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domingo, noviembre 24, 2024

Lo que el culo eclipsó

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Con cierto encanto adolescente, los medios se detuvieron en la frase escatológica de Carlos Reutemann. Pero el “me importan tres pitos. Que (la precandidatura presidencial) se la recontrametan en el medio del culo” eclipsó el tramo más impresionante de su arenga. ¿Cuál fue? Aquel donde recomendó escrachar a su ex mano derecha, la senadora Roxana Latorre, por haber facilitado al kirchnerismo la prórroga de las facultades delegadas.

El Lole fue de menor a mayor en tres frases punzantes:

1) “Al que estafa al electorado que la gente lo busque y le reclame”.

2) “Yo les pedí a los vecinos que miraran las caras de aquellos a los que iban a votar por si a alguno se le ocurría traicionarlos”.

3) “Que la gente se lo vaya a reclamar a su casa. Vayan y búsquenlo si los traiciona. No lo dejen vivir en paz”.

El escrache suele ser promocionado como una gesta colectiva, de carácter épico, que presume un acto de justicia aunque la realidad lo emparienta más a otro de venganza. La Real Academia Española confirma la violencia que esconde el término en sus tres acepciones: “romper, destruir, aplastar”.

Latorre pudo haber cometido un error, como ella misma dijo en su descargo, o haber sido cooptada por el oficialismo mediante prebendas, como sospechan en el PJ santafecino y en gran parte de la oposición.

En cualquier caso existen resortes institucionales para responder a una demanda social de justicia, que por supuesto no excluye las protestas y las movilizaciones pacíficas. Distinto es tirar piedras, huevos o pintura para repudiar actos que puedan ser tildados desde deshonestos hasta genocidas, tanto de personas como de instituciones.

Alentar el escrache lesiona el orden democrático de la misma manera que lo haría cualquier otra medida de cultura reaccionaria que raya con la fantasía de la justicia por mano propia.

Reutemann debería saberlo, como senador, como ciudadano, como demócrata y, sobre todo, como víctima –tras su paso por la gobernación– de esta práctica nefasta.

– Por D. Schurman

Crítica de la Argentina

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