Hace poco más de una semana atrás, el 15 de mayo, fuimos a ver el unipersonal sobre Ana María de Jesús Ribeiro da Silva en La Ventolera, interpretado por la actriz María de las Victorias Garibaldi, esposa del director de la obra, Héctor Rodríguez Brussa, ambos del elenco del Teatro Poquelin.
La vida sobre la heroína brasilera conocida con el nombre de Anita Garibaldi, esposa del «gringo» Giuseppe Garibaldi, ambos combativos y revolucionarios, fue presentada en una versión teatral con el nombre de «Anita Garibaldi» de Héctor Rodríguez Brussa, bastante similar a la historia real, con algunos pequeños corrimientos que no impidieron para nada reconocer la figura valiente y estoica de la protagonista – centrados en aspectos ligados al prejuicio contra una mujer negra y su osadía-. La pareja combativa contrajo matrimonio en 1842, habiéndose conocido en la Guerra de los Farrapos en 1837. Ella acompañó como solado a su esposo, liberal y democrático, y juntos anduvieron de por vida entre derrotas y triunfos. Combatieron en Brasil, en Santa Catalina y Río Grande; ella se convirtió, más tarde, en embajadora de Italia cuando estalló la guerra en 1848. Tuvieron 4 hijos. Y los detalles de sus biografías son apasionantes.
Lo que vemos en la obra, son aspectos ligados a la pasión, al dolor, a la vida en sí de una mujer de su tipo, a cómo se enfrentó a los rumores sobre su color por sus amoríos con el italiano, a la llegada de sus hijos, a su muerte y sobre todo, al gran coraje que tuvo esta luchadora. Es una visión intimista de Anita, muy bien llevada por María de las Victorias, una actriz salteña que hace años dejó de vivir en estas tierras, pero que no deja de visitarnos siempre que puede. Actualmente reside en Mar del Plata junto a su esposo. Recordó- junto a Salta 21 – que había realizado hace muchísimos años atrás, una obra que presentó en la Sala Independiente del Teátrico Suburbano, una de las primeras salas independientes que funcionó en Salta.
Me interesa además, subrayar lo siguiente: se trata de una puesta de pequeño formato, realizada íntegramente sobre un círculo de arena del que surge el fantasma de Anita. Esa imagen del comienzo junto a la imagen final, desentierro y entierro, constituye un acierto porque permite llevarnos al pasado y clausurarlo aunque siempre, y a cada momento, según los giros de la vida (y por ello la redondez), vuelve a repetirse escénicamente. Se trata de una reactualización ficcional sobre la biografía de la brasilera.
Cuando se agota -casi instantáneamente- el recurso escenográfico, a la narración la vamos sosteniendo los espectadores puesto que queda encerrada en ese círculo y escuchamos la dulce voz de la actriz encarnando a la heroína, en donde las acciones ya no so-pesan sino que el decir es el hacer. En este sentido, la imagen casi en penumbras, el cuerpo de Garibaldi y el espacio reducido y asfixiante, se funden para crearnos la sensación de una leyenda. Ya no vemos, oímos.
Al final, queda esa idea, muy borgiana, que una “obra” existe si hay un otro que la “lea”. El hechizo dura hasta que cae el telón…
– Foto de portada tomada al inicio de la obra.
– Nota relacionada:
«Anita Garibaldi», una obra del Teatro Poquelin en La Ventolera
http://www.salta21.com/Anita-Garibaldi-una-obra-del.html