En primer lugar quiero agradecer a todos los que hicieron posible que hoy esté presentando este libro. Debo empezar por el principio y creo que le debo las gracias a mi esposa Cecilia porque fue ella quien me alentó (me dio el teléfono y me dijo: ¡llamá!) a inscribirme en un taller literario.
Al profesor Roberto Salvatierra le debo horas de paciente y, a veces, duras correcciones de mis textos porque, deben saberlo, todo lo que llega a ustedes hoy fue escrito y reescrito muchas veces hasta lograr lo que considero es su mejor versión.
También quiero agradecer a Adriana Martell, artista plástica, que ilustró cuatro cuentos, a la profesora Mabel Ovejero que hizo una completa corrección del libro y a Pablo Lagomarsino que trabajó en el diseño gráfico.
Y para el poeta Lucio Erazú, compañero de trabajo y confidente, que dedicó muchas horas para escucharme y aconsejarme. Me ayudó a preparar la presentación, consiguió este salón y estuvo siempre a mi lado.
Finalmente, a todos mis compañeros del taller literario que con sus críticas y su acompañamiento contribuyeron a que llegara hoy a estar con ustedes.
A todos, muchas gracias.
Tal vez se preguntarán, cómo un ingeniero, especialista de una ciencia dura (durísima) escribe y además se anima a publicar. Supongo que tendrán esa duda. En realidad, también yo la tenía y muchas veces me pregunté si alguna vez publicaría. Y aquí estoy: ¡qué caradura!
Bueno, les cuento. En realidad, siempre me gustó leer: esa es mi esencia, me parece. De chico leí todo lo de Emilio Salgari, Julio Verne, Robert Luis Stevenson y otros más que de vez en cuando releo con pasión. Después frecuenté Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga, algo de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares. También Mario Vargas Llosa, Gabriel García Marquez e Isabel Allende. Milan Kundera, Patricia Highsmith, Joseph Conrad, Fiodor Dostoviesky y Umberto Eco. Con Oscar Wilde tuve un deslumbramiento que aun me dura. Leía tanto novelas como cuentos, aunque creo que más de las primeras. Una novela que me marcó fue Moby Dick de Herman Melville. Confieso que también fui un devorador de best sellers: Sidney Sheldon, Morris West y alguno más. Pero no me arrepiento. Aun ahora, de vez en cuando, leo alguno.
Lo cierto es que mi idea al inscribirme en un taller literario era la de seguir leyendo; iba con la expectativa de me señalasen lecturas, conocer nuevos autores pero nada de escribir. Eso me parecía algo muy difícil e inaccesible.
Confieso que cuando el profesor me dijo: ¡traigan lo que tengan escrito!, me dio mucha vergüenza. Era casi como desnudarme ante un desconocido. Claro, porque algo tenía escrito, guardado bajo las siete llaves de un procesador de textos antiquísimo o impreso en amarillentos papeles de formularios continuos. Pero eso es lo que tenía y lo mostré. La crítica, salvo muy pocos casos fue bastante dura.
En esa oportunidad, todo lo que mostré, lo tenía de una etapa adolescente o post-adolescente escritos hace casi quince años. Eran poesías y unos cuentos. En realidad esperaba una crítica fuerte y respecto de la poesía fue muy fuerte realmente. A partir de ahí me dije que la poseía no era lo mío.
De esa tanda rescaté sólo un cuento que se incluyó en Acechanzas en el 2008. Y me dijeron: escribí cosas nuevas!. Y escribí.
Esto que presento hoy es todo nuevo. Quiero decir es de mi etapa de tallerista, del 2008 para acá. Lo escribí todo en Salta, en esta Salta que me adoptó sin ningún prejuicio, aunque supongo que muchos de mis escritos se originan en Tucumán. Son textos: cuentos (o relatos) que ya no están amparados por el compasivo anonimato de mis notas manuscritas ni mis archivos protegidos. Hoy están publicados en un libro que se ofrece al público y pasa a ser propiedad del público y de quien lo lea. La crítica del lector hará que perdure o bien se pierda en la inmensidad de las posibles combinaciones del universo de signos y caracteres de nuestro idioma.
