Celebrar el acontecimiento para que hable aquel poeta que manifiesta el habla popular.
Hace varios meses atrás, el escritor salteño nacido en Córdoba, Alejandro Morandini, me confió un ejemplar inédito del libro “El oficio del árbol-Obra periodística de Manuel J. Castilla 1940-1960” para que lo leyera, como una manera de alentar el trabajo de muchos años de investigación y de paso dejar atrás el hecho de que a algunos viejos vinagres les haya parecido propicio el momento para criar moho en el sillón o envalentonarse a la hora de querer sacar la tajada que no les corresponde (intereses mezquinos, bah). El autor premiado por sus “Bestias domésticas” quiere que se lea a Castilla y su más clara intención al realizar este trabajo es la que figura en el título de esta nota y lo que más patente recuerdo cuando me la entregó para marcar su “pulso” (como dice Manuel J. cuando se refiere por ejemplo, al pulso de la ciudad). Morandini tiene en sus manos una obra potable y riquísima que puede ser del interés de muchos que vean en la obra periodística del integrante del grupo La Carpa, una joya de la literatura norteña. Me refiero a literatura porque los textos escritos por Castilla tienen como finalidad exponer una imagen del mundo presente en un momento histórico determinado. Aunque se hable de su obra periodística fundamentalmente volcada en El Intransigente, el discurso castillano se caracteriza por la preeminencia de la función poética del lenguaje que hace hincapié justamente en la construcción de ese discurso, en una cuidada selección y una especial combinación de las palabras.
Ya lo dice el mismo Morandini en su prólogo “Acaso el poeta haya querido que su voz sea como un canto poderoso. Una voz que crece desde el oprobio en el ingenio, en un cañaveral o a orillas de un río barroso; una lengua que se piensa entre pastores de vientos; la misma que es grito y se libera con el carnaval o en el rito de la alegría con el vino. Quizás su poesía, y con ella toda su escritura, yace entre la desolación y el éxtasis, como algo que despierta en el que va de la alegría al llanto y se derrumba en alarido sobre el monte. Palabras volcadas a la vida para reparar la vida, en una celebración sentida como algo más que reminiscencia del paisaje”. Y con respecto al destinatario de sus textos expresa que “Quizás escribe para un lector demorado en la intimidad de su aldea; para lectores ajenos a la velocidad de los acontecimientos, siendo cada uno en mano del poeta, el suceso de la jornada”.
Las páginas que anteceden a la obra castillana fueron elaboradas con un repaso bibliográfico notable que el prologador ofrece acerca del surgimiento de la prensa salteña y hace foco por supuesto, en la creación de un periódico que fue un verdadero reservorio de escribas que dieron notoriedad a la literatura salteña. La fase preliminar está muy bien detallada como para que yo me meta en forzosas síntesis. Pero para bien de los lectores, conviene abrazar algunas ideas marco. Entre ellas, que El Intransigente, fue fundado el 17 de abril de 1920 y uno de sus dueños era David Michel Torino, entre los más notorios líderes radicales de la época, de manera que el diario fue opositor al Régimen Conservador y a los gobiernos desarrollistas y fue referente informativo, más tarde, de la lucha política contra el peronismo. Cuando Castilla se incorporó a su carácter «intransigente», estaban trabajando en ese medio Julio César Luzzatto, Antonio Nella Castro y Julio Díaz Villalba; más tarde llegarían César Perdiguero y Juan Carlos Dávalos. La definitiva incorporación del poeta fue en 1945.
El diario fue clausurado en 1949 por el gobierno nacional y Michel Torino fue preso de 1951 a 1955. En forma clandestina se editan boletines llamados Hojas de lucha de las que participa Manuel J. junto a Walter Cotignola. Mientras tanto, el poeta no dejó de escribir y publicar libros. Cuando cerraron el diario “los testimonios lo ubican al frente de un carro de verduras junto a sus hijos en la plaza luego que la empresa en 1952, no pudiera seguir cubriendo los sueldos al tener sus bienes bajo caución del Estado”– reseña Morandini. (Ver http://www.salta21.com/El-oficio-del-arbol.html).
