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miércoles, diciembre 4, 2024

“Me hartan los ignorantes que, una vez descubiertos, se jactan de su ignorancia”

Rogelio Ramos Signes responde ‘En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti

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Rogelio Ramos Signes nació el 14 de diciembre de 1949 en La Rioja, capital de la provincia homónima, República Argentina, habiendo transcurrido su infancia en San Juan, capital, también, de la provincia homónima, y su adolescencia en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe.

Desde 1972 reside en San Miguel de Tucumán, capital de la provincia de Tucumán. Es miembro fundador de la Asociación Literaria “Dr. David Lagmanovich”. A partir de 1982 dirige la revista “A y C” (Arquitectura y Construcción). Obtuvo el Gran Premio Regional de Cuentos del Noroeste (2011), otorgado por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación.

Ha sido incluido en más de cien antologías de poesía, narrativa y ensayos de diversos países (citamos “La ciencia ficción en la Argentina”, “Antología del cuento fantástico argentino contemporáneo”, “Sleepingfish”, “The global game”, “El verso libre”, “200 años de poesía argentina”, “Minificcionistas de ‘El Cuento’. Revista de Imaginación”, “Poesía de pensamiento”, “El Quijote de Tucumán”, “La vita in brevi”).

Fue el compilador del volumen “Monoambientes. Microrrelatos del Noroeste Argentino” y co-compilador de “Ajenos al vecindario” y “Cuaderno Laprida”. En el nº 10 de la revista “Minotauro” fue difundida su nouvelle “Diario del tiempo en la nieve” (Segundo Premio CACYF, Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía, en 1984) y en el nº 13 de la revista “El Péndulo” su nouvelle “En los límites del aire, de Heraldo Cuevas” (Primer Premio “Más Allá” a la mejor novela argentina de ciencia ficción en el bienio 1985-1986).

Publicó el libro de cuentos “Las escamas del señor Crisolaras”, el de microrrelatos “Todo dicho que camina”, los de ensayo “Polvo de ladrillo”, “El ombligo de piedra” y “Un erizo en el andamio”, las novelas “En busca de los vestuarios” (Premio ALIJA, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina, al mejor libro ilustrado, en 2005), “Por amor a Bulgaria” (Primer Premio en el Concurso de Novela Breve 2008 “Luis José de Tejeda”) y “La sobrina de Úrsula” y los poemarios “Soledad del mono en compañía”, “La casa de té” y “El décimo verso”.

¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

RRS: Mi primer acto de creación fue antes de aprender a escribir, cambiándole la letra a las canciones que cantaban mis hermanas. Ellas (de ocho y diez años más que yo) se enfurecían. Una vez que aprendí a escribir coseché los primeros beneficios porque inventaba cuartetas obscenas para mis amigos, canjeándolas por aquellas manufacturas para las que yo era un negado: una buena honda, un autito fabricado con latas de sardinas, etc.

¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

RRS: Con la lluvia y con las tormentas me llevo muy bien. Ambas me gustan, porque me despiertan la imaginación y me sumergen en un ambiente acorde con mis sentimientos: por lo general no me agradan los días de sol extremo.

Sin embargo, mis recuerdos en relación con las lluvias son tristes y jamás pude escribir sobre ello. Pasé mi adolescencia en las afueras de Rosario, cerca del arroyo Saladillo, y sufrimos dos inundaciones. En la segunda, con más de un metro y medio de agua dentro de la casa, perdimos todo.

Con la sangre me llevo mal, me impresiona.

Detesto la velocidad. Me he acostumbrado a conducir con mis hijos pequeños sentados junto a mí, y siempre fui muy prudente. En síntesis: luego de cincuenta años conduciendo sólo choqué una vez, en un pueblo sanjuanino, porque la ruta estaba con arena y, a pesar de frenar con tiempo, el auto igual se deslizó hasta dar contra un camión. ¡Única experiencia de ese tipo! Eso sí, a mi vehículo lo chocaron varias veces.

