Uno de los consultados fue Eduardo Grüner, sociólogo, ensayista y crítico cultural.
El intelectual prefirió escribir una columna a partir de las seis preguntas propuestas por la Agencia Paco Urondo.
“El 20N es un acontecimiento inaugural”
1 – ¿Cuál cree que fue el tema político del año?
2 – ¿Cuál es su visión sobre la ruptura del kirchnerismo con un sector del sindicalismo (Moyano)? ¿Qué cree que expresa la división del sindicalismo en cuatro centrales (2 CGT y 2 CTA)?
3 – ¿Cómo analiza las movilizaciones opositoras (13S, 8N)? ¿Y el acto en Plaza de Mayo del 9D?
4 – ¿Qué evaluación hace de lo que es la disputa en torno a la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual?
5 – ¿Cuáles cree que siguen siendo los temas pendientes en el país?
6 – ¿Qué expectativas tiene para lo que será el escenario político en 2013?
Grüner
«Decido responder (casi) todo más o menos junto, puesto que evidentemente las preguntas están combinadas, si bien “desigualmente”:
Me parece bien interesante, para empezar –, y me permito hablar respetuosamente de un lapsus – que bajo la rúbrica “movilizaciones opositoras” se pregunte por el 13S y por el 8N, pero no por el 20N.
También lo es, en verdad, que se diga “la ruptura del gobierno con Moyano”, y no al revés (¿o alguien cree que un gobierno peronista no hubiera querido seguir teniendo a Moyano de su lado?). “Síntoma”, en efecto, y tal vez “denegatorio”: sencillamente, no se puede creer que una movilización de una parte de la clase obrera y los sectores populares (con los dirigentes que tienen, claro: no perdamos tiempo en aclarar lo que todos sabemos) haya mostrado su oposición a ciertas políticas económicas del gobierno.
Este es, desde mi perspectiva, el “tema político del año”: justamente aquel por el cual no se preguntó.
¿Por qué?
Pues porque, signifique lo que signifique desde el punto de vista ideológico-político –eso lo veremos-, es un quiebre visible de la supuesta unanimidad de esos sectores sociales en su apoyo al gobierno.
Los dirigentes, todos los dirigentes, decíamos, son lo que son.
Pero los reclamos eran más que justos.
Por sólo mencionar uno, que después de nueve años siga existiendo el mal llamado “impuesto a las ganancias” mientras sigue no existiendo un impuesto a la renta financiera y una profunda reforma impositiva, debería ser una señal clara de cuál es esa política económica.
Y voten lo que voten esos sectores el año que viene (tampoco hay tanto para elegir) han empezado a comprender que cuando los reclamos son justos no pueden ser “psicopateados” con el argumento de que se les da pasto a las fieras clarinescas, o cualquier otra falacia por el estilo, que llevada al límite implicaría que no se puede protestar ni siquiera cuando es justo, porque eso beneficia a los “enemigos” del gobierno.
Que es, en definitiva, lo que dicen todos los gobiernos –con lo cual hay que concluir que hoy , este es un gobierno más , como cualquiera, aunque no igual a cualquiera, porque los gobiernos son todos distintos-. Esto último es importantísimo, me permito abundar sobre ello en lo que sigue.
En otras ocasiones hemos insistido –no solo nosotros, evidentemente- en que el elenco K, a partir de 2003, fue el que más inteligentemente percibió que –después de las críticas jornadas de diciembre de 2001 y los procesos del 2002- el sistema político argentino requería urgentemente de una normalización para que el sistema económico (capitalista, se sobreentiende) pudiera volver a funcionar.
Desde ya –esa fue la mayor inteligencia de los K- eso no se podía lograr haciendo como si nada hubiera pasado. Como si Néstor Kirchner, ganador de las elecciones del 2003 en las más extremas condiciones de debilidad política, no hubiera asumido aún llevando en sus oídos la “maravillosa música” del Que se vayan todos.
Hubo que hacer concesiones (a los Derechos Humanos, a ciertos sentimientos antiimperialistas de la sociedad, al enojo con las privatizaciones menemistas, a las necesidades de los sectores más desprotegidos, etcétera) que aceitaran lo más posible las tuberías de la normalización sin que la lógica básica de la recomposición burguesa se viera dramáticamente afectada.
No nos metemos aquí con la cuestión de hasta qué punto esas medidas provinieron de convicciones sinceras o fueron puramente instrumentales: es muy probable que haya habido una mezcla desigual de ambas cosas, pero no podemos saberlo ni importa mucho.
El hecho es que estuvieron nítidamente inscriptas en el proyecto global de normalización burguesa. Que incluye, desde luego, al 40 % -entre desocupados estructurales y trabajadores “en negro”-, que no son ninguna “anomalía”, sino la muy necesaria exclusión incluida que disciplina a los trabajadores “blancos”.
Y bien, esta normalización ha quedado hoy plenamente completada (lo que no significa decir que vivamos en un país “normal”, sea lo que sea eso) incluso en el discurso oficial, y ello gracias al “20-N”.
Hasta hace un tiempo todavía alguien podía atreverse a emprender sutiles debates semióticos, retóricos, hermenéuticos o estilísticos a propósito de cuánta distancia y / o contradicción podía haber (o no) entre el “relato” K y los hechos reales (ciertamente, “hechos” como la ley antiterrorista o la de las ART deberían haber terminado de liquidar tales debates: pero la ideología, se sabe, suele tener tiempos más lentos que los hechos).
Ya no. La semiótica, la retórica y el estilo de todos los funcionarios K, de la presidente para abajo, a propósito de sus críticas al “parazo” del 20N, fue unánime y monocorde: provocación, extorsión, patoterismo, cortes y piquetes que impidieron ir a trabajar a los que lo deseaban (la inmensa mayoría, se supone, o al menos el 54 %), la injusticia de hacerle semejante bolonqui al gobierno “nac & pop”, la perversidad de “hacerle el caldo gordo a Clarín”, su carácter “claramente político” –chocolate por la noticia- y via dicendo.
