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jueves, noviembre 21, 2024

Felipe Pigna: Cómo sobrevivieron las viudas de la Revolución de Mayo

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Conmovedoras resultan las palabras de Guadalupe Cuenca, cuando al recibir las noticias de la muerte de su esposo Mariano Moreno se dirigió al Primer Triunvirato: “Acabo de perder a mi esposo. Murió el 4 de marzo en el barco inglés que lo conducía; arrebatado de aquel ardiente entusiasmo que tanto lo transportaba por su patria, le prestó los más importantes servicios y corrió toda clase de riesgos… (…) Un hijo tierno de siete años de edad y su desgraciada viuda imploran los auxilios de la patria persuadidos de que ni ésta ni su justo gobierno podrán mostrarse indiferentes a nuestra miseria ni ser insensibles espectadores de nuestro amargo llanto. Y de las ruinas y estragos que nos ha ocasionado el más acendrado patriotismo, comparecemos ante V.E. con el fin de interesar en nuestro auxilio una moderada pensión de resarcimiento de tantos daños; es solamente lo que pedimos. Ojalá nuestro desamparo fuera menor, así me libertaría de una solicitud que tanto me mortifica”.  1

Como respuesta, Cuenca recibió una pensión de 30 pesos fuertes mensuales: el sueldo de cada miembro del Triunvirato era de 800 pesos fuertes.

En El Grito del Sud, del 8 de diciembre de 1812, se anunciaba el remate “de la casa y la hacienda del finado doctor Juan José Castelli sita en la costa de San Isidro”. Su viuda, María Rosa Lynch, en la miseria, gestionó en 1814 el cobro de los sueldos adeudados a su marido: “Habiendo fallecido por octubre de 1812 mi esposo, el ciudadano Juan José Castelli, dejando pendiente la gran causa de Residencia que se abrió contra él, y no habiéndose dado hasta el momento un solo paso para su prosecución ya sea por el orden de los sucesos, como por la inexcusable lentitud que observó por sistema en este negocio el Triunvirato de aquel tiempo”.

Lo adeudado sumaba 3.378 pesos. Se pagó 13 años después.

Dorrego, condenado a muerte

Ángela Baudrix no había llevado una sencilla vida desde los tiempos de la Revolución. En 1815 se había casado con Manuel Dorrego, que por su oposición a las políticas centralistas del Directorio, en 1816 fue arrestado y desterrado a Estados Unidos.

Señala Lucía Gálvez: “En octubre de 1817, Ángela presentó un largo escrito al Congreso, donde protestaba porque no se le había hecho saber la causa del arresto de su marido en vísperas de partir a Cuyo con su regimiento ni el motivo de su injusto exilio”. Dorrego regresó en abril de 1820, y durante esos años Ángela no contó con más apoyo que el de su familia.

Dorrego se convirtió en un hombre destacado del partido federal porteño, alcanzó la gobernación provincial y crió con Ángela a sus dos hijas. Pero no eran tiempos pacíficos.

En diciembre de 1828, Ángela recibió esta esquela: “Mi querida Angelita, en este momento me intiman a que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; mas la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí.

De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido serlo en compañía del desgraciado”.

Su esposo acababa de ser ejecutado en Navarro por orden del general Juan Lavalle. Ángela se ganó la vida cosiendo uniformes para el ejército hasta que en 1845 el gobierno de Rosas comenzó a pagarle una pensión como viuda de un jefe militar. 2

En estas dignas “súplicas”, como en las emotivas cartas, se ven las huellas contradictorias de la Revolución en la vida de nuestras mujeres.

Referencias:

 1 Enrique Williams Álzaga, Cartas que nunca llegaron, Buenos Aires, Emecé, 1967.

 2 Lily Sosa de Newton, Mujeres argentinas de ayer a hoy, pág. 74-75.

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