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miércoles, noviembre 27, 2024

La educación en tiempos de coronavirus

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Pienso que parafrasear al Gabo no es muy ingenioso. Saldrán títulos como El matrimonio en tiempos de coronavirus, El amor en tiempos de coronavirus, y toda abstracción seguida del sintagma adverbial «en tiempos de coronavirus…» Creo que el más fructífero título estaría referido sin dudas a la política, o mejor aún, a la grieta. En tiempos del virus rey (pretensión de sinónimo, esto es recurso de cohesión), admiten sin temor a perder la cordura dos segundos después, que la grieta se ha freezado. O al menos, entró en cuarentena, diría yo. Tengo mis serias dudas. Pero criticar al gobierno ahora, estiman, es dar golpes bajos.

La situación es esta: vivimos en una guerra. El enemigo es invisible. Acecha.

Se oyen discursos sobre la necesidad de unirnos y dejar de privilegiar el individualismo, por un lado; y que tenemos el imperativo de ser «buenos», por el otro. Sin embargo, piden palos, piedra y encierro para aquel que se corra de la cuarentena obligatoria propuesta por el presidente Alberto Fernández. Sin piedad. Aquellos sueños de convertirnos en héroes rescatando al soldado Ryan solo eran imágenes difusas en un mundo de ficción. En la realidad todos quieren salvarse a sí mismos.

Aún me veo virando mi bote y volviendo por ellos cuando el Titanic se hunde…

La educación en tiempos de coronavirus saca a relucir los principios que hemos asumido como verdaderos faros de nuestros caminos. Pone a prueba la moral de cada uno y créanme: no todos aprueban. Es más, la mayoría se la lleva al infierno.

La mejor educación, está siendo puesta a prueba y salta a la vista, no dio los resultados esperados. Los supuestos mejores aprendices, fallaron.

Quien diría que los que más fortuna tuvieron, los que más oportunidades consiguieron, aquellos con los bolsillos mejores provistos, serían los que originarían la tragedia.

Recluidos bajo lujosos techos, vieron pasar la muerte por la ventana.

Entre tanto, los que conocen la escasez, la falta de insumos, la precariedad y el hacinamiento, observan sin entender, el nuevo paisaje apocalíptico de un mundo que no les dio un lugar, ni siquiera para declararlos en desventaja.

Ha salido a relucir la mala educacion de los mejor educados, y los callados, los silenciosos, los sin fortuna, los alma de pueblo esperanzados en el mañana, han recibido el máster que ni en los mejores tiempos de cosechas hubiesen recibido, que ni aún con el reparto de lingotes de oro lo hubiesen podido pagar: el máster de la inocencia. Como todo máster no ha de servirles para nada. A los uno ni para pensar, a los otros ni para sobrevivir.

De entre los inocentes salieron los educadores. De entre los inocentes salieron los médicos y policías y trabajadores cotidianos y amas de casa y niños y jóvenes y empleados públicos y taxistas y comunicadores y los vendedores ambulantes y los ingenieros y los defensores públicos y los jubilados y los cartoneros y los basureros y los mecánicos y los contadores y los abogados y los sastres y los farmacéuticos y los colectiveros y las soñadoras y los estudiantes y las mujeres y los banqueros y los fotocopiadores y los quiosqueros y los plomeros y las niñeras y los electricistas y las monjas y los gobernantes y los enfermeros y los bioquímicos y los odontólogos y los ordenanzas y los psicólogos y los almaceneros y los tejedores y los periodistas y los artistas y los pensadores y los cronistas y los relatores y los deportistas y los antropólogos y los panaderos y los desocupados y los sin techo y los kinesiólogos y los floristas y los escritores y los peluqueros y los vestuaristas y los limpiavidrios y los escenógrafos y los teatristas y los albañiles y los programadores y los lustrabotas y los cocineros y los directores de cine …. el pueblo entero. Que no falte nadie.

Cuarentena

La medida dispuesta por el presidente tuvo dos etapas: la primera fue voluntaria y la segunda, obligatoria.

