Un candado para la cartera de la dama
Lo incorporaron en los restaurantes debido a la ola de robos a turistas que pasean por el barrio.
El sistema es simple: un gancho amurado a la mesa o a las sillas y una cinta de cuero para atar el objeto.
– Critica (13.10.2008)
“Ahora están creciendo todos los robos y con la que se viene va a ser peor”, anuncia Pedro Palomar, autor del libro Mi vida como ladrón, 30 años preso y un prontuario que lo presenta como descuidista, estafador y ladrón de bancos. Palomar hace el mapa de las zonas donde una puede perder el mayor objeto de deseo, transporte y acumulación de objetos de las mujeres: la cartera.
“En Puerto Madero no hay muchos robos porque está Prefectura y hay mucho control.
En cambio, el microcentro y la zona bancaria son el paraíso de los arrebatadores y descuidistas que actúan en dos segundos en los almuerzos ejecutivos mientras las víctimas ni se dan cuenta que les sacan el bolso o la cartera. Pero Palermo es la zona de la plata y de las carteras dulces”, grafica.
El mapa de los punguistas es real y el miedo de muchas mujeres a perder la plata, el documento y las tarjetas en una trastabillada a un plan de paseo también. Por eso, en Palermo la última moda del diseño no se ve en las vidrieras, ni en las ferias, ni en el fashion andante. El accesorio palermitano que hace tendencia son las correas para atar la (propia) bolsa de valores bajo la mesa o sobre ultramodernas banquetas.
El enganche anticarteristas era una excepción en algunos pocos bares.
Pero ahora –igual que el wi-fi o la ensalada caprese– se expandió como una ola y amenaza a volverse un aditamento tan común como las sillas. La correa sujeta bolsos, mochilas, sobres o bandoleras, y prendió tanto como la llegada de turistas al Soho porteño y, por ende, de ladrones que van en busca de sus dolarizadas carteras. Por eso, los dueños de restaurantes que no quieren dejar de vender tablas, sandwichones de jamón crudo o cervezas artesanales prefieren poner un gancho que perderse de cobrar la cuenta de una mesa con la billetera arrebatada.
Gisella Semoza es una auditora peruana, de 31 años, que viajó a Buenos Aires por trabajo y aprovecha el sábado para comprar, pasear y comer en la vereda estilo deck de Meridiano 58 en la esquina de Jorge Luis Borges y El Salvador, donde se ofrece, por ejemplo, un solomillo de cerdo a 42 pesos. Ella tiene una cartera Gucci entre las manos. Por eso, no quiere soltarla mientras estudia la carta. Gisella la engancha y comenta: “Yo inconscientemente me la pongo entre las piernas y como tensa. Por eso, me gusta que me ofrezcan colgarla. Además, cuando estás de viaje no sólo tienes dinero, también documentos que necesitas para regresar a tu país”.
Con ella, almuerza Silvana Torre, una experta porteña en recursos humanos. Silvana se abraza a su cartera porque cuenta una mala experiencia: “Estábamos en Monserrat en un almuerzo de laburo cuando nos dimos cuenta que dos chicas le estaban revisando la cartera a una compañera. Te ponés mal porque en la cartera llevás más que plata: las llaves, cosméticos y recuerdos”, lo que ejemplifica el valor simbólico que para las mujeres tiene la cartera.
Por ejemplo, a Solana Pozzi, una actriz de 28 años, le robaron la cartera cuando salía, de madrugada, de un bar en Rosario. “Me vinieron a robar y me pidieron la cartera. Empezamos a forcejear porque para mí la cartera es como un miembro del cuerpo. Les di la billetera, pero en el apuro se me cayeron las pastillas anticonceptivas y lo más gracioso es que el ladrón se dio cuenta y vino a traérmelas”, retrata la intimidad femenina que asoma cuando se abre el cierre de una cartera.
Los comerciantes lo saben y prefieren cuidar el tesoro de sus clientes antes que dejar que la piratería andante pique en sus mesas.
Edith Luján, la adicionista de Maleva, en pleno bullicio de la placita de Serrano y Honduras ejemplifica: “Hubo muchos robos, por eso pusimos hace dos meses las correítas para carteras. Cuando los clientes las enganchan ya quedan protegidos. El tema es que todavía mucha gente desconoce el sistema y sigue apoyándola en la silla. Los turistas los usan más porque están más atentos a evitar robos”.