¿Y cómo me llevo con las contrariedades? Creo que son un clásico dentro de mi vida cotidiana. Supongo que más o menos como en la vida de todos. Así que convivo pacíficamente con ellas, a sabiendas de que en algún momento me van a salir de improviso a ponerme palos en la rueda.

“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?

RRS: Soy de los que ignoran qué cosa es la inspiración, y abogo permanentemente por el trabajo. Lo que otros llaman inspiración, si es que estamos refiriéndonos a nuestro oficio, es la actitud que tenemos los escritores frente a la vida como testigos de determinados acontecimientos. Cosas que a otros se les pasan por alto, porque no ven en ellas ni una pizca de fantasía, para nosotros es el germen de una historia o de un texto que vendrá. Andamos siempre con las antenas paradas. He ahí la diferencia, el terreno donde germina y da frutos eso a lo que llaman inspiración.

¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

RRS: Me atrae cómo manejan sus contratiempos los músicos populares que actúan en varios lugares diferentes en la misma noche, que sufren las mil y una en el camino, pero que suben al escenario con una sonrisa.

Me gustan las historias de los colegas que, al igual que yo, produjeron alguna obra casi sin darse cuenta, con piloto automático, y resultó que ¡es su mejor obra! para lectores desprevenidos.

Me gustan los artistas plásticos que tomaron imágenes de algún sueño sin saber que lo estaban haciendo.

Me gustan los descubrimientos casuales en lo que respecta a avances en la salud. Esas historias tienen mucho que ver con el realismo mágico de cierta literatura.

¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

RRS: Por lo general me agrada deconstruir los refranes y clichés de la lengua cotidiana, quitarles su componente metafórico a ciertas frases hasta dejar las palabras desnudas, a expensas del absurdo que genera la lógica en estado puro. De hecho, mi libro de microrrelatos “Todo dicho que camina” es exactamente eso: situaciones lógicas y absurdas que cambian el sentido de frases hechas.

Ahora bien, en la charla cotidiana uno de mis clichés más usados es: “De algo hay que morir”, cuando una conversación entre amigos se convierte en un insoportable compendio de enfermedades. Es mi manera de cortar por lo sano. ¡Detesto hablar de esas cosas! También suelo usar, por oposición a mi edad, cuando ya sé que nunca haré tal o cual cosa: “Ya sabemos que tengo la vida por delante”. La mayoría lo toma como una frase de esperanza y buena onda. Muy pocos se animan a retrucar con alguna humorada afín. Pero siempre hay alguno que lo hace. ¡Esos son mis amigos más queridos!

¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

RRS: Me sigue pasando con “El Quijote”, que estoy leyendo por cuarta vez.

La primera vez fue una fea experiencia. Hice una pésima lectura y por obligación en el colegio secundario.

La segunda fue por mi cuenta y por simple curiosidad. Debo haber tenido poco más de treinta años y recuerdo haberme reído muchísimo.

La tercera fue más o menos veinte años después. Me reí muy poco y tengo presente que lloré en muchas partes. Quizás tenía que ver con algún momento determinado de mi historia, o con el hecho de aceptar el fracaso de algunos principios que había mantenido durante toda mi vida. ¡La terrible funcionalidad del arte!

Esta cuarta lectura es más calma: tomo notas, comparo, busco términos en algún diccionario de palabras olvidadas, produzco otros textos a partir de lo que leo. En fin, sé que esta será mi lectura final.

Me sigue emocionando la poesía de mis “maestros a distancia”: Antonio Cisneros, Pedro Shimose, César Fernández Moreno, Gregory Corso, Ezra Pound, Antonio Machado, Alfredo Veiravé, los poetas del Siglo de Oro Español. Textos muy variados y de múltiples fuentes.

