“Réquiem para un erizo”: psicológicamente intensa

El dolor de la proximidad… cuerpos que se tocan… sufren…mueren… Es el nuevo planteo dramatúrgico de Germán Tolaba en su cuarta obra escrita, en esta oportunidad dirigida y también actuada por él.

Las ideas de Gérman T (Germán Tolaba) fluyen a borbotones, cosa que estimula al teatro salteño, le agrega una cuota de intenso flujo vital y congrega nuevo público que se une a sus ya seguidores de siempre, entre ellos, quien escribe esta crítica teatral.

T no tiene nada que probar. Sus textos no son complacientes, su escuela nace en su insana imaginación, subvierte órdenes establecidos y nos arroja fuera de las leyes normales. Aplaudible. Magistral. Encantador. Gérman T es de entre los nuevos autores de teatro salteño, un gran escritor.

“Réquiem para un erizo” no es la excepción. Nada previsible en su desarrollo, de alto voltaje, la anécdota transita por una psicología perversa. Y en este sentido, tiene el condimento característico de las anteriores. Hay en “Réquiem…”, sin embargo, un anuncio de muerte, de compleja animalidad, de sutil grotesco, de absurdo plan. El hombre/erizo, el erizo/hombre se vuelca hacia parámetros convencionales del amor que terminan por convertirse en mecanismos enfermos, tan enfermos como la obsesión y los celos. Un Otelo bastardo, una ramificación de las cuencas del alma.

Gérman T nos deleita con su dramaturgia. Suena en los oídos límpida y voraz. Quizá su triple participación en la obra no le permite la visión externa ligada a lo interno y subjetivo, es decir, necesitaba un ensamble que se sustraiga de sí mismo. Imágenes y texto se disocian en la representación al ingresar a un código anómalo que al escapar del realismo, se vuelve forzado. Entonces esa animalización del hombre se pierde por ejercer doble presión: desde la interpretación y desde lo textual. Reforzar en lo actoral lo que dice lo verbal quita fuerza. Los actores Esteban Trejo y Andrea Córdoba, que lo dan todo dinámicamente, ingresan en un código extraño por el que no camina el tercer personaje interpretado por Gérman T. La idea de la representación es exquisita en un punto, fragmentaria de a ratos y en lo global, altisonante. Los actores del Grupo NN pasean un desasosiego que sobreexcita la calma, son eslabones de una cadena torcida en la que nunca existió un triángulo. Y volvemos a la dramaturgia que funciona como significante casi puro, en donde lo auditivo se concentra en el primer plano. ¿Cómo combinar eso, con lo visual? En el plano de lo auditivo hay varios niveles, subestructuras entre cómo se dice y lo no verbal, entre el tono de la voz y el movimiento, entre la música y lo plástico, entre el volumen y la interpretación. Como si en el circuito de la comunicación hubiese interferencias.

Esas interferencias terminan por armar un subtexto que corre en paralelo con la dramaturgia. No hablo de la dramaturgia de actor, ya que alguna vez expresé que decir dramaturgia es referirse a lo escrito y lo escrito sólo puede ser textual. Pero puede servir para explicar que el código de la actuación va a contramarcha del texto. No es ni bueno ni malo, ni mejor ni peor. Es extraño. Una poética disonante.

Resta subrayar la prolijidad de las actuaciones en el sentido puro del trabajo escénico, más allá de las acotaciones puestas aquí.

El Bolero de Ravel está muy bien elegido como leit motiv, ya que la obra atraviesa idénticos movimientos: un ostinato, melodía obsesiva; un crescendo y finalmente, lo estruendoso.

Por último, cabe señalar que la obra es conceptual, atravesada por un conflicto actual por el que el amor sólo puede ser concebido por un loco.