Vivo gracias a mis manos, a mi imaginación. Ayer hice el amor con dos actrices pornos, una ex esposa y una vecina que barre la vereda cerca del mediodía.
Intenté con gomina. La barba tupida o rala, e inclusive “candado”, que más que darme un aire intelectual me emparentaba con los chivos viejos.
Pasé por gimnasios, dietas astrales, pastillas, lechuga, desayunos de tostadas y almuerzos desesperantes.
Hablé de cosas que no quería hablar, bailé con mujeres que con dificultad cubrían el mal trato de los años, silbé canciones de muy mal gusto.
Ahora hasta uso perfumes de moda.
No importa, mi conversación las aburre, mis perfumes les producen alergia; en un arranque de sinceridad una me dijo que prefería un consolador a la sola posibilidad de acostarse conmigo.
Recurrí a todo: analistas, expertas en tarot, en lectura de cigarrillos, gitanas. Me leí enterito a Paulo Coelho y en un rapto de angustia memoricé, a pesar de la aprensión, algunos aforismos de José Narosky.
Una mañana, con la totalidad de mis ahorros fui a un cirujano plástico. No hubo Cristo ni chequera que lo convenciera; no quería poner en riesgo su prestigio profesional. Ni la consulta me cobró.
La fealdad aleja, aísla. Padecerla es pagar el precio de una falla de la evolución.
Ser feo es como ser piquetero en Suiza, homosexual en Teherán, sufrir de vértigo en la estación espacial. Es como tener caspa y usar saco negro.
El tiempo no la cura. No la cambia, no la modifica. Es una cualidad no transferible, innegociable. Es como el mal aliento: mientras más se explica más queda en evidencia.
Saint Exupery, en su exageradamente famosa novela –fábula de autoayuda- “El principito” sostiene, con una liviandad casi suicida, que “lo esencial es invisible a los ojos”. Dejando de lado que no se puede ser invisible a otra cosa que a los ojos, la afirmación sólo puede hacerla un zorro que vive en un asteroide imaginario que intenta abrumar a un chico con rasgos megalómanos. El resto va por cuenta del autor.
La fealdad es visible, palpable, hasta tiene olor.
El jorobado de Notre Dame habría llegado a viejo siendo un simple estúpido de campanario si no se hubiera enamorado de una voluble y hermosa gitana; Van Gogh hubiese conservado sus dos orejas si era parecido a Robert Redford y Toulouse Loutrec, habría dejado de pintar cabareteras si hubiera sido “pintón”.
Cuando se es feo, hacer algo es una imperiosa necesidad, una salida extrema.
El feo trasciende y entra a la historia por su esfuerzo por dejar de serlo. Muchos figuran en la Enciclopedia Británica, pero siguen siendo feos.
Nosotros, los que cargamos en nuestros cuerpos la fealdad, queremos ser como el resto de las personas: poetas, ingenieros, contadores, deportistas o actores de “carácter”. Algunos llegan a ser millonarios y compran un ilusión a cuotas, pero nunca vamos a ser iguales.
La ropa de moda nos queda como un patada al hígado, no accedemos a los mejores puesto de trabajo, nunca ganamos un “casting”. Somos divertidos, interesantes, inteligentes, raros, indefinibles o impresentables, pero nunca llegamos a primera división.
Lo peor de todo es que nos enamoramos y lo hacemos con la desmesura de quien busca en el otro lo que no tenemos. Admiramos a los que son amados porque no estamos siquiera en posición de envidiar y festejamos las conquistas que no podemos tener. Vivimos vidas ajenas, prestadas, buscando la redención y la paz de saber que, aunque más no sea, somos parte de una anécdota sin gracia ni importancia.
Somos los que hacemos el asado y contamos los mejores cuentos, el borracho estrafalario, el que cuida las camperas en los boliches, el que se invita en calidad de “Plan D”, el que presta el departamento a los amigos, el centro de las bromas de mal gusto, el dueño de la pelota, el que siempre juega de arquero… el que está solo.
