Soplan aires frescos y de renovación en la política de Salta. Solo los amargados y resentidos de siempre pueden negarlo. Por el contrario, la sociedad y el electorado salteño lo perciben aliviados.
Una de las señales más fuertes de ese cambio es el anuncio de Juan Carlos Romero que se postulará para retener un cuarto mandato como senador de la Nación. Ya no hace falta un «operativo clamor«. Ahora las candidaturas son decisiones personales, unilaterales, solo consultadas con la almohada.
De este modo, Romero ingresará al Libro Ginness de permanencia en el Senado de la Nación, ese asilo confortable de ex gobernadores, que tiene su origen en la más rancia y anti republicana tradición conservadora. De un conservadorismo trepador y de medio pelo.
Si Romero retiene esa banca hasta el año 2025, habrá acumulado 40 años en cargos públicos: desde convencional constituyente provincial, doce años ininterrumpidos como gobernador de Salta y dieciocho años en la poltrona del Senado nacional.
Lo que amerita su título de «senador de planta permanente» adjudicado por el peronista Jorge Asís. De este modo, Romero habrá permanecido en cargos públicos 40 años de los 78 años que tendrá en el año 2025.
Si comenzó esa carrera cuando tenía 35 años la terminará cuando tenga 75 años. O sea que: casi la mitad de su vida permaneció en cargos políticos.
Esta prolongada permanencia no se explica por una fuerte vocación política y de servicio. Tampoco por retener un liderazgo carismático que no lo acompañó, ni solo para acrecentar su poder económico, ni ingresar al Libro Ginness.
Su interés está en mantener los fueros parlamentarios para blindarse de juicios que en estos últimos doce años Urtubey mandó a «cajonear» para presionar y negociar con Romero, para blindarlo de impunidad y para que el propio Urtubey pueda blindarse.
Lo más probable es que, frustrada su carrera presidencial y fracasada su postulación a la vicepresidencia de la República, Urtubey se postule como senador de la Nación para obtener fueros que lo inmunicen de cualquier indagatoria o causa judicial.
De este modo, un miembro de la Generación X como Romero, pasa por encima y cierra el paso a los exponentes de las generaciones Y, Z y la de los impetuosos y, a la vez, descreídos «millennials a la que pertenecen sus hijos y sus nietos.
A esta y otras miserabilidades se reduce la política de este Pago Chico de Salta donde dos personajes aspiran repartirse 50 años de vida social, política y económica de Salta como quien parte en dos una torta que está asentada sobre una realidad donde la pobreza, la mediocridad y la corrupción ejecutan una danza de horror.