Y la frutilla “filosófico-política” del postre: la respuesta la daremos en las urnas, como buenos republicanos para quienes la política –esa que, ya sabemos, “retornó” en el 2003 sin que sepamos adónde se había ido- se hace una vez cada dos o cuatro años, durante los minutos que lleve poner una papeleta en la cajita de cartón (en el cuartito oscuro, “solo con su conciencia”, como quien se confiesa).
En suma: exactamente lo mismo que vienen diciendo (desde 1890, por decir algo) todos los gobiernos burgueses, sin distinción –en este rubro, entendámonos- entre conservadores, liberales, radicales, militares –salvo por las urnas, claro-, centroizquierdistas, centroderechistas, nacionalpopulistas, neo-libe-conserva-pops o lo que diantres fuere, para desacreditar la poca elegancia de las manifestaciones de protesta auténticamente populares.
La mayor “sutileza” que algunos se permitieron (o pudieron pergeñar) fue que las “multitudes” del 20-N eran una “bolsa de gatos” inimaginable donde convivían la izquierda revolucionaria con Buzzi, Barrionuevo y el Momo Venegas (contrachicana obvia: si nos atenemos al relato oficial, ¿la convivencia en los aparatos del Estado, no en la unidad de acción en la calle, de Cristina e Insfrán, de Kiciloff y Caló, de Abal Medina y Gerardo Martínez, y así, hay que suponer que es el colmo de coherencia y homogeneidad político-ideológica?
Es muy gracioso que desde el kirchnerismo se suela fustigar a la izquierda por su “purismo utópico”, pero si la izquierda, atemperando ese “purismo”, se une en la acción -no orgánicamente, por supuesto, como hace el gobierno- con otros, entonces es “oportunista” y “se ensucia las manos” ).
Un argumento “desacreditador” contra la izquierda fue, hay que reconocerlo, bien interesante como síntoma de toda una lógica de razonamiento: ¿cómo es posible que, por ejemplo, los partidos revolucionarios se hayan dejado “dirigir” por la Sociedad Rural? ¡”Dirigir”! Un psicoanalista ahí, por favor: es otro estupendo lapsus , revelador de una incapacidad congénitamente burguesa para siquiera imaginar que la clase obrera en su conjunto –no digamos ya la petite izquierda exenta de grandes aparatajes- pueda organizar, conducir, planificar y garantizar paros y piquetes (el tema “piquetes” merecería todo un ensayo irónico: una metodología de autodefensa que la clase obrera utiliza por lo menos desde las revoluciones de 1848 o la Comuna de Paris de 1870 resulta que ahora es –se escuchó así, aunque cueste no creer en una alucinación auditiva- algo “inédito / novedoso / impensable / inaudito”).
Para los sedicentes ex montoneros, combativos “peronistas de izquierda”, cultores de “la columna vertebral del movimiento”, adoradores fetichistas de la “masa sudorosa”, un paro nacional obrero y popular sólo podía ser dirigido por la Sociedad Rural, o por Buzzi, o en todo caso por Clarín, y en el mejor de los casos por Moyano y la CTA-Micheli (a quienes, al revés, el gobierno debería agradecerles que el paro no fuera aún más importante, ya que se desvivieron por mantenerlo dentro de una “razonabilidad” que no cerrara todas las vías de negociación).
Los oportunistas no son la Sociedad Rural, Buzzi y Clarín, que se “prenden” con el objetivo espúreo de llevar agua al molino de sus tironeos intra-burgueses con el gobierno, sino ¡la izquierda!. ¿Identificación especular invertida, dijo alguien? ¿Hacía falta algo más para certificar sin vuelta atrás la plena solidez de la “normalización burguesa”, al punto de que ya ni siquiera se escamotea en los pliegues discursivos? Say no more.
Por supuesto, es una normalización fallida.
Mucho se habló, en su momento, del famoso discurso de Harvard, en el que la presidente argumentó que si fuera cierto que la inflación argentina es superior al 25 %, el país estallaría. Y bien: ahí está. No es, claro, que el país haya exactamente estallado: no hay situación prerrevolucionaria, ni volvió diciembre de 2001 (aunque en cierto sentido se abre potencialmente una situación mejor a la de entonces: ya diremos algo más al respecto).
Pero el gobierno, y las fracciones burguesas que él representa, están en serios problemas. Si el 8-N, por su carácter claramente “gorila” y propatronal, con una base social y unas consignas y demandas –muchas de ellas autocontradictorias- que mayoritariamente correspondían a mezquindades materiales y simbólicas propias de cierta pequeña burguesía “antipolítica” (y es por todo eso que la izquierda no tenía que hacerse presente allí), si el 8-N, decíamos, pudo todavía, con grandes esfuerzos comunicacionales, presentarse como poco más que un picnic (gigantesco, eso sí) de “señoras gordas”, el 20-N es otro cantar. No importa cuál fuera –que la hubo, y es un tema que da para discutir mucho- la utilización que una parte de la burocracia sindical y de la centroizquierda hiciera para sus propios intereses particulares dentro de la política sistémica, la gran protagonista de esa jornada fue la clase obrera , levantando reivindicaciones no sólo legítimas en sí mismas sino que tienden a poner en cuestión la lógica y la orientación del “modelo” (y es por eso que la izquierda sí tenía que hacerse presente allí, asumiendo todos los riesgos de que las operaciones político-mediáticas, especialmente las oficialistas, la presentaran como subordinada a los “sellos” burocrático-políticos –, operaciones, por otra parte, a las que la izquierda ya debería estar acostumbrada-).
