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domingo, noviembre 24, 2024

Qué revelan las listas de candidatos

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La definición de las figuras que competirán en octubre terminó
de configurar un mapa electoral con sorpresas, urgencias y extravagancias varias. La relación K con el PJ, la expansión de La Cámpora, la desorientación radical y la debacle del duhaldismo.

Un fantasma recorre por estas horas el escenario político. El avance de integrantes de La Cámpora en las listas del oficialismo revela para muchos el poder acumulado de un espacio al que miran con recelo. Para otros, en cambio, se trata de un transvase generacional que, perfectible –como todo en la vida–, representa la esperanza de renovación política. Justamente, aquella que empieza a dejar, más afuera que adentro, a las figuras más anquilosadas del peronismo tradicional. El equilibrio entre ambos extremos será clave para comandar un kirchnerismo que enfrentará su tercer mandato sin posibilidades de reelección para Cristina Fernández. Pocos imaginan un futuro sencillo. Más bien, todo lo contrario. El Ejecutivo deberá encontrar el sucesor que mejor encaje en su traje y el Congreso se convertirá en campo fértil para profundizar (o no) el modelo nacional.

En ese tránsito, la oposición tuvo en cuenta el mismo cálculo al momento de armar sus listas de candidatos. Con urgencias o necesidades, con extravagancias o apuestas a seguro, su estrategia ahondó en la selección de aquellos que pudieran traccionar los votos que les son esquivos a sus fórmulas presidenciales. En definitiva, sin gestión que plebiscitar en octubre, el arco anti K se enfrenta a la búsqueda de una mayoría legislativa que le asegure cierta proyección a largo plazo. De uno y otro lado, las apuestas ya están sobre la mesa.

Peronómetro. Desde que falleció el ex presidente Néstor Kirchner, las especulaciones comenzaron a transpirarse entre propios y ajenos. ¿Qué pasaría con el gobierno de Cristina Fernández? ¿Cuál sería el devenir del modelo K? ¿Quién se convertiría en el articulador político oficial? Las apuestas a favor de la Presidenta daban en baja –aun a contramano del apoyo popular en crecimiento–, y las incógnitas como marca registrada del kirchnerismo aumentaban más rápido que el propio tiempo. El saldo resultó una sorpresa para varios: Cristina se mostró capaz de comandar el barco, sin concesiones ni quebrantos, forzando a unos y otros a revisar su posición en un mar político que, en gran medida, le había preanunciado el nocaut tras su viudez repentina.

El relato podría encontrar su final en el transcurso de la última semana. Dijo la Presidenta, el pasado 21 de junio: “Una vez más, vamos a someternos a la voluntad popular. Mi compromiso es irrenunciable e irrevocable”. No hubo ornamentación partidaria en el lanzamiento de su candidatura. Tampoco una multitud popular que la escuchara en vivo y en directo. Por cadena nacional y desde el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, donde meses atrás se despidió a Kirchner, Cristina Fernández develó que competiría en las elecciones, sin llenar el casillero de su acompañante en la fórmula.

Claro que el Prode tampoco quedó abierto por mucho tiempo. Volvió a decir Cristina, el sábado 25: “Durante mi gestión, la medida más importante fue la de recuperar la administración de los recursos que tenían las AFJP y la persona que vino a proponerme en aquel momento de crisis, a decirme que el mundo había cambiado y que teníamos que adoptar una medida, fue Amado Boudou”. El nombre del vice K irrumpió en su discurso de la mano de aquel prólogo; su portador apenas atinó a morderse el labio, levantarse de su silla y saludar a un par de funcionarios presentes en el acto de la quinta de Olivos.

Sin embargo, no se trató justamente del final de la historia. A la confirmación de la dupla oficial para los comicios de octubre, al borde del límite legal para presentar las listas en la Cámara Electoral, se sumó la difusión de la fórmula para la gobernación de Buenos Aires –integrada por el actual gobernador Daniel Scioli y el titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, Gabriel Mariotto–, y de los nombres de los contendientes para ocupar una banca en las cámaras de Diputados y Senadores. Un combo que inauguró una particular temporada de mediciones. El objeto de estudio: el peronismo y el kirchnerismo –rebautizado “cristinismo” –, ¿amigos o enemigos?