El feo es el parámetro de una sociedad que no sabe a dónde ir, pero que tiene muy en claro lo que no quiere ser. Es el que escribe o hace radio porque “no da para la TV”, el personaje de la fiesta. El que se compra una cama de dos plazas y le queda grande.
El lobo feroz, la bruja del bosque, el villano, el delincuente, el villero, el incomprendido, el asesino… siempre feos.
Los lindos no hacen pis ni caca, ni se les rompe la entrepierna del pantalón. Los agraciados no lanzan mensajes en botellas por Internet, ni se suman a grupos de autoayuda.
Somos los decididos de las batallas, los que nos arrojamos a la muerte como única forma de rehabilitación, pero sólo llegamos a ser “héroes anónimos”.
Somos lo que, con temor, caminamos las calles en boga y nos rechazan en los “bailables de onda”. Los que nos avergonzamos cuando nos miran. Los que nunca despertamos espontáneamente un comentario positivo.
Ser feo implica ir a al cine solo todas las semanas, escuchar y valorar el grupo musical en un bar de levante y saber la programación completa de HBO Olé. Es emborracharse llorando frente a una PC escribiendo frustraciones.
Ser feo es no estar vivo.
Valoramos enfermizamente un “te quiero” y lo guardamos en el alma como el más grande los tesoros, sabiendo que sólo se trata de una tregua que da el sistema.
Que es tan sólo un poco de oxígeno para seguir soportando la carga de verse todo los días al espejo.
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Ser feo
Caramba. Es que no se da cuenta que tarde o temprano TODOS sin embargo terminamos siendo feos. Los años consiguen que lo seamos y la frialdad de la muerte nos empareja. Siendo joven tuve hermosas mujeres que hoy ni me mirarían de reojo. Olí cuerpos frescos y excitantes. Gocé pieles y cabellos de todo tipo. Amé, sufrí traicioné y fuí traicionado como el mas feo o lindo del planeta. Me pregunto cual es la diferencia si al final de la historia mi cabello es blanco y mi piel arrugada. tengo los olores de la edad y los achaques del tiempo. Y sobretodo, cuando nada me queda me pregunto de que me valió ser atractivo, elegante y lindo. La belleza es la vida feliz, la fealdad es simplemente una vida infeliz, no tu cara ni tu cuerpo. La belleza no está en el físico. Hoy la Gioconda nos parece una gordita blancona que no miraríamos en la calle y Adonis un afeminado con un pene en miniatura que nos causaría gracia. La Venus tiene segun su escultura el traste caido y fofo y hasta la gran Marilyn resulta a través de los tiempos estéticos una gordita tetona y petisa. La belleza como los automoviles va cambiando de curso. Finalmente el autor de la nota no puede negar que quizás dentro de unos miles de años, resulte un hombre bello. Es cuestión de esperar solamente. Ah, por favor, no envíe su fotografía. Me impresionaría.
Ser feo
Hola a todos, Segun mis conclusiones es que soy feo y siempre lo fui sin embargo una vez tuve una mujer bella que se intereso en mi por mi forma de ser no por mi fisico despues me dejo pero creo que esto me da aliento a volver a trabajar en mi personalidad que la he olvidado un poco y que creo que por eso estoy solo por estar amargado y no creer en los placeres de la vida para un feo. Sin embargo creo que como el que escribio anteriormente si es cierto que el tiempo termina todo y el mejor ejemplo es el del carro nuevo que despues ya es viejo y nadie lo quiere, pero hay que reconocer que todos somos seres humanos y tenemos que pasar por diferentes etapas y el desear una mujer bella esta presente en todos mas sin embargo no todos podemos tenerla y nos tenemos que conformar con lo que la vida nos da muchas veces asi que esa es la gran diferencia la calidad de mujeres a las que accede el guapo no se compara a las del feo.
Gracias Peter Corse
Ser feo
es la realidad,ser feo es no vivir, no amar,es emvejecer siendo joven.ser feo es morir en vida,es no tener espectativas de futuro,es el no disfrute,mejor es estar muerto