Las escuelas se cerraron pero las aulas, no. Comenzaron a funcionar mediadas por la pantalla.

Isaac Asimov, genio de la literatura de ciencia ficción, lo predijo. Claro, era en el año 2157, en el futuro, cuando Margie y Tommy tenían que tomar clases con un maestro mecánico para el que introducían las tareas a través de una ranura y se conectaban por una pantalla.

Los protagonistas descubren en un libro cómo habían sido felices en el pasado los niños, cuando tenían maestros de carne y hueso y asistían a un lugar llamado «escuela».

En muchos colegios privados, los estudiantes acceden al material bibliográfico a través de plataformas que se abonan mensualmente gracias al aporte de la cuota.

En otros casos, como en muchas escuelas públicas de Salta, se pudo armar aulas virtuales a través de Edmodo, se contó con grupos de Whatsapp, se utilizó Google drive o la redes sociales de los Colegios para que puedan los estudiantes acceder, en el mejor de los casos, a las actividades que los docentes les prepararon con la idea de volverse a encontrar el 1 de abril, cosa incierta a la fecha, debido al avance del COVID 19. Pero se aclaró que esas actividades podían ser pensadas para una mayor cantidad de días, de manera de abrir el paraguas…

Son tiempos de guerra en los que gracias a Internet tenemos información de las bajas y de cómo avanza el enemigo a nivel mundial.

Surgen minuto a minuto recomendaciones, advertencias, normas, amenazas, consejos, pedidos y datos que modifican la realidad de un mundo que se redujo a las paredes del hogar, en la mejor de las situaciones algunos podrán respirar a través de un balcón o de un patio o fondo; otros recorrerán espacios reducidos y hasta se hallarán en condiciones de hacinamiento. En la peor de las situaciones, hay gente para la que el puente será el techo o el garage donde pase la noche.

El mundo cambió. Algunos niños y jóvenes gozarán de una habitación particular donde podrán abstraerse del afuera mientras otros deberán compartir los espacios en los que se alternarán una mesa de trabajo y una mesa para las comidas que pueda realizar la familia.

Los mejores posicionados recibirán ayuda de padres que terminarán haciendo la tarea de los chicos o de algún hermano mayor que asuma el rol del maestro, de paso se gana una actividad para realizar.

En este contexto y con las diferencias sociales que marcan profundamente la realidad de cada niño y joven, estas actividades: ¿son imprescindibles? La respuesta salta a la vista.

Sin embargo, algunos la necesitan para saberse en ritmo y ocupar su cabeza en algo productivo. O como para no perder contacto con lo institucional y de paso, se pone a funcionar la atención de los padres en la educación de sus hijos.

Pero quienes más lo necesitan son los padres. Se trata de actividades tranquilizadoras que en tiempos de pandemia, conservan la inquietud de la educación. Niños y jóvenes ocupando tiempo. Actividades que garantizan la ocupación de sus hijos.

Esto claro, en familias donde la situación es ideal. En los casos donde no se da ni cerca lo ideal, pensarán cómo subsistir en los próximos días de la cuarentena.

A la par, editoriales abrieron páginas de acceso a libros y manuales que siguen poniendo en linea a la misma franja ideal a la que me refería anteriormente.

Para muchos, la accesibilidad es relativa y hasta nula porque tener acceso a Internet tiene un costo que ya antes de esta guerra, no estaba garantizado.

Educar en tiempos de coronavirus se vuelve significativo cuando el niño y el joven adquieren herramientas para ganarle a la enfermedad y no cuando tienen que extraer las ideas principales de un texto expositivo o responder a un cuestionario sobre la Revolución Rusa, por dar algún ejemplo.

Es decir, hoy, la mejor escuela es la vida misma.

El resto es un agregado para quienes tiran un cojín en el piso y pueden leer un libro desde una tablet.

Hoy se ve lo mejor y lo peor de una sociedad que muestra que la educación de excelencia se pone a prueba en situaciones de contingencia.

El coronavirus evidenció que valores y moral, son asignaturas que solo la Maestra Vida puede aprobar y certificar.

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