“Para algunos, el cierre de listas del Frente para la Victoria simbolizó la ruptura con el peronismo tradicional. Sin embargo, se trata simplemente de un reacomodamiento”, reflexionó Carlos Fara. “Si bien hay nuevos nombres en danza, ligados a la renovación generacional o el compromiso ideológico con el proyecto, lo cierto es que el gobernador no fue vetado en su reelección ni tampoco cuestionado el liderazgo de los intendentes –continuó el consultor–. No niego que se vea la mano presidencial en el ordenamiento final de los candidatos para legisladores, sean nacionales, provinciales o municipales. Pero eso no implica desarmar por completo la lógica tradicional del PJ. En todo caso, insisto: hay otros equilibrios, límites, condicionamientos. No sé cuánto servirá para la próxima fase pero sí podría anticipar tres cuestiones: la primera, que el peronismo no se mantendrá igual que en los últimos treinta años; la segunda, que la Presidenta opera sabiendo que la opinión pública acompaña y continuará acompañando sus decisiones, y la tercera, que los actores afectados ya no tienen tanto poder de veto y negociación como en otros momentos históricos, con la pena de pagar un costo mayor al que pretenden infligir.”

Es innegable: una lectura rápida por los principales nombres de las listas K desnuda el avance de los actores más cercanos a Cristina Fernández. La lógica podría suponer diversos motivos, entre ellos el recelo frente al recuerdo de 2009 –cuando Kirchner se recostó sobre el pejotismo que no le garantizó la victoria en las urnas– o las críticas al interior mismo del proyecto, cuando los avances suponían enfrentar corporaciones con las que no todos quisieron pelearse. Los más desconfiados, en cambio, ponen el ojo en La Cámpora, la agrupación juvenil que creció de la mano de Máximo Kirchner, fue ganando cargos en la gestión ejecutiva y terminó conquistando varios espacios en las listas parlamentarias. Para los más optimistas, se trata de una decisión que no sólo avanza en la unión que propuso Cristina –“Espero ser un puente entre las nuevas y las viejas generaciones, que como yo tomamos la posta de otros y seguimos adelante”, confesó– sino que también representa la formación de cuadros que funcionan como garantía del kirchnerismo a futuro.

Más escépticos, algunos sostienen que el guiño a la militancia juvenil –la que le dispensó a la Presidenta un apoyo cada vez más multitudinario desde octubre de 2010– le permite contar con figuras legislativas que defenderán y votarán sus proyectos legislativos sin cuestionamientos. La idea de una organización que funcione como tropa propia de Cristina tuvo su abono: fue la propia Presidenta quien justificó a su vice diciendo que, entre las cualidades del ministro de Economía, se encontraban “una lealtad que no es personal, sin contenido, sino la identificación del proyecto colectivo, y la valentía que hay que tener para ejercer esa lealtad”. Entre los casos más resonantes de La Cámpora se ubican Andrés “Cuervo” Larroque, subsecretario para la Reforma Institucional y el Fortalecimiento para la Democracia, y Eduardo “Wado” de Pedro, funcionario de Aerolíneas Argentinas, ambos candidatos a diputados por la ciudad y la provincia de Buenos Aires, respectivamente.

Desde la óptica del politólogo Sebastián Etchemendy, profesor investigador de la Universidad Torcuato Di Tella, se trata de una exageración de los medios de comunicación: “Es cierto que La Cámpora explica el recambio generacional pero convive bien con el peronismo tradicional. No los condeno, como hace la prensa dominante, aunque tampoco creo que sea más importante que otros grupos. El Movimiento Evita también logró un montón de cargos y aumentó su poder. Hay muchos que sueñan con una separación entre el Gobierno y el PJ pero como ya demostró Steven Levitsky en su libro sobre el peronismo, se trata de un partido que no tiene canales institucionales estables y experimenta una gran renovación. Los veinte poderosos de los ’90 no son los veinte de hoy. En los ’80, Carlos Menem era un extraño para el peronismo y terminó comandándolo. Teniendo en cuenta que el año próximo la disputa más grande estará dividida entre lo que suceda en el Congreso y la gobernabilidad económica, la renovación –con los representantes de la Juventud Sindical incluidos– será clave. Y el peronismo siempre evidenció una gran capacidad de adaptación: hoy podrá contar con más cristinistas o más camporistas pero ninguno es ajeno al partido. Son nuevos cuadros, nuevas elites, la imagen del equilibrio entre lo nuevo y lo viejo dentro de un mismo espacio”.

