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sábado, noviembre 23, 2024

Mi mamá, entidad diminuta para un corazón grande

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Mi mamá es una persona diminuta. Mide un metro cincuenta y cinco de estatura y pesa cincuenta y cuatro kilos. Cuando la observo, dormida en su cama, su cuerpo parece desvanecerse entre las sábanas.

Sólo es clara señal de su presencia su cabello oscuro, teñido desde hace décadas en diversos tonos hasta que en la actualidad, lo mantiene en la tonalidad castaña oscura, porque todos coincidimos que la hace más jovial.

Mi mamá es una persona mayor. Tiene setenta y siete años pero, la mayoría le resta diez años. A mí me tuvo a los treinta y nueve. Para mí, se plantó en los cincuenta y cinco, cuando yo tenía veinte y tantos y ahora, que tengo treinta y tantos, se quedó en los sesenta y pico. Sí, también le resto diez años.

Ella nunca fue a una cosmetóloga a hacerse una limpieza de cutis. Tampoco va a la peluquería, como yo, a hacerse belleza de manos. Se arregla ella sus propias uñas, de manos y pies y también se corta y tiñe ella misma su cabello. Las manos se las mantiene sólo con la lima porque tiene las uñas muy quebradizas. También se las pinta. Yo cada tanto, le digo que al lado de las mías, que han pasado por manos expertas de manicura, las suyas están horribles.

Mi mamá se llama Sara Susana, dos nombres de origen hebreo. Sara significa “princesa” y Susana “lino”. Cuando descubrí esto, pensé en una princesa de lino. Desde entonces, veo ocultamente una princesa en mi mamá, además de verla tan sólo como mi propia madre.

Escuché muchas veces decir a mi madre con orgullo y alegría que, cuando yo nací, tenía los ojos tan abiertos que el obstetra le comentó que nunca había visto nacer una criatura con los ojos tan abiertos. Los bebés recién nacidos, aún tienen sus ojos entrecerrados. ¿Qué querría ver tan pronto yo? Me pregunto.

También la escuché contar que, aún siendo yo bebé, me colocó sobre su pecho pero de un modo tan elevado sobre uno de sus hombros que me fui para atrás y tuvo que girar rápidamente sus brazos hacia su espalda, para poder sostenerme por detrás de ella. Me pregunto también si me habré asustado y si eso habrá quedado grabado en mi memoria de un modo negativo.

Ella me enseñó el calor de las camisetas y poleras de plush para el invierno y la frescura del cloqué en el verano, que yo misma elegí, sin saber que esa tela se llamaba cloqué. También me enseñó uno de los placeres más grandes que mantuve toda mi infancia y adolescencia y que debí abandonar por cuestiones de dietas.

A mí me gustaba mucho el tomate, desde muy pequeña. Lo que yo no sabía y que me enseñó mi mamá, es lo que puede hacerse con el pan y la vinagrete que sobra de la ensalada. En esa época, condimentábamos todo con mucha sal, vinagre y aceite, así que sobraba mucho líquido en la ensaladera. Entonces, recuerdo perfectamente, yo tendría no más de tres años. Estaba sentada en un rincón de la cocina -como era ésta antes de reformarla-, a la mesa vieja, la que mi hermana muchos años después restauraría, para dejarla con hermosos azulejos. Mis hermanos, no habían vuelto aún desde el colegio. Yo ya estaba terminando de comer la carne y el puré y quedaba aún algo de tomate. Entonces, tomando un trozo de pan francés, mi mamá me mostró cómo humedecerlo con el líquido sobrante de la ensaladera y me lo hizo probar. Quedé fascinada. Ella justo tuvo que ir a abrir la puerta de calle. Mis hermanos, habían vuelto de la escuela. Y me dejó sola con ese fantástico y flamante descubrimiento, que yo repetí varias veces más, deleitada.

Mi mamá prepara las ensaladas y sopas más ricas que he probado. La misma lechuga y el mismo tomate, preparados por mi hermana o por mí, ambas muy buenas cocineras y reposteras, no tienen nunca un sabor tan especial. Siempre le pregunto cómo hace la sopa de verduras y ella siempre contesta lo mismo: con todas las verduras. Yo uso también “todas las verduras” y el gusto de mi sopa, nunca sabe tan rico como el de la sopa de mi mamá. Si me voy de viaje, por más que pruebe platos ricos y poco comunes que ella nunca prepararía, extraño su sopa y sus ensaladas.