Más allá de esas dimensiones materiales, hubo un potencialmente poderoso efecto simbólico: es la primera vez en nueve años que el gobierno (y las fracciones burguesas que él representa, repitamos) se ve confrontado por un paro nacional –bien “piqueteado”, para colmo- del pueblo trabajador que supuestamente es el (“¡principal!”) beneficiario del “modelo”. No es que diversos indicadores no fueran perceptibles desde antes; pero esta vez los “indicadores” salieron juntos y encarnados a bloquear calles y rutas, y eso es un primer impulso hacia el canónico “salto cualitativo”.
No es cosa, pues, de minimizar un importante síntoma de resquebrajadura de la identificación masiva que el gobierno –con mayor o menor sincero autoconvencimiento- creía que esos sectores tenían con él.
Hay que anotar que este quiebre se produce a pesar de que la “macroeconomía” (en el sentido plenamente patronal) aún no registra una gran crisis, e incluso hay todavía algún resto de “colchón” para otorgar módicas concesiones si fuera necesario (quizá a inicios del año próximo se discuta el vergonzoso impuesto al trabajo –es decir, el tributo que los trabajadores deben pagar… para ser explotados- repugnantemente llamado “a las ganancias”): pero, precisamente, cuando en una situación nacional que todavía dista mucho de ser una crisis terminal (ni hablar de la comparación con el sur de Europa) se puede producir un 20-N, tiene que significar que las papas queman mucho más de lo que el “autorrelato” K se imaginaba.
Tiene que significar que las “molestias” que antes sólo se toleraban de mala gana (la inflación, los impuestazos, las misérrimas jubilaciones, las inundaciones, lo que fuera) porque parecían compensadas por los beneficios del modelo ya no lo parecen tanto, y se están volviendo intolerables. Tiene que significar que ya ni siquiera las burocracias sindicales, sean más o menos pro-“K”- alcanzan para contener el agua que empieza a colarse por la grieta en la pared, ensanchando cada vez más el agujero.
Y tiene que significar, en fin, que junto a los límites del “modelo” asoman cada vez más nítidos los límites de las pretensiones “bonapartistas”: cuando las papas queman, no hay lugar para la ilusión de que se las pueda reacomodar cuidadosamente, una por una, para emparejar el calorcito.
El gobierno, por cierto, ha tomado nota.
Incluso de una manera un poquitín “desesperada”.
Como saben los lingüistas y los semiólogos, los tonos discursivos de la enunciación forman parte del sentido de los enunciados.
Ante el 13-S y aún ante el 8-N aún prevalecía el sarcasmo, la socarronería, el “gaste” a los chetos finolis que no pisan el césped.
Ante el 20-N la tonalidad dominante es la rabia, la frustración, la “firmeza” defensiva / reactiva (“A mí no me van a mover con aprietes”), cuando no el reproche plañidero de los padres decepcionados por el nene desobediente (¿cómo ellos nos van a hacer esto a nosotros, que les dimos la vida, que nos sacrificamos por su futuro?).
Y es que la propia composición social mayoritaria del 20-N le quitó al gobierno de debajo de los pies el felpudo “clasemediero” sobre el cual podía ironizar como se hace con un adversario despreciable –se habrá observado que en el relato “pluriclasista” K la única clase que realmente existe es la “media”: es decir, justamente aquella que no es “clase” alguna-. No es nuestra intención seguir practicando psicoanálisis al paso, pero cuesta resistir la tentación de “interpretar” esos brotes de fastidio políticamente, como la bronca, atravesada por la “herida narcisista”, del que empieza a sentir que la posibilidad del “arbitraje” estatal ya empezó a hacer agua (para insistir con las metáforas hidráulicas), y corre el riesgo de que se la tome cada vez menos en serio.
Es por todo lo anterior, y tantas otras cosas que se podrían citar, que nos atrevíamos a decir que la situación –al menos en potencia, o como plataforma de ciertas condiciones de posibilidad- es mejor que la de diciembre del 2001. Tal vez es menos espectacular, menos convulsiva, menos inmediatamente explosiva. Pero está mucho más “estructurada” : la clase obrera está más armada, ha aumentado mucho su presencia en los lugares “fijos” de trabajo, por lo tanto ha aumentado también su presencia sindical (en parte por mérito del propio gobierno, cómo no, aunque sin olvidar que la “informalización” de una fuerza de trabajo superexplotada no ha disminuido). Hay nuevas camadas de obreros jóvenes –y buena porción de los “mayores”- que, después de haber pasado por las jornadas del 2001 / 2002, y se reconozcan o no como “kirchneristas”, ya no se someten tan “automáticamente” a la patronal, a la burocracia sindical o al mismísimo Estado como antes.
Y, a riesgo de ser cargosos, repitamos que el “relato” K ya no les suena tan convincente como en los buenos tiempos del primer Néstor, “a la salida del infierno”: después de casi una década, al fin y al cabo, la reiteración ritual y machacona de los argumentos comparativos (con la dictadura y el menemato, con el delarruismo o el duhaldismo, últimamente con la crisis europea) empieza a sonar como una cantilena abstracta y previsible, tediosa, vacía de sentido, mientras a las masas se les hace cada vez más evidente la asociación del gobierno con el gran capital concentrado (“nacional” tanto como externo: Barrick Gold, Monsanto, etcétera) y su subordinación a la lógica financiera global, más allá de los tironeos de siempre, o de los pataleos de un juez yanqui de cuarta categoría (que por otra parte fue rápidamente “puesto en caja” por sus patrones, lo cual no es un azar, sino una demostración de que hay que contar con el gobierno “K” para el salvataje –si todavía se puede- de las grandes finanzas globales). Las masas, hay que convencerse, viven al día: les importa ante todo lo que les pasa hoy.
En suma: el 20N, como quiera que se lo juzgue, es lo más importante de este último período, porque es un acontecimiento inaugural: se cruzó una raya, aunque sería prematuro decir exactamente hacia dónde.