Me sucede lo mismo con algunas novelas, además del Quijote de Cervantes; “La muchacha de las bragas de oro” de Juan Marsé, “En la pendiente” de Markus Werner, “Zama” de Antonio Di Benedetto, “Martedina” de Giuseppe Bonaviri, “La señora Calibán” de Rachel Ingalls, “El último encuentro” de Sándor Márai, “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, “Todos los nombres” de José Saramago, “Lolita” de Vladimir Nabokov, “País de nieve”  de Yasunari Kawabata, varias novelas de Murakami, más todas las que estoy olvidando en este momento. Con “Lolita” me ocurre lo mismo que con “El Quijote”, requiere diferentes lecturas en diferentes edades, a veces con resultados totalmente opuestos.

Y cuentos: “Un día perfecto para el pez banana” de J. D. Salinger, “El perro que nunca existió y el anciano padre que tampoco” de Francisco Candel, “El evangelio según Marcos” de Jorge Luis Borges, “Antártida” de Claire Keagan, “Los destiladores de naranja” y “Tacuara mansión” de Horacio Quiroga, “El perjurio de la nieve” de Adolfo Bioy Casares, “Vecinos” de Raymond Carver, y algunos otros que ahora tampoco vienen a socorrerme.     

Y en cuanto a música, son incontables los discos que necesito escuchar por lo menos una vez al mes; pero no quisiera que esto se convirtiese en un listado de títulos y de autores.

¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

RRS: Siempre hay algún fracaso, en cualquier terreno y no sólo en el de la literatura, que es mejor callar. Lo bueno es que se lo puede procesar, maquillar y envolver para regalo. En fin, disfrazarlo hasta convertirlo en confesión privada; escraches a uno mismo que seguirán siendo historias secretas de las que nadie encontrará la llave exacta, sino apenas una que otra ganzúa.

¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

RRS: Me produce incertidumbre. Mi amor por lo fantástico tiene mucho que ver con eso. A veces siento que la posteridad es un componente de la ficción, otras veces la siento como lo opuesto, como una realidad que llega a destiempo, que se ha convertido en una nueva metáfora de la tristeza. En el mejor de los casos la posteridad es pariente cercana del azar.

“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?

RRS: Me aplastan los caminos sin salida; no ver la luz al final del túnel; la falta de posibilidades en el país que, por ser el nuestro, amamos; el esfuerzo gastado en tareas inútiles dentro de una rueda de la que no podemos salir; nuestro destino hámster.

De todos modos, necesito una vida tranquila, sin demasiados sobresaltos, para que mi imaginación pueda correr a campo traviesa durante la escritura; para que allí dentro se generen todas las tribulaciones y avatares, hasta convertirse en palabras más o menos bien ordenadas.

¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

RRS: Me gustan los estilos cuando funcionan como un perfume, que algunos pueden descubrir sin que sea algo demasiado visible. En cambio, me molesta, y mucho, cuando es un cliché; por más que sea un cliché personal, inventado por ese autor.

Creo que la repetición es una manera anticipatoria de la muerte. Es horrible leer un texto inmerso en la obviedad.

¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?

RRS: Me indigna (como a muchos, pero no a todos) la injusticia que, por lo general, produce el dinero. La falta de oportunidades en la que se mueve la gente de nuestro entorno, nosotros incluidos; ni hablar de quienes no tienen ni siquiera esas escasas perspectivas. No soy un tipo físicamente violento, pero puedo serlo mentalmente y desearle cosas horrendas a quienes se mueven con impunidad amparados en la injusticia reinante. Así como los milicos asesinos son un tema que para mí divide las aguas, sin posibilidades de reconciliación; siento que algo parecido, aunque no tan duro, me está pasando con quienes manejan el dinero de una manera mezquina y sin medida… Tal vez por eso también escribo poesía, para tratar de cortar de alguna manera el vacío discurso del poder.

Me hartan los ignorantes que, una vez descubiertos, se jactan de su ignorancia; también la gente sin opinión propia; los que no leen un libro o ven una película sin antes haber tenido acceso a una crítica previa; esa repetición (digamos, universitaria) donde tus trabajos sólo tienen valor si están sostenidos por un andamiaje bibliográfico.