Ahora y desde hace ya tiempo, no le ponemos tanto vinagre y tanta aceite a la ensalada. Y mi mamá además, no puede comer con sal por su presión alta. Y a veces, aunque se cuide de la sal y de todo lo salado, como el jamón crudo, los hongos secos, las aceitunas, cosas todas tan ricas, igual puede subirle la presión. Un médico le dijo una vez que la hipertensión es la enfermedad silenciosa.

Otra cosa que recuerdo de mi niñez, son los fomentos. Esos retazos de tela de camisetas gruesas de algodón, guardados especialmente para ellos. Fomentos calentitos, en el pecho tomado por alguna gripe o neumonía. Fomentos de cariño, que aún desearía que ella me los pusiera en el pecho, en más de una ocasión al acostarme, aunque no tenga gripe ni neumonía. A veces pienso que soy tan sensible porque me arroparon tanto…

Mi mamá se pasa horas en la cocina y en cualquier parte de la casa que ella quiera que quede perfectamente ordenada. Además, en la cocina, se detiene mucho tiempo porque preparar verduras, lleva mucho tiempo. Su producción de sopas, no cesa hasta terminar el frío del invierno. O es caldo, o es sopa con trozos de verdura, o es la sopa hecha con el licuado de toda la verdura hervida. Y cuando llega el verano, redobla su trabajo para con las ensaladas. Lava y deja listas para consumir, cantidades de rúcula, radicheta, lechuga criolla y mantecosa. Me gustaría saber cuántas hojas de lechuga limpió en su vida. Lo mismo que las hojas de acelga y espinaca para las pascualinas. ¿Cuántas habrán sido? Ni lo puedo imaginar.

Y no me quiero olvidar ni de la escarola ni de las chauchas. La escarola, ya no la compra tan a menudo como cuando era chica. Me acuerdo de asados en el Club de Capitanes de Marina Mercante, con ensaladas de tomate y algo raro, que no era lechuga pero también era verde, rizado y amargo. Era la escarola. Ella también me enseñó lo rica que queda con ajo. Y, ¿las chauchas? No he comido chauchas en ninguna otra casa que en la de mi mamá. Algunas personas, no saben que hay que cortarles los bordes, para que luego no queden esos molestos y gruesos filamentos.

Mi mamá me regaló una frase de Rabi Nachman de Breslov, que la puse entre el monitor de mi computadora y su protector, que dice: “Comenzaré de nuevo a romper con los esquemas del pasado, dejaré de decirme que no puedo cuando puedo, que no soy cuando soy, que estoy atada cuando soy eminentemente libre!” También hace poco, me regaló una tarjeta que dice: “Nada ha cambiado, excepto mi actitud, entonces todo ha cambiado.”

Muchas veces, acusé a mi mamá de tener una postura negativa ante la vida. De que siempre buscaba qué problema podía aparecer. Tal vez, fueran sus miedos no contenidos por lo malo que a mí pudiera ocurrirme. El otro día, la llamé preocupada por un asunto y me sorprendió diciéndome: “no te preocupes, está todo bien. No pienses en si éste o aquel es mala persona. ¡Está todo bien!” Y esta semana, en un libro especial con hojas color crema que yo tengo para que me escriban cosas especiales, ella escribió: “La vida es alegría: disfrútala. La vida es amarga: afróntala.”

Esa es mi mamá, un ser diminuto que alberga un corazón gigante. Corazón de leona; corazón de mamá. Yo, sólo una hija, realmente, no sé qué haría sin mi mamá.


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4 COMENTARIOS

  1. Mi mamá, entidad diminuta para un corazón grande
    Irene, me pareció fascinante, y tan agradecida debe estar tu mamá!!!!
    Me hiciste recordar de tantas cosas que hacia mi mamá también, los fomentos, , las comidas, y tanto cariño siempre

    Gracias por compartir tanto cariño

    • Mi mamá, entidad diminuta para un corazón grande
      GRACIAS IRENE, RECIÉN TENGO INTERNET EN MI NUEVA CASA, POR ESO NO LO LEÍA ANTES…
      HERMOSO EL TEXTO, MUY LINDO EN VERDAD!!!

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