Pero la cosa se mueve, después de mucho tiempo en que tuvimos que tolerar el mitologema dicotómico según el cual en la Argentina sólo había “K” (= “progresismo”) o “anti-K” (= “derecha”).
El 13S y el 8N, en cambio, no aportaron nada nuevo (salvo quizá, en el segundo caso, el número). ¿El 9D? Fue un acto bien masivo, sin duda es una indicación de que el gobierno sigue contando con numeroso apoyo, aunque no se puede comparar a las otras fechas: fue un acto organizado “desde arriba” por el Estado, con abundante desembolso, y con códigos mucho más “festivos” que militantes, y que además tuvo que cargar con la frustración del sobredimensionado 7D.
Como sobre este último alfanumérico también se omite prolijamente toda pregunta, aclaro: no soy de los que piensan que el asunto “Clarín” carece de importancia, en una época (mundial, y no solo local) en que vivimos sometidos a lo que sin sonrojo podemos denominar fascismo mediático. (Paréntesis más o menos teórico: soy adversario del concepto “medios de comunicación”; aquí me pongo en buen marxista –en todo lo demás soy malo- y elijo decir medios de producción de contenidos ideológicos comunicables. “Medios de comunicación” alude a la esfera de distribución y consumo –es decir, al mercado -, cuando desde el capítulo I de El Capital queda claro que el secreto está en la esfera de la producción -y sus “relaciones de”-.
Ahora bien, ¿estamos bien seguros de que después de tres años de seudoaplicación de la bendita Ley, y aún si se barriera bajo la alfombra a Clarín, hemos afectado en un ápice esa esfera? ¿Lo harán Cristóbal López, Vila-Manzano, Haddad? ¿Podemos decir, con una mano en el corazón, que los medios pro-“K” actúan bajo una lógica radicalmente diferente en la producción de sus “contenidos ideológicos comunicables”?). Retomo: el affaire Clarín puede ser muy importante, pero elegirlos como prácticamente el único blanco (perdón, ahora también está la “corpo” judicial) de las batallas homéricas del gobierno, ¿no es una admisión implícita de que efectivamente hemos alcanzado la plena normalización burguesa (recuerdo al pasar que todos los gobiernos burgueses tuvieron algún problema con los medios, como es lógico; a decir verdad, este fue uno de los que menos problemas tuvo… hasta el 2008)?
En fin, ¿temas pendientes? En cierto sentido, ninguno. Esto es “lo que hay”, como diría mi querido amigo Horacio González. El gobierno no tiene “faltas” que “profundizar”, porque la lógica del “modelo” es esta, y sus “límites” son necesidades de esa lógica de “normalización burguesa”. En otro sentido, por supuesto, está todo «pendiente».
Ese texto disparó la reflexión de Horacio González.
Las grietas lógicas
González
Es evidente que el gobierno es una nave en la tormenta, entre vientos cruzados, mezclando muy diversas porciones de novedades y congojas. Por otro lado, es un gobierno que se halla en el interior de una ya antigua y complicada tradición política: el peronismo. Para muchos, estos son elementos naturalmente descalificadores; para otros esta sería la ventaja que brinda el respaldo de una masa de hechos históricos bien conocida, y aún para los de más allá, entre los que me encuentro, hallaríamos aquí el ámbito de un imprescindible re-examen de lo posible y por lo tanto el de su necesaria superación. No el posibilismo, sino un horizonte abierto de potencialidades. Es lo real mismo, aquello que condiciona y abastece. Cuando llega al fin el límite de lo posible, lo hace con un forzamiento, deja grietas y no una adecuación. Se produce una sensación de vacío o abismo, parecida al diálogo entre la fortuna y la virtú, que puede encontrarse en muchos momentos de las acciones del gobierno.
El acaso y la decisión; también si siempre están presentes, el sentimiento de que “todo es posible” sería abrumador. Vivir así es pesaroso pero no es imposible; muchos declaran fascinante este momento. Pero sin dejar de advertir sus primicias, agregaría algunas cuestiones que parecerían entrar en el rubro de las dificultades.
No se puede decir que el gobierno esté integrado por políticos forjados en diversos ánimos utopistas. Es más bien, en lo visible, un gobierno de tipo neodesarrollista, si caben tales denominaciones. Hereda estilos y acepciones del peronismo clásico, convertido en una contraseña que parece adecuarse exclusivamente a un intercambio de prestaciones en cuya trama y contratrama permanece una gran porción apáticamente difusa, pero muy abarcadora del pueblo argentino. Sería fácil decir que Néstor Kirchner, escapó al destino que ya tenía trazado, el de una carrera lineal y convencional, de intendente a gobernador, en ambos casos con reelección incluida. Pero el acto de escapar al destino, dicen los trágicos antiguos, puede ser el acto que consiga consumarlo, y su momento dorado puede llegar mejor si el esfuerzo por lograrlo se abandona al azar o resulta torpe. Kirchner surgió de esas grietas de la lógica, quizás en un sentido contrario al que quería significar Perón cuando con sus aforismos sobre el “éxito” deseaba señalar que primero al éxito se lo preparaba, luego se lo obtenía y luego se lo explotaba.
No encontraremos ese tipo de razonamiento positivista en Kirchner. Su pasión era la de un hombre poseedor de un sarcasmo aparentemente sin proclamas éticas que se tornaran evidentes. Quienes lo trataron atestiguan de su humor cachador, funcionando como revelación de las secretas ansiedades del interlocutor. No pasan de tres o cuatro las veces que hable con él –sucintamente, por teléfono, en una escalera, un ascensor-, pero me dio la impresión de que era un hombre de reversos ensimismados. Su continuo espíritu burlón era contrapesado por un aire grave, no se si un poco trágico –pero a desgano- desde donde salieron las frases recordables que tenía guardadas desde hace mucho tiempo. Son las frases hoy festejadas y que está demás repetir una vez más. Es probable que no supiera si las recordaría así o de otra manera, o incluso si las iba a poder pronunciar alguna vez, pero ese sentido de custodio de un par de sílabas articuladas que alguna vez tendrían su brecha para emerger, siempre parece haberlo preservado.
