial de Alemania; los jugadores improvisaron rápidamente en la concentración de Sindelfingen una capilla ardiente para orar por la memoria del presidente fallecido. Un día antes habían perdido 2-1 con Brasil y, para el último partido, contra la Alemania Democrática, algunos futbolistas argumentaron no estar en condiciones anímicas de jugar.

En la Argentina signada por la violencia política, Isabel Perón quedaba a cargo del Ejecutivo. El nivel de empleo era elevado, pero el congelamiento de precios y salarios provocaba desabastecimiento y mercado negro. El dólar aumentó un 100% a lo largo de 1974, el país se deslizaba hacia su período más oscuro y desgarrador.

Los indicadores de 1978 son demoledores, como recuerdan Marcos Novaro y Vicente Palermo en su ensayo de 2003 sobre la dictadura militar: «la inflación persistirá indomable: a lo largo del año alcanzó el 176% mientras el producto disminuía 3,2% (.) y el déficit fiscal pasaba del 3,7 (1977) a 4,9 del PBI». Aunque había sido presupuestado en 70 millones de dólares, el Mundial 1978 acabó costándole a la Argentina 800 millones.

El Proceso de Reorganización Nacional, que gobernaba desde marzo de 1976 imponiendo el terrorismo como política de Estado, vio en el certamen la oportunidad de legitimarse. «Quizás con el Mundial el régimen vivió sus mejores horas», postulan Novaro y Palermo. Ese momento «fue, desde luego, el de más angustia para los perseguidos». Alberto Tarantini, uno de los campeones del mundo tras la victoria final 3-1 sobre Holanda, admitió hace unos años ante este cronista: «Nos utilizaron, no digo que no, utilizaron políticamente el Mundial. Se aprovecharon de lo que ganamos nosotros pero no pudieron usufructuarlo en el exterior. Duró un mes, después volvimos a la realidad».

La realidad podía ser mucho más dura, como ocurrió en 1982. En directo para todo el país y en colores, la selección argentina campeona del mundo debutó en el Mundial de España con un derrota 1-0 ante Bélgica, el 13 de junio; el mismo día, las fuerzas inglesas lanzaban su ataque final sobre las colinas que rodeaban a Puerto Argentino, que se rendiría al día siguiente. Los chicos en las trincheras habían escuchado el partido con sus portátiles: el gol de Erwin Vanderbergh se relató mientras argentinos e ingleses combatían cuerpo a cuerpo en Monte Longdon. La tragedia se lo devoraba todo, incluido el fútbol: morían 649 argentinos en el conflicto, otros 1082 resultaban heridos.

De la mano de Diego Maradona , el segundo título mundial llegó en 1986 a un país que disfrutaba la democracia pero que sufría todavía altos índices de inflación (81,9% aquel año) y los primeros signos de debilitamiento del Plan Austral. Raúl Alfonsín les cedió el balcón de la Rosada a los campeones mundiales.

El Plan Bonex, impuesto para estabilizar la economía después de la hiperinflación (3079%) de 1989, preludió el subcampeonato de 1990. El tambaleante presidente Carlos Menem asistió en Milan al abucheo del himno nacional en el estreno del Mundial de Italia, cuando la selección caía 1-0 ante Camerún. Durante el mes que duró esa Copa del Mundo, el dólar pasó de 5.310 australes a 5.465. Menos de un año después, tras una inflación anual del 2.314%, se impuso la convertibilidad.

Durante la hecatombe del 2002, la magnitud de la crisis fue tal que tras la sorpresiva eliminación en primera ronda, Juan Pablo Sorín pedía «perdón a los argentinos por no darle la alegría que ellos estaban esperando» y Juan Sebastián Verón decía sentir «un inmenso dolor, por nosotros y por los argentinos que esperaban tanto de este equipo».

Los últimos tres mundiales no necesitaron mitigar tanto. Ahora, en un año de corrida cambiaria, inflación en alza, FMI y una selección que no termina de armarse, la expectativa está depositada en Rusia .

– Por Pablo Vignone
La Nación

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