Realmente les digo, espero no desilusionarlos, estos son ejercicios de escritura. Claro que tienen mucho esfuerzo y dedicación pero son eso: ejercicios. No me considero un escritor. Pero así y todo apelo a su buena voluntad y se los ofrezco de todo corazón.
Bioy Casares escribe en el prólogo de una de sus novelas, Dormir al sol me parece, “Yo tengo una inteligencia pesimista, pero soy una persona de temperamento optimista”. Me siento totalmente identificado con esa frase, me define al dedillo. Creo que las cosas están bastante mal, soy consciente de eso, pero mis fuerzas nunca decaen en pos de hacer, intentar y reintentar mejorar todo lo que me rodea. Creo que eso es mi único aporte “real” para este mundo y dentro de eso está este libro.
Sin duda que escribimos a partir de los temas que nos obsesionan. Yo no escapo a esta regla y mi gran tema es la convicción de la existencia de un sutil y omnipresente sistema de manipulación que invade nuestras vidas. Ese sistema, o sistema de sistemas, se presenta muchas veces como solícito amigo y va minando poco a poco nuestras defensas. Está ahí a toda hora todos los días; pensemos en la televisión, las propagandas, los artículos tecnológicos, los medicamentos, los alimentos, las modas y tantas cosas más. No se trata sólo de consumismo. Es la voluntad de ir moldeando nuestros cerebros para subordinarlos a un plan maestro de sometimiento. ¿Con qué fines? No lo sé concretamente, lo intuyo y, aunque a veces pueda parecer paranoico, estoy seguro que va más allá del fin económico. ¿Quien creó y maneja ese sistema? Supongo que personas muy inteligentes, con pocos escrúpulos, muy poderosas por cierto.
Pero no se asusten, no crean en todo lo que digo. Tal vez sea sólo un delirio.
De esto hablan mis cuentos (o relatos). Intenté poner un poco de humor, ironía y sarcasmo. Aunque la mayoría son grises, grises oscuros, digamos. Están presentes también mis otras obsesiones: la soledad, la manía por el orden, la rutina, la muerte. En todos sobrevuela (o subyace) esa omnipresencia del sistema. De ahí el nombre del libro: Omnipresencias . Estas omnipresencias predeterminan, en muchos casos, las acciones de los protagonistas, los llevan a realizar hechos impensados y se dirigen como autómatas, aun contra su voluntad, hacia abismos sin escapatoria. Dicho así parece un poco tétrico el tema, pero eso es justamente lo que quise poner.
Los otros cuentos, de la segunda parte del libro, son un poco menos densos. Se leen más como unas historietas y no tienen el peso opresivo de los primeros.
Y esto es lo que tengo para dar a luz hoy.
Volviendo un poco al principio y ya para terminar, quiero decirles que, con esto de la escritura, conocí a un grupo maravilloso en el taller, gente que desarrolla diversas actividades cuyo común denominador es la literatura. Lo tomo como experiencia en todo sentido: me animé a mostrarme, aprendí técnicas de escritura, conocí secretos del mundo del diseño gráfico y del mundo editorial totalmente desconocidos para mí. Y aunque en mis cuentos subyace la desesperanza, el escepticismo, el desconcierto de sus protagonistas es, a veces, total y su desamparo absoluto, en el fondo creo (creo realmente) en el género humano. Es decir creo que sólo las personas salvarán a las personas, sólo ellas tenderán la mano amiga en el último instante sin importar instituciones u organizaciones.
Finalmente creo que la imaginación, los sueños y el arte, y la Literatura forma parte del arte, salvarán al hombre.
Pero para descubrir eso los invito a leer lo que escribí.
A todos muchas gracias. A todos ustedes por acompañarme en este momento, gracias.
Muchas gracias.
– Raúl Legorburu