Es ridículo que ahora se vea en él un negociante, un comprador de dólares, un especulador inmobiliario. Era un hombre envuelto en una cavidad de época, cauteloso, con no poco de especulativo, pero es preciso marcar la diferencia con tantos políticos que proclaman un tratado kantiano de las éticas, desde el vamos, y luego son inanes o intrascendentes, no pudiendo nunca mostrar en qué situación de riesgo serían realmente partidarios de algún imperativo categórico. Kirchner se propuso de entrada un conjunto de cuestiones o problemas que llamaríamos “la doble razón del kirchnerismo”. He allí, creo, uno de sus núcleos fundantes y también he allí la mayoría de las razones de sus dificultades.
Si se quiere, podríamos llamar a este sistema, o mejor, estilo, como propio de un pragmatismo expiatorio. En muchos casos las decisiones solo se presentan fundadas en razones patrióticas, de justicia social, de un estatismo que recrea el colectivo social, de la manifestación de las voces populares, del interés emancipador de las mayorías, de un neo-latinoamericanismo con ánimos por momentos socializantes, de críticas a la razón capitalista más anómica. De tal modo, se expían viejos males e injusticias, aunque los instrumentos para tal empresa suelen brotar de un arcón previsible de pragmatismos. Pero se presentan de otra manera, con muchos otros nombres. Es porque el kirchnerismo es en este aspecto un utopismo heredado del peronismo, y espera que las agremiaciones sociales y laborales se incluyan en esta perspectiva de acción. No es entonces cuestión de nombres, en la vasta proliferación que ya ha practicado el peronismo. Pero también por eso no son pocas las ocasiones en que este lado vigoroso del kirchnerismo debe lidiar con mucha dificultad con las consecuencias de la ausencia de nociones más críticas sobre el ejercicio real de la política en los partidos políticos realmente existentes. Esto, por un lado. Y por otro, moviéndose de diversas maneras en las prácticas en el ámbito de negocios empresariales –intervención estatal de por medio-, donde a pesar de su contundente acción inicial sobre la ilegítima deuda que pesaba sobre la argentina, y la afirmación de la soberanía política sobre los fondos buitres, el gobierno debe estar necesaria y taxativamente atento a las redes de negocios. Abierto entonces a un mundo de entes de lo real que es algo así como la segunda lengua que acompaña su versión epifánica original.
Y salvo casos que donde se expresa cabalmente la intervención estatal –siguiendo viejas reclamaciones históricas-, se expone a que se pague un fuerte tributo a lo que aquí llamamos la doble razón kirchnerista: criterios de emancipación novedosos y estructuras neodesarrollistas que podríamos asemejar a las que corresponderían al estímulo de una “burguesía nacional”. Pero el concepto, sea cual fuera la amplitud para llenarlo, está en ausencia, simplemente porque no hay ningún grupo de hecho merecedor de ese viejo talismán que desde antaño de las izquierdas nacionales. Queda el gobierno cercano a la “concepción de negocios”, junto a sus otros hemisferios irreversibles e históricos, su valerosa política de derechos humanos y sus repentinos ataques a las corporaciones, que nada parecen tener que ver con la clishé del “clima de negocios”, al que más bien se acusaba en los comienzos de ser el kirchnerismo quién lo alteraba. Cierta vez lo escuché a Kicrhner ironizar sobre esa expresión habitual en los círculos financieros.
Están también los discursos de la Presidenta, salidos de un extraño y sugestivo decir, donde se balancean inéditos desafíos a los poderes y afirmaciones reiteradamente favorables a una clase empresarial que suele recibir beneficios a los que los beneficiarios suelen preferir sin contrapartidas de su parte. Los discursos de la Presidenta son un tema aparte y no tan aparte. Contienen fuertes interpelaciones en variadísimos niveles: coloquialidad directa, metáforas salidas de grandes sobreentendidos de la jerga del cenáculo político (“fierros”) alusiones a conceptos desacostumbrados de cuño académico (“anarcocapitalismo”), y se convierten en fragmentos de intervención simbólica de gran significación.
En un universo político fuertemente cruzado por operaciones mediáticas, la principal de ellas siempre fue la alegada “ilegitimidad” de la Presidenta para hablar de derechos humanos, y la supuesto la ruptura de una “sacralidad” con el tema de los usos de las instalaciones de tortura abandonadas por los represores. El tema de la falsía o la superchería siempre sobrevoló la crítica más dura al kirchnerismo, y en ciertos momentos recrudece. A la luz de la política de derechos humanos realizada, obra de Kirchner con el certero acompañamiento, esencial, de Eduardo Luis Duhalde, resultan banales estos ataques, propios de una producción periodística que conoce mejor su oficio demolicionista que las artes del viejo periodista que sabía dar su opinión con severidad y gracia, sin afectar los mínimos planos de objetividad de una situación. La Presidente responde con ironías directas, en el estilo twiter, los ataques que provienen del Epítome del incesante devastador –en todos sus niveles, grado, posgrado y philosophy doctor-, sin que le falte mordiente sarcasmo a la instancia gubernamental donde salen efectivas ocurrencias como “la Cámara en lo Clarín y en lo Rural”.
No obstante, en ciertas situaciones la Presidenta se ve obligada a salir al ruedo a defender posiciones sobre las que arrecia el fuego cruzado de los grandes medios, los políticos de turno en el espinel siempre con sus antenas ligadas a las más importantes redacciones de las empresas de semiología política, que escuchan lo que allí se dice y hablan para confirmar la pretendida validez de lo que allí se dijo. La “noticia” son los dichos del político que el mismo medio previamente produjo. No creemos estrictamente que el discurso sea una fuerza productiva, pero en cambio sí es válido desplazar el concepto de producción hacia aspectos donde lo comunicacional opera con retóricas fijas que enclaustra temas, lenguajes y énfasis preformativos, convirtiéndolos en praxis retóricas, que son parte de la acción material.
