Parafraseando la idea Cortazareana del “Autor cómplice del lector”, podemos afirmar que en “Sin filtro”, del francés Florian Zeller, los personajes van en busca del espectador cómplice, aquel que sea capaz de ser un camarada de camino, un espectador activo y despierto que recorra sus pensamientos y comprenda sus ambigüedades. La obra llegó al Teatro del Huerto anoche en la versión que dirige Marcos Carnevale. Punto a favor de los traductores, quienes dieron un muy buen giro lingüístico a la pieza: Fernando Masllorens y Federico González del Pino.
Se trata de una comedia atravesada por el humor en la que los protagonistas filtran todos y cada uno de sus pensamientos a los espectadores en un juego de relaciones con el otro, ese otro al que no le dirán lo que piensan realmente. Así irrumpe en la escena Daniel, encarnado magistralmente por Gabriel «Puma» Goity. Se deshace por contarle a su mujer Valeria, interpretada grandiosamente por Carola Reyna, que se ha encontrado con Martín (Tincho), su mejor amigo, y lo ha invitado a cenar. Claro, pero el trasfondo no es tan simple, ya que Tincho, un muy buen papel de Carlos Santamaría, quien co-protagoniza esta historia junto a Muni Seligmann, en el deslumbrante rol de Eva, su nueva y muy joven pareja; abandonó a Lorena. ¿Y quién es Lorena? La mejor amiga de Valeria.
El sigilo de Daniel es abarcativo, amplio, extenso… tanto como el prolongado sin filtro al espectador, quien recepciona lo que aquel no se atreve a decirle a su mujer. Solo el espectador conoce sus pensamientos y es testigo de la versión cambiada o difusa o conveniente que asesta el protagonista para que prevalezca el orden, la calma… Del otro lado, una Valeria que intuye que algo pasó. De manera que va desenrollándose el pliego de situaciones por las que ambos se aventuran y que compone un primer acto de esta suerte de comedia en la que la verdad puede ser dolorosa. Descubre un velo muy humano acerca de cómo se disfraza lo que realmente se siente y se piensa, para conservar una relación y para “encajar” en un tipo social en el que el diálogo resuelve o podría resolver los conflictos.
Valeria y Daniel pertenecen a la clase media, son profesionales, diríamos que por sus actividades son intelectuales. Él, editor, y ella; académica, profesora de Historia. La posición de Valeria le permite realizar todo tipo de conjeturas acerca de Eva, la actual pareja de Martín, a quien la ubica de manera prejuiciosa y estereotipada como la “pendeja” que sale con el “pendeviejo”. Valeria es inteligente y a pesar de estar en contra de la cena de los cuatro, prefiere aceptar para observar de cerca a su marido ya que ahora Martín representa la modernidad, como él mismo le dice a Daniel, y podría hacer peligrar su matrimonio.
Cuando conocen a Eva, se produce una revolución de todo tipo, hasta hormonal. Su belleza genera cambios en el matrimonio anfitrión, pero es notable cómo Daniel no solo cae a sus pies, sino que se cuestiona sus 17 años junto a Valeria.
Los pensamientos sin filtro van a la orden del día. Y las verdades a medias dejan el paso a la hipocresía para mantener la cordura y las relaciones de amistad que poco a poco se desvanecen. Asistimos a una especie de derrumbe, pero también, a una especia de rearmado matrimonial después de la crisis que provoca esta situación.
En la escena el humor exacerba cual hipérbole, todo diálogo; un gags tras otro se cuela por entre las situaciones que no dejan de ser altamente divertidas con ese toque de identificación que te producen los “sin filtro” de los protagonistas. El poder de la mímesis subyuga al público, quien ya quedó atrapado en este juego en el que cada uno parece desplegar su alter ego, su otro yo, para conversar crudamente con los asistentes y provocar, de alguna manera, un efecto irresistible.
Las alusiones a “la concha dorada” de Eva (no es casual tampoco la elección del nombre, ya que se trata de la tentadora amante de Martín, nombre bíblico que acusa recibo a la mujer que tentó a Adán) por parte de Daniel, se opone al mito de la vagina dentada, de carácter simbólico, pero aquella que muerde al pene y lo lastima. Daniel en su fantasía, la idealiza. Esto entronca directamente con el relato de Tincho cuando cuenta que se curó de sus enfermedades al estar con ella. Y la escena culmina con Daniel expresando: “a mí también me duele la panza…” Lo cual encierra la búsqueda del placer por parte de los hombres, del paraíso… podríamos ampliar… y cómo esta Eva, lo representa.
Las máscaras sociales van deshaciéndose hasta que cada uno recupera el equilibrio deseado. Esa vuelta a la calma guarda para sí, ahora, los secretos de cada quien.
El Puma Goity también es un actor sin filtro, no se guarda nada, como Carola Reyna con su jugada escena final; como Eva y su atractiva figura y su seducción desbordante; como Martín asumiendo su transformación a partir del sexo. Los constantes guiños al público del Puma Goity cuando congela la mirada hacia “nosotros”, también tienen que ver con un efecto de distanciamiento, un “estás ahí” al público, la conciencia de un otro espectador, un decir “estoy actuando”. Son varios los condimentos, todos muy explotados para hacer de esta obra, una comedia fabulosa y sin filtros. El teatro opera como exorcismo ante las frustraciones.
Finalmente, se comprende que estar con alguien es una elección y a veces, una imposición social. La obra no te resuelve el dilema de quedarte con la mujer que lo dio todo por vos, madre de tus hijos o irte con la veinteañera cual hedonismo irracional. La obra deja entrever las ambigüedades y dudas, las falsas certidumbres, lo asumido como permanente, la juventud versus la madurez, el sexo versus la compañía, el prejuicio versus la liberación. Te coloca en cada plano. Pero será también el espectador el que deba animarse a vivir sin filtros.
Excelente comedia!
– Fotos tomadas por Salta 21