Si las lógicas de poder dentro de los partidos nunca son unidireccionales, ni tampoco verticales u horizontales (según el caso), el mix actual ofrece ese sinfín de asimetrías que permiten entender la diversidad en las decisiones de la conducción. Basta con observar que, para el Senado –donde alcanzar las mayorías suele ser más complicado que en la Cámara baja–, el Frente para la Victoria no dejó librados los espacios a la renovación: el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, o el salteño Walter Barrionuevo figuran entre los candidatos.

“Para quienes gustan de señalar las diferencias, se puede afirmar que la decisión presidencial respecto de las candidaturas privilegió la confianza y la juventud por sobre el poder territorial”, afirmó el consultor Ricardo Rouvier. “Sin embargo, todas esas cuestiones, como el lugar secundario que le dejaron a la CGT –continuó el titular de Ricardo Rouvier & Asociados–, deben entenderse en el marco de una profundización del kirchnerismo, que mantiene sus alianzas estratégicas, incomodando a algunos y reagrupando a otros en el mismo barco. Las luchas internas suelen ser una constante en épocas electivas y la Presidenta simplemente se mostró como quien fija los límites y las fronteras, y más aún en términos de cuadros que de distritos.”

Arco anti K. Entre los opositores, el armado de las listas dejó al descubierto la necesidad de amalgamar las alianzas de último momento. El radicalismo de Ricardo Alfonsín, junto a Francisco de Narváez, logró acuerdos en territorio bonaerense, desnudando su desesperación por conseguir una amplia cantidad de votos en el mayor distrito del país. Hizo agua, en cambio, en la ciudad de Buenos Aires, donde la posibilidad de compartir espacios terminó diluyéndose entre los compromisos asumidos en uno y otro partido. A diferencia de sus ex socios de la UCR, la apuesta del socialista Hermes Binner –candidato a presidente del Frente Amplio Progresista– estuvo más guiada por las urgencias. Sin figuras de peso que pudieran elevar el porcentaje de votos, la conformación de las listas buscó moderar las exigencias del socialismo, con las ambiciones de la CTA, las pretensiones de los integrantes de Libres del Sur y las ilusiones del espacio comandado por el senador cordobés Luis Juez. Lo propio hicieron en Proyecto Sur, la Coalición Cívica y el Partido Obrero, más claro en sus objetivos y candidatos que los primeros.

Capítulo aparte merecen Eduardo Duhalde, empeñado apenas en resguardar los asientos que retiene en el Congreso, y Alberto Rodríguez Saá, el gobernador de San Luis y novio galante de Delfina Frers, que cargó de extravagancia las listas, con la presencia de Marta Fort –la madre del chocolatero Ricky– o el pastor Giménez, por nombrar apenas a algunos.

“Siempre es importante que haya nuevas figuras en la política –advirtió el especialista Carlos Ávila– y que puedan demostrar capacidad de gestión más que agresión o discusiones que se dan más por la fuerza que con argumentos contundentes. Justamente, creo que es tiempo de cambios reales. Y así como las listas, a nivel nacional, reflejan la renovación, también sucede lo mismo en el peronismo. Ojalá hubiera más personas con ganas de participar y atributos para pensar en una sociedad más integrada y colectiva.”

Por lo pronto, el 14 de agosto encontrará a todos compitiendo en las elecciones primarias, abiertas, obligatorias y simultáneas. El desafío será, sobre todo, para los espacios más chicos, obligados a alcanzar un piso electoral (1,5 por ciento de los votos) que los habilite para seguir en carrera. El resto ya largó con miras a octubre, con la última palabra en manos de la voluntad popular.

– Lus Laici – Veintitrés

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