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domingo, noviembre 24, 2024

Las traiciones se pagan

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Alguna vez vivió su momento de gloria. Creyó que le había llegado su momento y se preparó hasta para la foto. Lo ensalzaron tanto que el hombre se sintió el más lindo de la clase.

Y de su voz tensa, dubitativa, llena de temores, pasó a esa convicción propia de los que se sienten ganadores.

Del perfil bajo que lo caracterizaba, casi del anonimato (cruel para sus intenciones) mutó a mostrarse en todas las ventanas que los grupos de poder concentrados le abrían. Y se convenció de que ya era la imagen de la nueva Argentina.

Julio Cobos se sintió importante, trascedente, antes de serlo. Mucho ayudó que la oposición polítiva lo adoptara (circunstancialmente porque después empezaron las peleas palaciegas e intestinas) como su carta de triunfo, y también que los medios concentrados lo eligieran como su hombre elegido para la defensa de sus intereses, aun dentro del propio gobierno que los combatía o les ponía límites.

Por eso no extrañaron su voto no positivo en el conflicto con el campo, su clara oposición más allá de tratar de disimularlo a la Ley de Medios (que justamente terminaba con los privilegios de a quien el vicepresidente buscaba representar), sus críticas a los métodos del gobierno que é integraba, sus mensajes de pacificación cuando nada estaba en guerra y sí bajo discusión ideológica, su coqueteo permanente con quienes se enfrentaban al Gobierno (dirigentes ruralistas, mandatarios de la Iglesia, jefes de los monopolios, dirigentes opositores), o el más reciente desempate por el 82 por ciento móvil en las jubilaciones, proyecto que rotundamente era resistido por su impractibilidad por el Ejecutivo y que el vice opositor decidió contrariar.

En todos los casos, hubo convicción de parte de Cobos. Fue política y no ideológica. Si hubiera defendido sus ideas, siendo éstas las expuestas en sus decisiones, jamás hubiera sido parte del proyecto que encabezó primero Néstor y luego Cristina Kirchner.

Fueron posturas políticas en tanto se entiende las mismas como la búsqueda de su conveniencia personal y nada más que eso.

Se decía, se escribió en estas mismas páginas más de una vez, que esos actos de traición
podrían ser tan caros a futuro como efectistas en su momento.

Y de a poco, el príncipe soñado empezó a volver a ser sapo. Ya las posturas de Cleto el Iscariote no servían de nada ante un gobierno convencido del rumbo a seguir y también de una sociedad que suele entender bien qué cosas son operaciones y qué otras son genuinas.

La imagen de Cobos se fue cayendo en picada. Sus socios mediáticos fueron poniendo huevos en otros nidos. Sus probables aliados políticos empezaron a jugar su propio juego. Y el otrora denominado prohombre de la Patria se sintió solo. Rechazado por el pueblo como lo mostró la plaza de Kirchner.

Pero las malas noticias no se terminan para el vice opositor. Como las traiciones pagan tarde o temprano, en su propio reducto, ése donde se sintió ganador, el Senado, acaba de recibir un cachetazo que es difícil de superar. Fue el acto de homenaje a la memoria del ex presidente de la Nación y secretario general de la UNASUR, Néstor Kirchner. El senador por la provincia de Entre Ríos, Pedro Guastavino, criticó la presencia en el recinto de Cobos al momento de hacer uso de la palabra.

Expresó: “No puedo rendir un homenaje estando usted presente”.

No fue un golpe más. Al rechazo visceral en gran parte del pueblo, le llegó ahora la desacreditación de sus propios pares. Se sabe, las traiciones se pagan. Cobos bien puede dar fe de ello. Antes y ahora.

– Por Luis Rivera – El Argentino

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