Me harta también el coro de seguidores de gente mediocre. Los “me gusta” indiscriminados y los comentarios sin freno que a diario vemos en las redes sociales.

Muchas cosas me hartan; tantas que sería imposible cerrar la respuesta a esta pregunta.

¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

RRS: La del niño lector, de clase media, que se hizo culturalmente como pudo, a los ponchazos. La del músico frustrado. La del tímido irrecuperable. La del inseguro que se inventó un personaje con el mismo nombre, la misma edad e idénticos rasgos personales.

¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

RRS: Me hubiese gustado que existiera y haber conocido a la pulpera de Santa Lucía, que inmortalizó Héctor Pedro Blomberg. También hubiese deseado escuchar las arengas entre lógicas y desopilantes del licenciado Vidriera, de Cervantes. Haber asistido a la Casa de las Bellas Durmientes que imaginó Kawabata, habría estado muy bueno; conocer a Francisco de Quevedo, de quien se dice que a veces hablaba en perfecta rima, no en desprolijidad rapera, sino en inobjetables alejandrinos, con sus correspondientes hemistiquios y la acentuación exacta; intimar con las modelos del fotógrafo checo Jan Saudek hubiese sido todo un galardón; o haber tocado un instrumento en alguna pista de “Sgt. Pepper”.

El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

RRS: Todos esos puntos son protagonistas de mi novela “Por amor a Bulgaria”.

Eso, llevado al acontecer cotidiano es, en definitiva, una síntesis de la vida que vivimos; o al menos de la vida que yo vivo, si dejamos fuera la intemperancia.

No sabría cómo recomponer tremendo andamiaje cotidiano cuando siento que estamos obligados a correr sin freno en un bosque invadido por la niebla. ¿Quién se salva de llevarse un árbol por delante?

¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?

RRS: Varios, porque ellos son mi espejo y envidia. Voltaire, sin dudas; Sarmiento, también; Lichtenberg, eternamente; en lo literario, Conrado Nalé Roxlo, sobre todo sus textos costumbristas y mordaces firmados como Chamico; las anotaciones de Adolfo Bioy Casares que, de alguna manera, son la puesta en palabras del insustituible humor de Landrú

¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?…

RRS: No aprecio (porque no sé o porque no tuve una educación clásica) la evaluación de la música con un sentido matemático, o como un hallazgo de la neurociencia. Escucho música todo el día, y he llegado a producirla intuitivamente, pero no dispongo de conocimiento para disfrutarla y/o desmenuzarla desde otras perspectivas.

Me gustan las imprecisiones del “arte encontrado”: la figura fugaz que nos entrega una nube, el microrrelato oculto que aprisiona algún párrafo de una novela, el humor involuntario que surge de hechos cotidianos.

En definitiva, me gusta y emociona lo parecido, pero no lo simétrico. Dos senos femeninos ligeramente diferentes podrían ser un buen ejemplo.

¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?

RRS: Aquello de “el hombre y sus circunstancias” puede contener el quid de estas valoraciones, a veces momentáneas, a veces injustificadas. No todo es igual en todo momento ni en todo lugar.

El hecho de no tener siempre una justificación para mis amores o mis fastidios no me entristece. Sí me entristece ser consciente del origen de mis rencores, que es punto tan distante del amor como del odio.

¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?

RRS: No desde mi punto de vista; porque, así expresado, nos liberaría de responsabilidades a nosotros que somos los verdaderos culpables de que el mundo haya podido ser una porquería, o de que tal vez lo sea hoy, o de que quizás lo siga siendo en el futuro.

Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?

RRS: Jesucristo, Johannes Gutenberg, Miguel de Cervantes Saavedra, Voltaire, Domingo Faustino Sarmiento, Camille Saint-Saëns, Patrice Lumumba, Dolores Ibárruri, Albert Sabin, Ho Chi Minh, John Lennon, Amelia Earhart, Dmitri Hvorostovsky, Jorge Luis Borges, Fidel Castro y varios que se me escapan en este vuelo de pájaro, incluyendo igual a Marilyn Monroe que no entraría en el casillero de “entrega a una causa o proyecto”, supongo.

¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?

RRS: El humor involuntario, sin duda. El que surge de situaciones absurdas, que no fueron pensadas como tales. Los avisos parroquiales, suelen ser un buen ejemplo en este sentido.

¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?

RRS: No sé si llego a entender correctamente la pregunta, pero creo que siempre estamos lejos del ideal, y eso es lo que nos lleva a porfiar una y mil veces por aquello en lo que creemos, si no nos bastaría con echarnos a dormir una siesta interminable e imaginarnos que eso es la vida.

En lo que hace a la literatura considero que es más o menos lo mismo. Suelo decir, y es verdad, que me gusta la página en blanco; entrar en ella sin preconceptos ni ideas. Tal vez ese sea mi mecanismo para luego sentirme medianamente satisfecho con el resultado de lo que escriba. Tenerlo todo planeado antes de ponerme a escribir me lleva indefectiblemente a la desazón: mi imaginación siempre será mayor que mi capacidad para ponerla en palabras.

El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?

RRS: Con el amor, bien; siempre estuve enamorado, aunque no siempre los finales fueran felices.

Con la contemplación, bien; creo que esa es la previa de muchos textos que luego escribí.

Con el dinero, mal; como cualquier argentino de clase media que vive de su trabajo en un país dominado por políticos y empresarios insaciables.

Con la religión, bien; gracias a mi padre no tuve una educación religiosa; y aunque a veces siento que es una falta en mi vida, la he incluido en mis preocupaciones literarias (un saco inagotable a donde va a parar todo) y leo sobre diferentes religiones con cierto placer y respeto.

Con la política, mal; sufrí mucho en el último y más feroz golpe cívico militar del 76, perdiendo casi todo, y viendo en la actualidad que mis camaradas (compañeros, correligionarios, etc.) de entonces se reciclaron sin cargos de conciencia.

¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?

RRS: Soy buen público para todo tipo de manifestación artística. Si hay algo que me molesta en ello no son las obras en sí, sino los presuntos entendidos y sus pavoneos que terminan convirtiendo todo en pastiche de frases huecas.

Algo que suele aburrirme es eso a lo que hoy llaman stand-up, pero que viene desde épocas inmemoriales con otro nombre o sin nombre alguno. Son, por lo general, refritos de cosas escuchadas hasta el hartazgo.

¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?

RRS: Añoro el camino desde mi casa hasta la escuela, en la ciudad de San Juan, con todas las alternativas de su recorrido: casas de mi barrio, un gran descampado, una calle de tierra profusamente arbolada, una avenida peligrosa corriendo a la par de un canal de riego y finalmente la escuela.

¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.

RRS: La ciudad, el pensamiento, la autenticidad, la visión, la lengua, el bosque, la danza, la ceremonia, las miniaturas, el azar, el desajuste, el sufrimiento, el sacrificio, la muerte.

Creo que en ese orden ya está el microrrelato para mí, que a la vez es el camino opuesto que añoro en la respuesta a la pregunta anterior.

“Donde mueren las palabras” es el título de un film de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?

RRS: En el tormento, en la enfermedad, en el hambre que no se modifican con el sana-sana de algunas frases bien pensadas, aunque la intención sea buena.

¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?

RRS: Sí puedo. Lo que más deseo, dentro de cualquier lenguaje artístico, es encontrarme con una obra que me sorprenda, que me conmueva, que de alguna manera dé en el centro de mi gusto y necesidad; eso es obvio. Si no se diese así, también soporto lo contrario: una obra que me incomode. Lo que verdaderamente me resulta inaguantable es una obra compuesta de obviedades… Si imagino lo que va a venir y es eso lo que viene, no me interesa.

Hay artistas ideológicamente opuestos a mí que, si en su lenguaje no insisten con cuestiones panfletarias, pueden llegar a interesarme.

¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?

