«x» duerme en las afueras de la nueva sucursal del banco francés de la calle Zuviría entre España y Belgrano. Hace frío y él está lejos de casa, muy lejos…
Es casi la medianoche del 25 de mayo. Un día festivo, recordatorio de la gesta de la independencia, revolución que buscó la mejor vida de los argentinos, revolución inspirada en ideales de gloria.
Unos instantes fotográficos, para detenerse frente a la carencia de «x». No lo conozco. Duerme su sueño profundo, con su frazada amarilla. «x» es uno más de los que duermen en la calle. Hay otros. Siempre hay alguien. Uno se pregunta por qué, sin respuesta. ¿Los operativos para la gente de la calle están funcionando? No sé. La respuesta es él, ahí, en el frío de la noche más revolucionaria de todas.
Los turistas que están a punto de subir a su coche, un colectivo que los hará girar por el norte, son testigos de la presencia nocturna de «x». Y los comentarios se suceden unos a otros: «¿Y viste todos los que hay en Bs. As.?» «¿Y en Córdoba?» Casi con una naturalidad que exaspera, porque estamos mal acostumbrados a verlos dormir en la calle. Es cierto. Soy testigo de gente que duerme frente al Congreso debajo de un árbol, por la Plaza de Mayo también hay, gente que le saca piojos a sus hijos al lado de un basurero porque trabaja como cartonera. Lo vi en la capital del país de Cristina. Pero lo que es peor, veo gente duermiendo en la calle en mi provincia.
A la salida de un Drexler, no cabe otra que sufrir por la presencia de «x» allí. Después de tanta cosa espiritual, uno sale lleno a vomitar la realidad de los indigentes, de los carentes de hogar, de los que no tendrán un desayuno caliente con un pedazo de pan.
Al frente de «x», un hotel de lujo como la máxima paradoja de la vida. Cuántos toman pastillas para dormir entre algodones, sin embargo, el clochard se ha dormido profundamente, acostumbrado a su incomodidad, a la dureza del colchón vacío, a la rutinaria carencia, sin drogas, sin comodidades, sin ilusiones.
Una noche de frío intenso de una vida sin mañana. Cobija amarilla, como la metáfora de un sol que cubre el desamparo de un hombre triste que está solo y espera.