El reciente secuestro y crimen de Candela Rodríguez, el hecho de tratarse de una niña de 11 años, el hallazgo de su cuerpo en un descampado en el gran Buenos Aires, etc. produjo, como es lógico y razonable, una gran consternación e indignación general.
La noticia de la aparición del cadáver inundó durante varios días las pantallas televisivas del país y llenó a los argentinos de estupor y espanto. Esa gran atención e interés puestos en este hecho aberrante y repudiable, conllevan sin embargo el riesgo de hacernos perder de vista las condiciones profundas, esa otra violencia estructural, que instala la base para que se produzca la violencia visible y hace que los crímenes, los robos violentos, los ajustes de cuenta, la desaparición y la trata de personas tengan un aumento exponencial en el mundo contemporáneo.
El filósofo esloveno, Slavoj Zizek, habla de tres tipos de violencia que es necesario diferenciar: la violencia subjetiva, visible, que constatamos a diario en las calles, es decir, los robos, los homicidios, los secuestros, la creciente agresividad en el tránsito, ejercidos por toda una caterva de malhechores, tránfugas, delincuentes y personalidades psicopáticas que producen inseguridad y temor en los ciudadanos, pero que en definitiva no son ajenos al mismo cuerpo social que los repudia y aun cuando la gente en general tienda a vivenciarlos como externos a su conformación, o sea, como “ovejas descarriadas”, inadaptados al sistema, etc.
De este modo nos sorprendemos cuando vemos que el asesino, o el malvado, no procede de la película Hannibal, sino que vive cerca de nuestras casas, trabaja en la administración pública, transita diariamente las mismas calles, tiene hijos pequeños, va a comprar el pan a la esquina, etc. Dice Zizek que el horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatía con las víctimas funcionan sin excepción como un señuelo que nos impide pensar y avizorar el problema. Es más, muchas veces pedimos un control y una regulación del desborde contemporáneo desde posiciones subjetivas que facilitan la instalación de aquello mismo que pretendemos controlar. Por ejemplo, se reclama un combate a la inseguridad y a la violencia desde posiciones en sí mismas violentas; soluciones para la marginalidad desde posturas racistas y discriminatorias que producen mayor marginalidad y exclusión todavía, civilidad en el tránsito desde actitudes psicopáticas en la vía pública, etc.
La indignación centrada exclusivamente en las formas de la violencia subjetiva, visible, distrae nuestra atención del auténtico problema, tapando otras formas de violencia y haciéndonos participar por lo tanto de ellas. Dice Slovan Zizek: “La lección es, pues, que debemos resistirnos a la fascinación de la violencia subjetiva, de la violencia ejercida por los agentes sociales, por los individuos malvados, por los aparatos represivos y las multitudes fanáticas: la violencia subjetiva es, simplemente, la más visibles de las tres”.
Otro tipo de violencia es la que ya de por sí conlleva el lenguaje, la violencia simbólica, no sólo porque los discursos dominantes dirigen en cierto modo el curso de la subjetividad de la época, es decir, imponen un universo de sentido y una masificación de las conciencias, sino también por aquello que desde ya implica la imposición misma del código de la lengua, la aceptación de la convención, eso que Heidegger llama “la casa del ser”, el sometimiento del sujeto humano a una arbitrariedad sobre la que se edifica la civilización y la cultura. Este tipo de “violencia” simbólica es, desde luego, inevitable e inherente a la condición humana.
La tercera violencia, que es la que aquí más nos interesa, es la violencia sistémica, aquella violencia no visible, subterránea, oculta, que subyace a toda violencia subjetiva y que tiene que ver con el funcionamiento mismo de los sistemas económicos y políticos, es decir, con las condiciones actuales del capitalismo en su fase financiera-especulativa, con su estructura circular, como un discurso sin pérdida, sin barreras ni límites. Por ejemplo, es sabido que el narcotráfico no deja de ser consustancial a las lógicas del mercado y que constituye, al igual que el tráfico de armas, uno de los pilares estructurales sobre los que se asienta la actual economía neoliberal, entidad que produce la caída de toda consideración humana que no sea el beneficio económico a cualquier precio y sin contemplación alguna por la vida o la muerte. La caída del sentido es estructural a esa lógica neoliberal donde el único “amo” a la vista es un discurso amo impredecible y errático, el mercado, incapaz de abrochar una significación y una razón para la travesía humana. Esa falta de un significante “amo” que imponga un orden de sentido, es lo que Alain Badiou llama “mundos atonales”.
Siempre hubo delito en el mundo, crímenes y todo tipo de fechorías desde el momento mismo en que el sujeto humano tiene la posibilidad de poner su razón al servicio del mal, pero el actual crimen organizado, las bandas delictivas, las mafias del narcotráfico, los llamados piratas del asfalto, los secuestros extorsivos, los focos de corrupción reinante en las administraciones de los gobiernos de los países, la trata de personas, las desapariciones, el negocio de la guerra, los homicidios, etc., son hoy más bien la consecuencia lógica de esa violencia sistémica que instala en parte las condiciones para que la violencia subjetiva se produzca. Afirma Zizek: “Es la danza metafísica autopropulsada del capital lo que hace funcionar el espectáculo, lo que proporciona la clave de los procesos y las catástrofes de la vida real. Es ahí donde reside la violencia sistémica fundamental del capitalismo, mucho más extraña que cualquier violencia directa socioideológica precapitalista”. Claro que ningún poderoso de la tierra se siente partícipe o artífice de esa violencia sistémica.
Dice Zizek: “hoy en día las figuras ejemplares del mal no son los consumidores normales que contaminan el medio ambiente y viven en un mundo violento de vínculos sociales en desintegración, sino aquellos que, completamente implicados en la creación de las condiciones de tal devastación y contaminación universal, compran un salvoconducto para huir de las consecuencias de su propia actividad, viviendo en urbanizaciones cercadas, alimentándose con productos macrobióticos, yéndose de vacaciones en reservas de vida salvaje, etc”.
Y si actualmente, por ejemplo, los países de la OTAN invaden otros países con el sólo propósito de la apropiación del petróleo y demás recursos naturales, ¿cuál es la razón para no delinquir?, ¿cuál es el punto de detención al desencadenamiento contemporáneo?, ¿en dónde reside la legitimación de un sentido?
Repudiar y horrorizarnos de los terribles crímenes resonantes que ocupan las tapas de los diarios y de los informativos televisivos, crímenes cometidos muchas veces por delincuentes comunes, no debe hacernos perder de vista esa otra violencia, la sistémica, que es la causa de que hoy algunas ciudades en el mundo, como Ciudad Juárez, en México, comiencen a tornarse inhabitables.