Esta materialidad engloba también aspectos enteros de que antes considerábamos el accionar libre y fijado en la autonomía de su interés social, por parte de los trabajadores. De ahí la dificultad de definir hoy a la clase trabajadora –y más si mi amigo Grüner descubre ahora que debemos hablar de “medios de producción de contenidos ideológicamente comunicables”- pues sin discordar con el concepto, que es el mismo que utilizan los medios de comunicación (haban de producción, contenidos, comunicabilidad, conectividad, etc.; de ellos es esta teoría)- llamo la atención sobre la necesidad entonces de redefinir que cosa sea de aquí en más la clase productora, el sujeto laboral o el obrero en su fábrica. Parece que algún criterio como los promocionados por Tony Negri a partir de ciertos fragmentos de El Capital, como “intellect general”, acaso podría ahora iluminar un terreno donde el productivismo es inmaterial y simbólico, y las relaciones de clase bien podrían tener la materialidad de twitter.
No obstante, queda en este aspecto otra dimensión a examinar, y lo haremos brevemente, pues en verdad, daría para una larga exposición. La Presidenta tiene una noción fuerte y probada de las consignas de su gobierno. Hay una veta nacionalista patriótica, una social popular, otra fuertemente identitaria –el peronismo-, otra tecno-científica, y una más, dominante, la exteriorización de toda clase de valores discursivos en innumerables apariciones públicas. Allí luce su discurso repleto de ramificaciones, alusiones y sobreentendidos, donde definiciones cruciales conviven con observaciones de agudo filo sobre la actualidad más inmediata, no pocas veces alterando el lenguaje severo estatal con chascarillos tomados del vasto repertorio del habla política cotidiana. Un tema nuevo para la reflexión política. Por eso mismo, también es “nuevo” lo que ocurrió en la exEsma. Un asado.
En realidad, es justo mencionar el modo en que se fue elaborando la idea de que el gobierno arrasa con la intangibilidad de los derechos humanos, que eran su “estrella guía”, convirtiendo todo lo relacionado con ellos en materia vil. Ante esto, que es un razonamiento fuera de toda autocontención y sensatez, hay que afirmar lo que parece más que evidente: en vez de desacralizarlo, el predio recuperado de la Esma en un acto dramático, invita a lo que aún no se termina de desbrozar. ¿Qué debe hacerse allí? Dentro de la respuesta que pertenece a Hebe –llevar alegría donde hubo muerte-, caben muchas actividades ligadas a ese razonamiento que invierte reivindicativamente los conceptos del bien y del mal. Pero debo decir que el significante que descubrieron los sabuesos del “periodismo independiente de investigación en lo civil y comercial”, deja una estela de preocupación. No es un tema hasta ahora analizado, y deberíamos destinarles más esfuerzos reflexivos. La connotación asado siempre tiene un aspecto sacrificial, de goce culpable que culmina expiatoriamente en aplausos rituales. Como ceremonia está en el origen de las religiones. Si decimos –como leo hoy en el diario Página 12 en el muy buen artículo de mi amiga Cecilia Sosa, de esta ceremonia casi cósmica donde se juntan la vida y la muerte –y que es una raíz conviviencial de toda sociedad, basada en el hostia como metáfora de un cuerpo ingerido-, que puede convivir la clásica celebración alimentaria argentina con los recuerdos contundentes que flotan alrededor de esos sombríos edificios, acepto la discusión, sobretodo tan bien planteada en ese escrito. Pero agrego que hubiera sido bueno tomarlo como tema previamente, y haberlo previsto en todas sus dimensiones. Está ahí presente, en su poder de crear hondas metáforas que conmueven el espíritu colectivo. Todo gobierno debe pensar el halo de metáforas que deja a su alrededor. Llamarse a esta discusión es mucho más interesante que poner este hecho en el ámbito minusválido de la opinión de una Patricia Bullrich, y rechazar el ahondamiento de un asunto que hace a las mitologías internas del lenguaje, que nos siguen conduciendo a lo aun no hemos descubierto de los años del terror.
Cambiando un poco de tema, y en torno siempre a las dificultades del gobierno. No ha aparecido hasta el momento una ética del desarrollo colectivo que se supere a sí misma no por metas economicistas sino de promoción de la creación de un ámbito de reflexión sobre la existencia liberada. Muchas razones contribuyen a esta deficiencia del país, más grave en las fuerzas de oposición, y si se quiere, en el sindicalismo. La antigua clase trabajadora, en su mayoría peronista, ya no es sujeto ubicable en el sí-mismo de su identidad irrevocable. No está solo la noción de peronismo en discusión aquí. Sino la de clase obrera. ¿Qué es ella hoy? Por donde miremos, vemos ya un apartamiento de las instituciones gremiales del sentido específico que en otras épocas, desde el siglo XIX hasta otras más reciente, tuvo la clase trabajadora como bastidor heterogéneo que obró de referencia para todo el lenguaje político reivindicador. Que ahora se proclamen consignas que merecen apoyo, como la elevación del mínimo al impuesto al salario, o el 82 % móvil, no quiere decir que en su justicia efectiva, no surjan teñidas de la misma razón anfibológica que se le atribuye al kirchnerismo. ¿Dónde ubicar al trabajador, en ese sistema de sobredeterminaciones que implican Moyano, Momo Vanegas, la CGT azul y blanca, y como acopio más ideológico, el CTA de Miceli?