RRS: Es algo que siempre me ha dolido, y mucho, pero como se trata de una actitud clásica en un gran número de las personas que conozco (incluidos algunos amigos cercanos), he tratado de pasar esa desazón a segundo plano, y ya no espero que se cumplan las promesas. Muchas veces, también, me pregunto si yo no habré caído en ese formato sin haberme dado cuenta; y, a pesar de que creo que no, cada vez hay más cosas que no podría asegurar.

Me tranquiliza, eso sí, saber que les doy a todos algo de mí; es decir, les doy mi tiempo. Lo malo es que cuando soy consciente de eso, noto la diferencia y la decepción a la que hacés referencia se hace presente.

No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?

RRS: Creo que eso ya está incluido parcialmente en una respuesta anterior, donde menciono a Jesucristo, Gutenberg, Lumumba, Sabin, Ho Chi Minh y Fidel. Pero esto podría completarse con varias personas que fui conociendo a lo largo de mi vida, gente cuyo nombre nada le diría a quienes lean esto; simples trabajadores que hicieron su tarea con eficiencia y respeto por los demás.

En áreas más banales, si es que esta respuesta puede desviarse hacia allí, admiro a algunos futbolistas de Independiente, el club de mis amores. Podría sintetizarlos en uno: Raúl Emilio Bernao.

¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?

RRS: Creo que ambas cosas, dependiendo de diferentes momentos de mi vida. Priorizando siempre el trabajo, como único medio de sustento para criar a mis hijos, pude poner mis pasiones en segundo plano y dedicarles las escasas horas que podía. Liberado parcialmente de esas obligaciones tengo mucho más tiempo para entregarle a mis pasiones, que son mías, que me pertenecen totalmente.

¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?

RRS: Escucho mucha música, de toda y casi todo el día. En ese terreno hay muchos artistas que han sido alabados y que a mí no me conmueven en absoluto, pero siempre pensé que es una cuestión de gustos. Y me parece maravilloso que no todos gustemos de lo mismo, si no el mundo ya se habría acabado en medio de guerras interminables por tener lo que tiene el otro, o tal vez nos aburriríamos tanto por no poder escuchar otra campana que nos sentaríamos a esperar el fin.

En música de rock, sólo por dar algún ejemplo que complete la idea de esta pregunta, considero que la capacidad de Jimi Hendrix y de Eric Clapton está sobrevalorada. La pintura de Salvador Dalí no me sugiere demasiado. El premio Nobel de Literatura a Bob Dylan me parece una barbaridad. Si querían premiar a un músico popular que hace literatura con la letra de sus canciones, opino que Leonard Cohen lo merecía mucho más.

En nuestro terreno también se da por épocas. Las novelas de Sándor Márai me aburren tremendamente, salvo “El último encuentro”, ni hablar de las de Leonardo Padura. E históricamente, no termino de entender la devoción por Marcel Proust.

¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?

RRS: El amor, al menos desde mi experiencia, casi siempre fue asimétrico, desnivelado, a destiempo; muchas veces, la añoranza del paraíso; otras veces, la imaginación de lo que podía ser y que raramente fue.

Eso no impide que haya fugaces chispas de simetría en el amor, que sería el paraíso añorado de la frase anterior.

¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?

RRS: Depende para qué. Para descansar, la siesta. Para alucinar, la noche.

¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?

RRS: Por rubros: Mozart y Charly García, Borges y Quevedo, El Bosco y Piet Mondrian.

Mezclados: Beethoven y Werner Herzog, San Juan de la Cruz y Marilyn Monroe, Estanislao del Campo y Leo Dan.

Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?

RRS: Mi partida actual, o la de siempre, es la del peón eternamente enamorado de su reina, dispuesto a jugarse la vida ante un rey ocioso, a caballo o a pie, a riesgo de ser visto desde la torre por esos alcahuetes llamados alfiles, incapaces de ir de frente.

*

Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de San Miguel de Tucumán y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1250 kilómetros, Rogelio Ramos Signes y Rolando Revagliatti.

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