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sábado, noviembre 23, 2024

Inmejorable interpretación

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Se lucieron Emilio Lépez y Paula Daffra (oboes), Eugenio Tiburcio y Fernando Jimenez (clarinetes), Francisco Aray y Luis Flexer (fagotes), Pablo Ahumada y Dimitar Diamandiev (cornos), todos de elevado nivel.

Salta, jueves 5 de setiembre de 2019. Basílica Menor de San Francisco. Orquesta Sinfónica de Salta. Director Titular Maestro Noam Zur. Serenata en do menor nº 12 K 388 para pares de oboes, clarinetes, cornos y fagotes de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Vals de las Sílfides (*) de La Condenación de Fausto de Héctor Berlioz (1803-1869). Sinfonía nº 8 en si menor D.759 “La Inconclusa” de Franz Schubert (1797-1828). (*) Estreno en Salta.

El año 1781 fue un año especial para Mozart. Tenía 25 años y al no poder conquistar el corazón de una muy buena cantante de la época, Aloysa Weber, se casó con su hermana Constanza que también era música pero sin el talento de su hermana mayor y mucho menos de quien sería su marido. Esa boda produjo la ruptura con su padre. Para completar el infortunio perdió la estabilidad en su trabajo en la corte del obispo Colloredo que no pudo soportar mas el díscolo carácter de este genio de la música. Solo le quedaban diez años de vida y encontró en la composición un modo de liberarse de sus angustias económicas, de sus celos de marido, de su desánimo de saberse un artista de inocultable talento aunque no reconocido por los poderes de turno.

Todo esto y su radicación definitiva en la Viena de esos tiempos, fueron los impulsos necesarios para escribir casi trescientos obras, sinfónicas, operísticas, de cámara, instrumentales varias, etc. Entre ellas compuso no pocas pertenecientes a un género menor como el de la serenata. Una de ellas llegó esta noche dedicada a una combinación tímbrica de aerófonos de metal y de madera. Tiene la común particularidad de sus obras. Uno escucha cualquier página mozartiana y ya sabe quién es el autor. Música, fina, elegante que seguramente se usaba como fondo de reuniones de cortesanos, que probablemente, salvo excepciones, no advertían los atractivos naturales que las páginas tenían. Se lucieron Emilio Lépez y Paula Daffra (oboes), Eugenio Tiburcio y Fernando Jimenez (clarinetes), Francisco Aray y Luis Flexer (fagotes), Pablo Ahumada y Dimitar Diamandiev (cornos), todos de elevado nivel.

Luego llegó un muy breve momento con la Danza de las Silfides (estreno en Salta) que es parte de la leyenda dramática La Condenación de Fausto y que relata cuando Fausto, vuelto a la juventud, reposa en las márgenes del Rio Elba y Mefistófeles entona en su oído una especie de cantinela que es bailada por gnomos y sílfides. La orquesta entrega con suavidad, el marcado “tempo di vals”.

Finalmente Schubert, melodista excepcional. La 8ª sinfonía, llamada “Inconclusa” -aún cuando nuevas nomenclaturas le asignan el nº 7- tiene solo dos movimientos: “allegro moderato” y “andante con moto”, son de tal belleza que valen por los cuatro habituales del período romántico. Entre ambos es posible encontrar un mensaje tierno y melancólico, sin estridencias aunque hay momentos dramáticamente majestuosos hasta llegar a una conclusión suave y tranquila que incluye un expresivo crescendo final. Schubert fue una figura central en la creación de la típica canción alemana, el lied, por eso no extraña encontrar en estos pentagramas líneas que bien podrían ser clasificadas como melodías puras.

Poco tiempo antes de comenzar su composición, el autor contrajo la temida sífilis y tal vez allí está la génesis de su dramatismo sonoro, su introspección, su calmada exposición y hasta la agitación de su segundo movimiento. Habida cuenta de la conducción del maestro Zur, me permito dar a conocer algo que reviste ineludible gracia y es que en su muro del Facebook Noam Zur contó, hace poco, una anécdota referida al discurso que pronunció el maestro Riccardo Muti en ocasión de recibir el premio al músico del año 2010 otorgado por América Musical. No voy a contar aquí de qué se trata, pero hay que ir a Internet pues merece ser buscado y escuchado.

La conducción del maestro Zur fue impecable al punto que no tiene motivos para envidiar las versiones grabadas en los CD que tenemos en nuestras casas. La orquesta funcionó de maravillas justificando el porqué de un templo colmado al punto que los pasillos central y externos, se mostraban repletos de decenas de oyentes de pié. También hubo lugar para un experimento que solo habla de la solidez de la cuerda. Los primeros violines habituales tocaron la parte de los segundos y viceversa. Quien no se enteró de este cambio, tampoco notó en lo absoluto disminución alguna en la calidad sonora de la sinfónica.

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