Está ahí toda la carga de opacidad de las derechas, las izquierdas, Clarín, todo conjugado en lo que solo una izquierda ingenua podría creer, respecto a que tales acontecimientos serían mucho más “objetivamente manifestaciones obreras”, que ambiguos actos oscuros, de umbrosa opacidad, con fuertes impactos desestabilizadores. O que en el mejor de los casos, serían la variante póstuma de un entrismo que ya no tiene como protagonistas a Vandor ni a Nahuel Moreno, sino a sindicalistas empresarios (como bien los calificó Miceli alguna vez) y sindicalistas sin capacidad de totalizar una situación tan vasta y compleja como ésta. Así lo veo a Miceli, posee un monolingüismo exaltado, figura de un tipo social de dirigente que hace girar su revolucionarismo, que entendemos legítimo, con aspas que cargan colgajos de todas las ligas hanseáticas sindicales que degradadamente ha aceptado y lo han aceptado a él. No a cualquiera se le dice degradado, pues algunos lo estuvieron siempre, y éste no es el caso de Miceli. Pero la política es una corriente que nos arrastra y a veces nosotros somos esa corriente, y ahora una fuerza superior a las ideologías –la ideología lo sabe, siempre hay esa fuerza de mayorazgo, que también se llama ideología, solo que son de última instancia, no sabidas por sus cultores- lleva a muchos dirigentes alternativos, sui-disant, a convivir con empresarios sindicalistas que influyen entre tantas otras cosas, en la lógica patronal y empresarial del comercio de granos, en el control del sistema de transportes que liquidó al ferrocarril, o en turbias maniobras matonescas bien conocidas. ¿Dónde buscar allí, por que tipo de operación fenomenológica, podríamos despejar la existencia viva de lo que llamábamos la Clase Obrera, que sin embargo está? Soterrada, recubierta de intereses estamentales y con conciencia segmentada, allí está, en el transfondo de los cánticos y blasones, almohadillada de irradiaciones que la aplacan y desfiguran.
No es mejor el panorama del otro lado del puente. Sindicalistas sospechados de haber sido agentes de inteligencia, ortodoxias que se usan como pretexto para una contención ritual de los afiliados, etc. Una vieja apreciación del objetivismo político, decía que la eficacia de estas alianzas no provenía de su contenido ideológico sino de sus efectos reales en el espacio histórico. No es preciso hoy mantener esta noción equívoca. Pregunta La Paco Urondo cuál es el acontecimiento del año. Yo diría: fue el sentimiento extraño y sumamente incómodo de que estamos a punto que las ideas más incisivas sobre el pueblo argentino y la clase obrera se deterioren en medio de esas resquebrajadas representaciones. Quedan afectadas nociones clásicas de la vida política, la de pueblo y la de clase trabajadora. Sobre estas trágicas situaciones, deberá trabajar la razón política. Las heterogéneas manifestaciones de lo popular, son por cierto lo que caracteriza la expresión del pueblo, que no es un hecho macizo sino una apelación interpósita que cada grupo se adjudica en torno a la utopía de una representación. Como se ha dicho, no hay Pueblo-Uno. Hay elaboraciones representativas y proyectos de identidad que se presentan como comprobadamente mayoritarios: en votos, en exhibición de símbolos e identidades, en llamados que crean ámbitos de autoreconocimiento singulares. Eso pasa de varias maneras hoy, o sea, pasa de manera tal que puede desmembrarse de modo irrazonable la noción misma de pueblo, cesando el movimiento de la argamasa que lo crea y recrea constantemente. Apelando al viejo calendario gregoriano y no a criptogramas bizantinos, diríamos que los dos cacerolazos de septiembre y noviembre, contaron con distintas acepciones de lo popular. El primero, volátil, detrás de cortinados, acechante, riesgoso. El segundo, más numeroso, en la vía pública y ocupando buena parte de las adyacencias del obelisco. Había identificaciones, del PRO y otras. Para la idea democrática de pueblo, es más aceptable esta última posibilidad que pone la visibilidad y no las sombras en primer plano, lógicamente favorecedora de la actitud desestabilizante, que es hoy el tono dominante que tiene esta acción de réplica al gobierno.
Luego, los saqueos, cuya discusión sobre sus causas, protagonistas, agentes, inspiradores, activistas, gente con necesidades, gente desatendida, gente con hambre, dealers, barrabravas, grupos policiales, lúmpenes, actos previamente articulados, o sino solamente espontáneos, todo este florecer de interpretaciones suscitó grandes controversias imposibles de resolverse del modo en que se han planteado. Un umbral en el límite de la vida colectiva ha sido cruzado, más allá de planes sociales, de la correcta acción de organismos públicos, esto en la mayoría de los casos, sin que debamos omitir las deficiencias, pero se percibe una incapacidad de llegar a un fondo anímico que de existir, de ninguna manera se tata de la clásica definición de pueblo (ciudadanía más memoria y más vida testimonial) sino de un nuevo tipo de existencia popular, con prolongaciones que llevan a submundos clandestinos y a una ilegalidad micro-económica como nueva fuerza productiva. No se lo resuelve sino con una revisión profunda de las existencias golpeadas, del hilo desgarrado que aun recorre la sociedad argentina y de la reconstrucción de la voluntad social asociativa entre lo popular, lo laboral y lo público.
