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domingo, noviembre 24, 2024

Betiana Blum en Más liviano que el aire: “el teatro es una ilusión”

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El sábado 14 de abril a las 21 hs. en el Teatro del Huerto, se presentó la obra “Más liviano que el aire”, versión de la novela homónima de Federico Jeanmaire, dirigida por Gabriela Izcovich.

La puesta de Izcovich coloca en el centro de la escena a una actriz de la talla de Betiana Blum, quien compone a una viejecita solitaria dueña de un departamento decorado casi a la antigua, con aire de trastos viejos que se respira durante el desarrollo de las consecutivas escenas. Y digo de la talla de Blum, ya que bajo ninguna circunstancia pierde al personaje pese a algunos obstáculos técnicos que sucedieron como el corte de micrófono que hizo que nos quedásemos en la intimidad del personaje y ya no fue posible imaginar cómo hubiese sido escucharla el resto de la obra con ese aparatillo funcionando. Ello también marcó una diferencia con otro personaje que no aparece en escena, Santiago, el adolescente delincuente que intentó robar a Lita pero que ella encerró en su baño y desde allí sólo escuchamos su voz a través del micrófono lo que daba la idea de una voz grabada. El actor, Eduardo Carrera, aparece en el saludo final. En un comienzo, la idea del ocultamiento provoca intriga y nos posicionamos frente a un unipersonal. Aparece para saludar al público, lo cual me parece un despropósito y un desperdicio, ya que si sólo se escucha su voz podría haber estado en off. ¿Para qué encerrar a un actor, ocultarlo, sólo hacerlo hablar y mostrarlo para saludar?

El texto versionado es muy bueno y la actuación de Blum es magnífica. La interpretación de Betiana fue sobrecogedora. Nos metemos en su historia, y la verdad de la ficción que presenta ese mundo, es la realidad de muchas ancianas expuestas al peligro en la sociedad argentina de hoy. Conmueve no sólo su desprotección, la falta de seguridad y la extrema soledad, sino esa necesidad de afecto de la protagonista quien construye su propia biografía completando los espacios en blanco, esos intersticios que la historia familiar cargada de tragedias cotidianas, dejó vacíos. Lita, así nombrada por Santiago (de Rafaelita), instala su vida dentro de una ficción para poder hablar de Delita, su madre fallecida cuando era pequeña, y de ella misma para autorepresentarse como una niña querida. Apenas tuvo contacto con los hombres: el primero la abusó, el segundo la robó y ahora, este tercer hombre que aparece en su vida y que tiene la edad para ser su nieto, la engaña para tratar de robarle su jubilación. Pero él, pese a su lenguaje vulgar, se constituye en el narratario de su vida. La ficcionalidad de la ficción es una excelente estrategia narratológica convertida en artilugio escénico que opera como resorte directo al espectador, el segundo narratario no ficcional de la puesta.

La anciana desliza frases como “una no termina de darse cuenta que está viva y ya se tiene que morir”. En un nivel más profundo, la obra propone cuestionamientos filosóficos que colocan a la protagonista en el lugar del pensamiento reflexivo. Pero está envuelta en un pragmatismo decimonónico que la obliga a tomar posturas prejuiciosas sobre ciertos personajes de la argentinidad, como el gaucho, de quien habla mal. El gaucho es el malsano, es sinónimo del actual villero y por lo tanto, causante de las desgracias del país. Para colmo de males, villero delincuente. Lita representa una ideología y en momentos, se erige como la voz hegemónica de un sector de la sociedad. Una mujer que vive en el ostracismo y repite “discursos” de una clase dominante, al fin y al cabo es una pobre mujer nada feliz, que lleva consigo la herencia de las mujeres de su época: no poder volar… Por ello, el deseo de toda mujer es más liviano que el aire, y admira a su madre que logró volar en un aeroplano- vuelo real- aunque el precio haya sido la fatalidad. El deseo de Lita, por contraposición, se convirtió en un peso que cargó toda su vida.

Finalmente no hay escapatoria ni para los unos ni para los otros porque todos son parte de una historia en común: seres limitados, con ataduras, carentes, que viven en espacios fracturados y sin alas para volar libremente. Una obra inspiradora, con pasajes de humor amargo. Una obra actual.

Betiana Blum, al término de la función, expresó que el teatro es una ilusión, que ella es muy feliz en el escenario, que le permite conectarse con el público que le dice «te queremos» a lo que ella responde «yo también».

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