El arzobispo de Salta, Mario Antonio Cargnello, pidió disculpas luego de que una joven, Agustina Gamboa, denunciara que su padre biológico es un reconocido sacerdote de la provincia norteña, a quien no ve hace cuatro años.
«Pido humildemente perdón a Dios, nuestro Señor y atodos los hermanos por el dolor causado por la noticia, el escándalo que la misma suscita y el daño que los hecho han provocado», indicó en un comunicado.
El cura acusado se llama Carlos Gamboa. Agustina nació en mayo de 2000 y fue anotada con el apellido de su madre, porque el sacerdote no quiso hacerse cargo. Fue reconocida dos años después, tras una decisión judicial. Pero ella recién conoció a su padre biológico a los 7 años. Lo vio pocas veces y hace 4 años que no se reúne con él.
Al respecto, el arzobispo señaló que es su «deseo y propósito, restañar las heridas causadas» a la joven y aclaró que está «abocado al estudio de lo manifestado por la señorita Gamboa Arias para conocer todos los hechos».
«Entregaré al Señor Promotor de Justicia de la Arquidiócesis todos los datos que dispongo para que sean analizados a la luz del ordenamiento canónico vigente», aclaró.
«Les ruego que acepten mi compromiso de trabajar por la santificación de los sacerdotes y el servicio a todo el Pueblo de Dios que peregrina en Salta. recemos por todos los afectados por esta situación, recen por los sacerdotes y por mí, para que nos dejemos convertir por el Señor», concluyó.
«Mi papá es cura, me abandonó y ahora lo escucho hablar de cuidar ‘las dos vidas'»
Agustina Gamboa tiene 18 años. Aquí cuenta su triste historia con su padre biológico, un reconocido sacerdote salteño, a quien no ve hace cuatro años.
Agustina Gamboa nació en Salta. A los tres años se fue a vivir a Buenos Aires con su mamá y su «papá del corazón», pero creció con la certeza de que su padre biológico era un hombre al que casi todo el mundo en aquella provincia del norte también llamaba «padre«: el sacerdote Carlos Gamboa.
Con los años, las preguntas sobre la identidad se expandieron en el interior de Agustina. Su madre nunca le ocultó la historia y ella quiso conocerlo. Le costó, pero lo logró. Tenía siete años y muchas ilusiones. Sin embargo, el encuentro estuvo lejos de lo que la chiquita había imaginado, no hubo calor de hogar paterno, ni abrazos ni besos. Se conocieron en una estación de servicio de Salta, refugiados de la mirada de los otros. Su padre, el padre Gamboa, le dijo «te quiero mucho», le regaló caramelos, un juguete y no la volvió a ver por mucho tiempo.
«No me llamaba ni para los cumpleaños», cuenta Agustina, quien nunca pudo, y es el ardor que creció en su interior, considerarse amada por su padre.
El último domingo, ya con 18 años, la chica dio a conocer su historia en las redes sociales. Publicó una carta extensa que llevaba años escribiendo y que difundió, finalmente, en una fecha que no es casual: a casi una semana del debate y votación por la ley de aborto seguro en el Senado.
«Lo escuché en una nota periodística hablando de salvar las dos vidas, repetir los slogans de ‘toda vida vale’, y eso me motivó a hacer pública esta carta que venía escribiendo hacía muchos años y con mucho miedo», explica la chica.
Gamboa concibió a su hija cuando ya era cura. Agustina siempre lo aceptó así. Lo que no había entre ellos era lo que en los sacerdotes, según supone la doctrina de la Iglesia católica, sobra: amor.
«Sus expresiones en contra del aborto me generaron bronca y ganas de dejar de ser cómplice de su hipocresía. Nadie sabía y yo no lo decía. Para mí fue siempre una disyuntiva muy complicada», dice Agustina.
El debate sobre el aborto agitó su ardor interno. «Mi idea respecto del aborto fue más fuerte que todo lo personal y todo el miedo. Ya perdí las esperanzas de que mi viejo pueda ser mi viejo», confiesa en la charla.
Carlos Gamboa es un sacerdote muy conocido en Salta. Su hermano mellizo Víctor, también: es un dirigente gremial docente de esa provincia. Agustina cuenta que ella y su mamá siempre estuvieron presionadas para no hacer pública la historia del cura que tiene una hija. «Él no quería perder el privilegio de su vida económica y social», interpreta la joven.
Agustina nació en mayo de 2000 y fue anotada con el apellido de su madre, Arias, porque el cura Gamboa no quiso hacerse cargo. Pero dos años después, tras una decisión judicial, fue reconocida por su padre y su apellido paterno se incluyó en el acta de nacimiento. «Si bien estoy viva, si fuera por él estaría en completo abandono, esa es su hipocresía», comenta.
La chica dice que la relación con su padre fue «por conveniencia». «Él cada tanto me veía para que yo no lo escrache. El poco vínculo que tuve con él fue para tener tranquilo todo manejado y controlado», revela.
Las pocas veces que Agustina y su papá, el sacerdote, se vieron, fue en lugares extraños, por corto tiempo: «De la primera vez que lo vi recuerdo que yo tenía la ilusión de ir a comer a su casa, o dormir con él, pero apenas me dijo ‘te quiero mucho’ y se fue».
