Por los Caballos salvajes

En estados de ánimo como los que se cristalizan o expresan en una “derrota” (¿qué es “ganar”; ¿qué “perder”, cuando hay universos en juego…?), no consuela ni lo que tipeo con la sangre de mis ojos, miopes, sí, de tanto mirar de cerca.

“[… Hay] puertas que se

cierran

para seguir viviendo;

hay puertas que se

abren

para seguir viviendo […]” Juan Gelman

En general, las puertas…, continúa el escritor.

Por mis sudores, por mis limitadas o desbarrancadas penas, supe ser solidario con los atropellados por la vida, cuando nadie lo aguarda o nadie siquiera me lo solicita. De eso se trata, precisamente; de estar cuando no se es requerido o cuando el dolor es tan fuerte, la pena es tan densa, las esperanzas tan marchitas, que hasta una sombra es acaso una compañía –sí.

Lamento en enunciados de oráculo o en lenguaje cifrado, que unos pocos comprenderán, que unos (muchos o pocos) no querrán entender, los resultados que incendiaron un proyecto sindical combativo, para dejar abiertas las puertas del Infierno y para que los dioses se manifiesten ahora, empleados en un mostrador, como cantaba García; dan para recibir… y siempre paga uno, agrega con un dejo de amargura, El hijo de la novia.

En estados de ánimo como los que se cristalizan o expresan en una “derrota” (¿qué es “ganar”; ¿qué “perder”, cuando hay universos en juego…?), no consuela ni lo que tipeo con la sangre de mis ojos, miopes, sí, de tanto mirar de cerca.

Sepan que vi a los Heraldos Negros, los mensajeros del temible Arcángel Samuel, que es el Lugarteniente de Luzbel y el nombre bíblico de la Muerte. Pero se fallece y resucita varias e infinitas veces; soy testigo directo de eso; detento tantas cicatrices…, como Moby Dick en su lomo puro, de nieve, o como Ahab, subordinado, obsesionado por, con el cachalote.

Tendremos que sobrevivir a casi un naufragio; proseguir; como se pueda, tal cual Chuck Noland, que me enseñó que con un pequeño e insólito adminículo, se puede salir más o menos airoso, del insondable y poderoso mar de los poderosos, de los que nos dan con el 1 de bastos, de los que tienen las cartas marcadas y blanden el as de espada, casi sin descanso, sin que se les acaben las pilas o baterías (en el múltiple sentido de los cargadores para celulares, por ejemplo, y en el de una metralleta anti aérea que es adecuada en una guerrilla, como la que se dio cuando doce sobrevivieron en los pantanos de Cuba…).

Ya vendrán tiempos distintos; no sé si mejores. Se cayó la tranquera y los Caballos salvajes corren libres, por la inmensa pampa de la vida y de lo impredecible; las crines al viento, recuerdan las sonrisas felices acumuladas. Acaso sea una ventaja para la próxima vez. Brindo por eso, aun cuando haya chirriar de dientes.

Para todos, todo, escribía de cuando en cuando, el mediáticamente “desaparecido”, Marcos. Y en contrapunto, María Elena Walsh, hilvana con la poesía de lo incierto: “[…] Estación Claridad; ¡vamos llegando! […]”