Es frecuente que en este valle se apriete el gatillo de la fácil negación del saludo, por cosas que no pasan generalmente de un circunstancial desacuerdo.
Es posible observar que en Salta no son necesarios grandes conflictos o controversias personales para que la gente, de la noche a la mañana, se retire directamente el saludo y para que los supuestos “amigos” o conocidos, algunos de ellos de años, dejen de saludarse sin más motivos, muchas veces, que un intercambio de opiniones o puntos de vista.
De esta manera cada cual tiene en alguna vieja agenda una lista de conocidos o allegados, espectros de antaño deambulando en los cajones, fantasmas que han ido quedando entre los papeles y las cosas perdidas, como testimonio triste de la amistad de otras épocas, amarillentas fotografías que congelaron el momento de un encuentro, de una reunión familiar, de un cumpleaños, de un aniversario, etc. recordándonos de este modo que envejecemos y que, como en “El tiempo recobrado” de la novela “En busca del Tiempo Perdido”, de Marcel Proust, la vida pasada es también la historia de los desencuentros y los malos entendidos.
Más allá de lo anecdótico, este tipo de cosas no dejan de revelar un sinsabor por el historial de esos desencuentros que vienen además a recordarnos que la interrelación con el otro no es fácil y que hoy el lazo social está resquebrajado, quizá seriamente dañado. Acude entonces Freud diciéndonos en el “Malestar en la Cultura” que si en la civilización hay algo que amenaza la felicidad y la torna irrealizable, ello es la relación con los otros, quizá la principal fuente de desdicha e insatisfacción. Jean Paul Sartre directamente decía que “el infierno son los otros”.
Pero el retiro de los saludos no sólo se produce por las pequeñas diferencias imaginarias que en algún momento pueden haber hecho crisis, sino también porque en algunas ocasiones los recios saludantes no se han visto al cabo de los meses y no es aquí sencillo andar por ahí saludando, intercambiando sombrerazos como si nada, sin tener que pensar en si el otro se dignará o no a responder nuestro saludo. El hecho de no haber visto al congénere durante algunos meses ya faculta a algunos a cortar en frío y sin previo aviso el saludo, dando así muestras de mala educación y refinada grosería.
Pero así es Salta, al menos en este aspecto, una realidad en la que todavía, y a pesar de los cambios, no dejan de pervivir en muchos casos, resabios de lo atávico, lo oscuro, lo subterráneo y donde las cosas aún tienden a no decirse frontalmente sino más bien por sesgo, por desvíos, por atajos que tienen que ver la mayor de las veces con las habladurías, con los rumores, con las conjuras, con esas estrategias de “dividir para reinar” y de “sentarse en el umbral de la casa a esperar ver pasar el cadáver del enemigo”.
Lo curioso es que esa misma gente que se enemista y que retira fácilmente el saludo, no por grandes diatribas sino por pequeñas diferencias, suele ser la misma que acostumbra a hablar pestes de los otros en ausencia y a acusarlos de los peores delitos, a difamarlos, a injuriarlos para después terminar teniendo, en algunos casos, a esos mismos injuriados como amigos cuando la cosa pinta conveniente, aunque siempre dispuestos a distanciarse ante la más mínima minucia cada vez que ésta les afecta.
La crítica, el debate, el intercambio de opinión, la exposición de las ideas, son tomados muchas veces como agresión y generan, a diferencia quizá de lo que ocurre en otras ciudades, rechazo, enojo, discordia y malestar. Antes que hablar y aclarar las diferencias algunos prefieren retirar lisa y llanamente el saludo, sin palabras, sin explicaciones, en un terreno donde lo puramente imaginario le gana la batalla a lo simbólico y a la convivencia civilizada, desnudando de este modo arcaicos restos colectivos de un pasado pastoril en que la opresión ejercida por las clases oligárquicas, las abismales diferencias sociales y la organización premoderna del tejido social, tallaron a fuego la desconfianza, la sospecha, el resentimiento, el temor hacia el otro, en definitiva, las relaciones paranoides con el semejante.
Vocablos como “mi viejo”, “cumpa”, “compadre”, etc. pronunciadas hiperbólicamente, casi festivamente, aluden a esa concepción imaginaria y débil de las relaciones amistosas, amistad que al poco andar, y ante el menor obstáculo, suele mostrar en muchos casos la hilacha, revelando su inconsistencia y no dejando ni rastros ahí donde un rato antes sólo hubo canto y celebración amistosa. En realidad el saludo se quita en estas latitudes no por las ocasionales divergencias que pudieren haber surgido entre los conocidos, sino más bien por antipatía, envidias, rivalidades y no pocas veces odio. El canto celebratorio de la amistad, conlleva inevitablemente su contracara.
Y no es que tengamos que andar por la vida amando al prójimo como la madre Teresa de Calcuta ni dando muestras efusivas de afecto y de amistad incondicional ni pregonando a cada paso la camaradería, la hospitalidad, la hermandad o el gauchaje. Freud retrocedía espantado con aquello de “ama a tu prójimo como a ti mismo” porque veía en ese imperativo moral la proyección sobre el otro de nuestras propias miserias y culpas. Consideraba que lo que los individuos quieren en realidad es dominar, humillar, castigar, ensañarse, someter, hacer sufrir al semejante y gozar inconscientemente con ello. Es que la envidia, la rivalidad, la agresividad, son inherentes al psiquismo del sujeto humano, sujeto que no es igual a sí mismo ya que se encuentra dividido en tanto ser hablante. Tomar conciencia de esa división constitutiva debería hacernos al menos un poco más tolerantes.
Por consiguiente no se trata de hacer un culto de la amistad ni de que uno deba andar saludando a todo el mundo como perro de paño, con cabeza articulada, en la luneta trasera de un auto, ni de llorar como Aquiles la muerte de Patroclo, sino simplemente de una pizca de educación y de buena escolaridad, de saber conducirse en la vida civilizada, si es que no queremos retornar a la caverna.
El retiro fácil del saludo: «el infierno son los otros»
¿No sabe que el saludo en salta es una práctica del desprecio? algo privado que se ejerce como un trofeo de la discriminación, en el saludo se definen los niveles de poder de los participantes del ritual y se regula no por entredichos, falsedades, no, no porque el «infierno sean los otros», no, ocurre porque es una manera de sentar un profundo desprecio de clase, enviando con esta actitud de ignorar al otro la confirmación de su invisibilidad, de su poca relevancia y su inmerecida condición para ser parte de la » salteñidad»… Tiene razón freud como haria gente así para amar al prójimo, con esa ineficiente fidelidad a si mismo, como podría amar a los otros si primero debe amarse a si mismo, siendo honesto, alto, leal … cada vez admiro más a freud, el que estudió el amor cristiano, el último de los románticos
El retiro fácil del saludo: «el infierno son los otros»
habrá que seleccionar mejor a quien saludar de entrada…