La frialdad y la distancia se mantuvieron. El argumento de Gamboa para explicar la lejanía de su hija era que «no podía» ser su papá. «Nunca hubo iniciativas de su parte, a pesar de que mi madre y mi padre del corazón le ofrecieron muchas opciones para facilitar nuestro vínculo, como encontrarnos en otras provincias o pagarle el pasaje hacia Capital Federal, lugar donde vivo, para que me viniera a ver. Nunca accedió y con el paso del tiempo, los silencios fueron cada vez más prolongados», dice la chica en la carta que se viralizó el fin de semana.
Con la llegada de la adolescencia, Agustina comprendió que su papá no la quería. Buscó cobijo familiar en sus tíos paternos. Víctor primero fue cálido, pero luego se distanció e incluso llegó a expresar términos violentos contra su sobrina y la madre de ella para que se alejaran del cura.
Agustina sobrelleva su hueco emocional con terapia. «A partir de los 10 años empecé a entender que el problema no era mío. Antes pensaba que había algo mal en mí. Pero empecé a ver sus reacciones esquivas, lo de ‘te amo pero no se puede’. Siempre le planteé cambiar la situación, entablar un vínculo, le reclamaba que no me llamaba para mis cumpleaños, que solamente eso le pedía. Pero siempre desapareció», relata, e interpreta:
«Él temía la condena social y perder su estabilidad económica».
La última vez que Agustina vio a su padre biológico y habló con él tenía 14 años. Otra vez viajó a Salta a «ciegas». No lo podía ubicar y junto a su mamá finalmente averiguaron dónde estaba dando misa. «Lo fuimos a buscar porque yo estaba en segundo año de la secundaria y había entrado en una súper depresión por su ausencia, entonces mi mamá me dijo que tenía que solucionar esto, decirle a mi papá lo que pensaba, y viajamos», explica.
«Los buscamos por todos lados, se escapaba, no lo podíamos contactar hasta que lo encontramos en la puerta de una iglesia y fue la explosión», agrega.
El cura Carlos Gamboa vio llegar a su hija y a su madre y les pidió ir a la parte de atrás del templo. «Fuimos a la vuelta porque nadie lo podía ver hablando conmigo y yo me enojé mucho, me puse muy triste y eufórica porque tenía mucha bronca encima», admite. Agustina explica que hasta ese día «mi vínculo había sido constructivo con él, yo siempre terminaba bien porque creía que no valía la pena enojarme».
Pero esta vez fue diferente. «Le dije que era un hipócrita y que yo no iba ser parte de la mentira», cuenta Agustina, seria, sin rastros de rencor ni de dolor.
Pero la cuestión se complicó. «Hubo amenazas, una situación medio extraña, estábamos en Salta y Víctor la llamó a mi mamá muy exaltado, diciéndole que si esto pasaba iban a tomar medidas, nunca supimos qué medidas. Y cuando yo quise conocer a la familia paterna me hablaron Carlos y Víctor para decirme que no podía hacer eso», relata la joven.
Así todo, hay tíos y primos paternos que la acompañan en su reclamo o en su necesidad. «Mi prima, que tiene casi mi edad, 20 años, me dijo que estaba orgullosa, mi tía también, siempre que vamos a Salta nos vemos», dice Agustina.
Infobae se comunicó con el sacerdote Carlos Gamboa, para darle espacio a su versión, pero no obtuvo respuesta.
«Fui víctima de todas estas manipulaciones que me afectaron psicológicamente, el abandono del niñx que sí nació es tan destructivo para la personalidad que hace que aún hoy siga con dificultades a la hora de vincularme y de conformar mis relaciones personales a tal punto que llegué a pensar que no merecía ser querida», confiesa Agustina en su carta, quien cuenta que además para recibir la cuota alimentaria que es su derecho por ley tuvo que llegar hasta un litigio judicial.
«Carlos Gamboa en la entrevista habla de que la Iglesia debe formar y respetar a las personas pero él nunca lo hizo conmigo, sus acciones afectaron mi forma de ser (…) Por eso cuando en la entrevista se pronuncia ‘a favor de las dos vidas’ y dice ‘no lo dañemos más con otro abuso’ debo afirmar que el daño que me hizo es irreversible«, agrega la chica en su texto.
¿Por qué decidiste escribir esa carta abierta?
– Él puede hacer lo que decida con su vida, pero yo estoy detrás de la lucha por el aborto y escucharlo hablar de valores, de las dos vidas, después de saber cómo se maneja, no lo puedo permitir. Sé que es pesada la carta y muchos la van a considerar a la hora de pensar en la Iglesia opinando sobre aborto.
¿Qué sentís cuando escuchás a tu papá hablando de «valores» en entrevistas y en sus misas cuando vos no lo ves desde hace cuatro años?
– No me lo quiero imaginar dando misa ni hablando de valores, es muy contradictorio. Es un peso muy zarpado, pero convivo con eso. Me parecía importante contar mi historia, porque si la gente lo va a escuchar, que sepa quién es Carlos Gamboa. Él siempre vivió en su zona de confort, nunca nadie lo vio como lo pueden llegar a ver ahora.
¿Creés que después de esta exposición de su historia puede llegar a contactarse con vos?
– Estoy segura de que si se contacta, cosa que no creo que haga, claramente no va a ser para bien, no va a ser un mensaje de amor. Pero yo lo afectivo ya lo dejé, estoy aprendiendo a vivir con eso. Lo único que me importa es aportar a la lucha por la legalización del aborto. Ya no estoy buscando un vínculo. (Por Fernando Soriano)
– Infobae