Ya se me hace larga esta respuesta, que al igual que la de Grüner ha preferido tomar los temas agrupándolos en un solo ámbito: si por un lado, como dije, el gobierno tiene grietas lógicas que permanecen desde su origen, pues de ellas surge, por otro lado, no se decide a nuclear en un único aprisco las decisiones que pertenecen a rangos, tradiciones y lenguajes diferenciados. La veta patriótica debe expresarse tranquila, es una forma de la madura reflexión popular, la sophrosyne, y no de la exaltación de los patanes. La apelación a lo popular no debe dejar de trasuntar la forma en que sigue herido el ámbito del pueblo, no solo los sin trabajo o sin ocupación y estudios estables, aunque estos casos son los que revisten notoria urgencia. La apuesta tecnológica, sumamente necesaria, no puede desequilibrar la gran herencia de las humanidades, desde las que se concibió el país, y todas sus líneas de crítica, acción política y literaria. Se precisa entonces un nuevo equilibrio que de las grietas lógicas del gobierno extraiga renovados motivos de acción. Si YPF, en un gran gesto, pasó a dominio de la administración nacional, no es bueno solo decir que una vez bajo control estatal, la empresa va a hacer un tipo de explotación que en nada modifica a las apuestas de Bridas o Chevron. El capítulo ambientalista está con creces superado por opciones desarrollistas, que según las provincias que tratemos, generan problemas en un plazo no tan largo de tiempo que exige encarar de otra forma las políticas de equilibrio con la naturaleza, que en el fondo es el trabajo: la naturaleza es trabajo considerado en retención desde hace milenios, en el seno de rocas, tierras y cordilleras. No debe ser violentada.
La ley de Medios, es claro, está imbricada con todos estos aspectos que ya llamaría como atinentes a la reconstrucción de la vida justa popular. Y asimismo, de la vida intelectual del país. Aunque la lucha intermediática va suprimiendo ciertos usos de las palabras, y un argumento es llamado así, con que solo consiga anudar un par de chicanas. Una fuerza reconstructiva de la lengua comunicacional es un horizonte que debe ir parejo a lo que al final sería la constitucionalidad entera de la Ley. Luego, habrá que trabajar en otra televisión que no copie modelos que vulneran el ámbito de autoreflexión personal. Mucho hizo en este terreno la televisión pública, Encuentro y en medida menor, otros canales. Pero hay que abrir la imaginación para que la relación sociedad y medios comunicacionales sea otra, totalmente distinta a la que atravesamos: con libertades creativas internas basadas en la historia del arte y de las formas interrogativas más genuinas de la vida popular. Son tan intensas las confrontaciones con Clarín y La Rural –las acompañamos dando razón al gobierno-, que devoran otros ámbitos de trabajo creativo. Hay que explorarlos. El país no puede conformarse, en este plano, con ser una inmensa industria cultural. El a priori de este tipo de industrias debe ser el de que previamente hay obras. Y éstas no se determinan con la lógica industrial. Pero ni estas ni otras encrucijadas quedarán agotadas. Se vive de ellas, se triunfa o se fenece en ellas.
Restituir el sentido de la clase trabajadora argentina, acentuar la sutileza de las presentaciones políticas al margen de los libretos construidos para los medios, supone un esfuerzo para hablar otros idiomas políticos, para no jactarse de alianzas dudosas (las de la oposición, con su corte de milagros y personajes limitados; las del gobierno, tomando lo que ha quedado a mano sin beneficio de inventario) y para reaprender un camino que por obra de su legitimidad puede seguir recorriendo este gobierno. Esta será sin duda la manera menos costosa de proponer, corregir e innovar en tantos terrenos aún inexplorados. Si así no fuera, se verá actuar a una nueva clase política rastacuerista y sumisa, con sus nombres antiguos que bien conocemos pero sin memoria, y la presenciaremos diciendo de muchas maneras, astutas, que vienen con una contrarrevolución (en medio de risotadas), como la gran antítesis a los actos novedosos (que son actos reformistas raros, excesivos, porque no, no siempre preparados para salir a luz, pero abridores de infinitas discusiones) de este gobierno, que en uno de los países más conservadores del mundo, se propuso un conjunto de reformas con la gente en la calle, reformas que debemos seguir defendiendo con voz libre, críticas adecuadas y compromisos que no se inspiren en los banderines que ya han sido flameados, sino en el combate por la historia y la aceptación de que lo agreste de los acontecimientos debe hacernos más y no menos reflexivos.
Las grietas lógicas del kirchnerismo, si son tensiones que no lo hacen inclinar hacia conductas monocordes, pueden seguir actuando, excluyéndose también lo que de ellas, a menudo, se llama bonapartismo. La Presidente lo ha citado como tema de interés histórico. No hay posibilidad alguna que aquí se recree este estilo totalista de una ficción nacional sin grietas, por el tipo de escisión nacional que atravesamos, que entre otras cosas, deja al peronismo como una memoria actuante en la conciencia de un colectivo social extenso, pero a la vez debería inhibirlo como vector de un nuevo reagrupamiento, pues de realizarse nuevamente bajo ese nombre se verificaría un hondo retroceso en la historia argentina. Aquella memoria que mentamos, en cambio, (y me muchos, incluyéndome, resguardamos) debería servir para alimentar un frente social y político con características novedosas, que sepa recoger las vetas sueltas del utopismo nacional, que se acompañe de una profunda discusión en torno al tiempo histórico (que no es el constitucional) y que realice balances no autocomplacientes de lo que en gran medida el gobierno de Cristina ha recorrido. Haciéndolo en medio de vendavales que solo ocurren cuando hay horizontes de cambio en una sociedad. Puedo decir dos cosas más. Es una pena que la izquierda no comprenda esto. Y que ser de izquierda, en gran medida, es comprender esto. Disentir es preciso. Criticar es necesario. Reconocer los frágiles esfuerzos humanos en medio de los combates, es imprescindible. ¿Alguien piensa que miles y miles de personas, provenientes de experiencias políticas diferentes, con capacidad de reflexión y autoexamen, ajenas en lo sustancial a las carreras políticas y muchas veces escépticas sobre los tejidos de palabras que sobrevuelan con rutinarios zumbidos sobre nuestras cabezas, nos hubieran interesado estas ocurrencias y nos hubiéramos nuevamente acercado a adhesiones y confianzas si todo esto hubiera sido o estuviese siendo una cáscara vacía? Indagar sin prejuicios estas estribaciones del espíritu colectivo, me parece, también fue el hecho del año.
– Agencia Paco Urondo