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domingo, noviembre 24, 2024

10-F: Día de la dignidad de los tinogasteños

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Los historiadores no hacemos futurología. No nos interesa ni nos compete. Nos limitamos, eso sí, a registrar los hechos.

Por Luis Alberto Taborda. Vecino de la Asamblea de Tinogasta

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Nos limitamos, eso sí, a registrar los hechos. A mirarlos de frente, tal cual son, sin tapujos ni anteojeras. Somos profesiones adiestrados en esto de sopesar, de medir, de ponderar. Intentamos no hablar utilizando palabras vacías, sino que elegimos los términos apropiados que lleven a la comprensión directa de los sucesos.

No nos mueve, como a los periodistas, la obligación de seguir el día a día. Obligación que pesa en la pluma y en el espíritu porque la suma de acontecimientos supone un flujo constante, enfrentado al cual se pierde a menudo el sentido del equilibrio y la perspectiva. Los historiadores muy de vez en cuando dejan de ocuparse del pasado, que es su especialidad, para pasar a ocuparse de algún hecho raro, extraordinario, conmovedor, que acaba de suceder.

De suceder este mismo día, por ejemplo. Hecho que por sus características, por su, digamos, magnitud, de pronto se nos impone como algo especial y distinto. Un hecho singular, fuera de serie, que de entrada nomás, parece llamado a ocupar un sitio destacado en la atención, primero, y luego en la memoria colectiva. Lo que pasó el “10 de febrero de 2012”, es uno de aquellos acontecimientos inolvidables, que marcan un antes y un después. Un acontecimiento que se constituye como Fecha importante por peso propio, casi sin discusión.

Eso sucede porque los vecinos, comunes mortales, hombres y mujeres corrientes, deciden, ese día, justo “este” día, hacerse cargo de su historia. E intervenir y comprometerse para que algunas cosas no sigan pasando. Y aunque sigan pasando, dejar testimonio evidente de su opinión y de su rechazo. A los pueblos no se los gestiona desde arriba, como quien conduce borregos al corral. Los pueblos, cuando asumen que ellos también poseen un saber y un poder, dejan de depender ciegamente de personajes providenciales, y un tanto patéticos, que se arrogan una legitimidad y una representación solo cuando se trata de imponer condiciones a los de abajo, pero que exhiben evidente mansedumbre, debilidad y servilismo, cuando se enfrentan a una instancia que los supera.

Allí, entonces, se les agota el discurso de la pretendida y cacareada “Autonomía Municipal”, que tanto les gusta declarar así, en Mayúsculas. Cuando las papas queman, cuando la situación apremia, estos pequeños políticos desaparecen. Así como lo digo: dejan librada a su suerte a la institución, a la ciudad y sus vecinos, y corren a esconderse y a preparar las intervenciones mediáticas con las que tratarán de explicar lo inexplicable. Me hacen recordar al capitán del crucero recientemente hundido en las costas de Italia: el primero en poner los pies en polvorosa (esto es, correr para salvarse) fue quien conducía la nave. Circunstancia inaceptable, vista de cerca, y risible, vista de lejos.

Quien conduce permanece en su lugar y enfrenta directamente la situación y no se retira precipitadamente a esconderse en lugar seguro dejando a toda una comunidad librada a su suerte. Esto es así desde que el mundo es mundo, por más que balbuceantes y retóricas (esto es, sin contenido) declaraciones intenten convencernos de lo contrario. ¿Qué hicieron los tinogasteños el 10 de febrero? Poco y mucho. Poco, porque fueron nada más que coherentes y consecuentes con un planteo que ya tiene cinco años de vigencia: la mayoría del pueblo no acepta, no quiere a la megaminería a cielo abierto; y se ha expresado muchas veces y en diversas formas en tal sentido; y no acepta además, que se le imponga de modo violento un cambio abrupto en su modo de vida, afectando a recursos esenciales como el agua.

Estas ideas, reiteradas hasta el cansancio, en diversos foros y reuniones, siempre fueron minimizadas y poco tenidas en cuenta. La urgencia de cerrar contratos y negocios (o quizá negociados) con las empresas mineras, no dejaba a los funcionarios el mínimo de lucidez, como para pensar que también había que atender las demandas de quienes no piensan como ellos. Gestionar una comunidad con equilibrio supone hacer a cada grupo un espacio, conteniendo todo dentro del marco de un plan de gobierno serio, consensuado. Pero esto ya es pedir demasiado, si lo que impera es la improvisación más absoluta y descarnada. Y a eso nos hemos acostumbrado a llamarlo gobernar…, ¡Dios mío, si Juan Domingo resucitara!

También el 10 de febrero los Tinogasteños hicieron mucho, muchísimo. Por eso la fecha es importante de entrada. Hicieron, entre otras cosas, un ejercicio de dignidad impresionante. Atravesando las barreras del miedo inmovilizador y de la apatía que se pregona como histórica para los catamarqueños, aceptaron el desafío de plantarse en la ruta y aguantar un chubasco de golpes y metralla, tan solo para dejar bien en claro que hay decisiones que no se compran ni se venden, y que hay banderas que se mantienen en alto a pesar de cualquier adversidad. Así se escribe la historia, siempre a contramano. Siempre como un desafío frente al cual de pronto la gente siente que está sola y que tiene que arreglarse como pueda, porque sus representantes, ninguno, los acompañará en el momento decisivo. Esto que digo despertará adhesiones y rechazos, no lo dudo. Y abrirá polémicas. Pero era necesario decirlo. Si no reivindicamos hoy, de manera urgente, ese torrente suelto de emociones, gritos, imprecaciones y lágrimas que surcaron nuestros rostros en esta jornada memorable, estaríamos incumpliendo con la función que el pueblo nos reconoce y nos exige. Un historiador no solo está para hablar de los tiempos aborígenes, o coloniales. No. Un historiador tiene que interpretar el presente a la luz de la experiencia histórica. Y esta “Tinogasta rebelde”, que no pierde vigencia en estos umbrales, precisamente, de sus magníficos trescientos años de trayectoria, nos recordó hoy que está viva y vigente. Comprometida y lúcida.

Esperando que de una vez sus demandas más auténticas sean atendidas y no haya que recurrir cada vez a un cuerpo de infantería y a una jauría de perros feroces para avasallar su voluntad y su destino. Por lo expuesto en estas consideraciones, propongo que recordemos el día, 10 de febrero de 2012, de intensa memoria, como el DÍA DE LA DIGNIDAD DE LOS TINOGASTEÑOS.

– Prensa Unión de Asambleas Ciudadanas Informa
– 20 de febrero de 2012

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