Otra vez las técnicas del manual OTPOR, el montaje que se realiza sobre un reclamo genuino de algún sector de la población, con el fin avieso de implementar una estrategia de desestabilización y caos, es decir, la preparación del terreno para destituir, como sea, a los gobiernos no dóciles a los mandatos e intereses de los países imperiales y del neoliberalismo en el planeta.
Pero la invasión a Libia, como anteriormente la invasión a Irak, ejecutada con el solo propósito de un dominio en las regiones y de la apropiación indebida del petróleo, traspasa todos los límites de la civilización e implica lisa y llanamente un retorno a la barbarie, en el sentido estricto de la palabra, además de la presencia de algo que puede ser equiparado con lo que Jacques Lacan señala como el desencadenamiento de la locura, la pérdida de ese punto que nos abrocha a un sentido y que permite una regularidad en el acontecer de las cosas, que nos hace confiar, por ejemplo, en que los balcones no se desplomarán a nuestro paso, ni los transeúntes con quienes nos cruzamos en la vereda nos atacarán, que el planeta seguirá girando en torno de su eje, que la ley de la gravedad continuará existiendo, que la manzana proseguirá cayendo perpendicularmente, que los astros en sus órbitas volverán siempre al mismo lugar, etc.
Es que el neoliberalismo viene, por estructura, a trastocar ese principio, esa confianza, heredada de la tradición judeo-cristiana, que supone la presencia de un orden y una regularidad en el universo, o, como concebían los pueblos orientales, una armonía en el cosmos, que nos permite una cierta certidumbre vital, que pensemos, por ejemplo, que el sol proseguirá apareciendo por el este y poniéndose sobre el oeste o que todavía no llegará el fin del mundo. Precisamente la esencia neoliberal es la ausencia de ese punto de sujeción, la falta de una razón o de un principio ético que se ubique por encima de su lógica de desplazamientos y ganancias. Hoy el único principio ordenador a la vista para la travesía humana es el dinero, el ideal de la ganancia sin condicionamiento alguno, el mercado como un dios engañoso y psicótico, como el amo absoluto hecho de mudanzas y falta de sujeciones.
Y si cae el límite último que ordena la realidad, si la regularidad que abrocha un sentido se desploma, lo que queda es la psicosis, entonces ya no podremos estar tan seguros de que los balcones no se caerán a nuestro paso ni que los otros no nos atacarán en la vereda ni que las hordas imperiales no nos invadirán, es decir, de que no nos desayunemos cualquier día de estos con la presencia de aviones bombardeando el país sin más motivos que la apropiación salvaje de nuestras reservas de agua o de nuestros alimentos. La caída del límite último establecida por la fase actual del capitalismo podrá abrir la puerta a todos los infiernos, y a todos los saqueos. En ese horizonte de tierra arrasada todo es posible, inclusive, tal como comienza a ocurrir hoy en día, las invasiones con el mero propósito de hurtar violentamente los recursos naturales de los países. Entonces en nombre de la civilización se ingresará la barbarie, en nombre de la democracia danzará la más cruel de las tiranías, en nombre de la vida reinará a sus anchas la muerte.
Es que el capitalismo en su crisis, en su larga declinación, en su lento derrumbe, en su agónico ocaso, buscará llevarse todo consigo, sobrevivir como sea, rapiñar lo que encuentre a su paso, transponer todos los límites, todas las barreras, poner en práctica cualquier tipo de acción por sanguinaria que fuere, inclusive comerse a sí mismo, hacer de su propia caída un negocio, una fuente más de ganancias y como un descomunal elefante herido arrasar la civilización a su paso.
La invasión a Libia por parte de las fuerzas de la Otan no deja de retrotraernos a otros períodos de la historia en que las hordas bárbaras invadían territorios, saqueaban, mataban, arrasaban, incendiaban, sometían, robaban, asesinaban sin más motivo ni propósito que la de apropiarse salvajemente de los bienes del otro.
La única diferencia respecto de aquellas invasiones de antaño es que hoy la barbarie imperial que invade las naciones se articula con el discurso de la ciencia, articulación estructural que la torna mucho más devastadora. La invasión a Libia es una muestra del desarrollo tecnológico puesto al servicio del retrocedo humano y evidencia la caída de aquella ecuación del proyecto moderno, directamente proporcional de: «a mayor desarrollo de la razón y la ciencia, mayor desarrollo ético y moral de los seres humanos». Hoy se desarrolla la ciencia al mismo tiempo en que vemos cómo retrocede en muchos casos el género humano, aun cuando por otra parte amplios sectores sociales y políticos busquen reintroducir una ética y una responsabilidad, reestablecer un sentido vital por encima de la mera especulación capitalista. El poder en el mundo, el imperialismo, nos está llevando de vuelta a la caverna, esta vez con satélites y comunicaciones cibernéticas.
Como una analogía con el imperialismo en su fase actual, recordemos aquel mito de Eresictón, que Ovidio narra en Las Metamorfosis. Eresictón, castigado con los rigores del hambre por haber hachado el roble de la diosa Ceres, se vio imposibilitado de calmar su hambre y saciar su apetito sin límites. En su voracidad sin fondo, en su pantagruélica cena devoraba todo a su paso y hasta los residuos fueron platos. Como consumió todos los alimentos y los bienes, tuvo que vender a su hija para conseguir dinero y procurarse más alimentos, pero como la insatisfacción insistía, terminó comiéndose a sí mismo, dejando huérfanos sus dientes.