El Intransigente se reabre el 26 de diciembre de 1956 con colaboradores como Néstor Quintana, Andrés Mendieta y Julio Barbarán Alvarado primeramente; y Miguel Ángel Pérez, Julio Espinoza y Holver Martínez Borelli posteriormente. El Congreso Interamericano de Prensa declaró a David Michel Torino «Héroe de la Libertad de Prensa», quien fallece el 17 de junio de 1960. Martín, su hermano, se hace cargo del periódico por poco tiempo, luego pasa a manos de la Fundación Michel Torino que liquida sus bienes en 1981.
Manuel Castilla participó en revistas culturales como Bolivia, Ángulo, Pirca, Tarja y Zizayán, hizo entregas a La Gaceta de Tucumán, La Nación y La Prensa de Buenos Aires y fue un periodista asalariado de El Intransigente bajo distintos seudónimos como Enigma o El Andariego, o firmó con sus iniciales M. J. C. Por distintas razones y circunstancias, en su escritura influenciaron Raúl Aráoz Anzoátegui, Rafael Villagrán y Juan Carlos Dávalos.
Ilustrando su producción
El universo del poeta gira en torno a su mirada sobre las cosas. Así, describe lugares como Jujuy y el interior de Salta, se refiere al Carnaval de manera recurrente, al calor y a las lluvias de febrero, a personajes que reconoce como parte del paisaje y que algunos son de gran rareza como la Niña de la luna mientras que otros son parte del paisaje de la ciudad como la Ñiña de las trenzas. Su mención a los “pobres” es constante, a la soledad, a la noche, al viento… Describe objetos que observa a los que llena de historia como “Un vaso de vino” y coloca al indio en el lugar de la pobreza y el olvido. Oye la música que brota de tardes grises y hay a veces un fino humor por donde se cuela alguna crítica social a la época. Escribe bajo el encantamiento de lo cotidiano como si en ello hubiese la más inagotable fuente inspiradora.
Una de sus columnas se titula “Papel picado” como la del 7 de noviembre de 1940, allí hay toda ocurrencia poética como “A la fuga de tu risa se prende mi tristeza”, o como la del 15 de noviembre del 40, en que resalta “Cuando de noche marcho por las calles desiertas, se me antoja que voy hacia la muerte”.
Para el poeta existía una “Una ciudad soñada” (16 de marzo de 1941) en la que “Los poetas acaban los lápices escribiéndolos, los pintores su pinceles; los escultores sus buriles y los músicos andan como sonámbulos. Eso sí, por las noches está prohibido recitar versos, lo que ocurre hasta que sale la primera estrella. La noche es para los músicos”.
Cuando habla de un lugar, su textura es de una belleza opaca. Veamos la Viñeta del 17 de agosto de 1942 cuyo título es “Abra Pampa”: “Así deben ser las ciudades del sueño de los condenados a muerte. Con calles vacías llenas de arena y de claridades lechosas. Por esos callejones se puede ir a la muerte o a la gloria. Lo mismo da, después de todo. Allí, las cosas, los deseos, no tienen un sentido definido. Por ahí puede llegarse a la entraña del canto o a la entraña del grito. Ahí en una de esas calles debe haber nacido el primer viento. Por el eso el cielo está en perpetua fuga de estrellas”.
El uso de los recursos literarios no escasea como en “Estampas de Orán” de nuestro cronista viajero, publicado el 15 de julio del 45: “el pulso de Orán es el calor” (…) “Porque Orán es una palabra frutal” (…) “la niña saca gotas de música al piano gris de la tarde”.
Entre mis ahora favoritas notas de Castilla, hay una que sobresale y es “Los indios tenían hambre” (25 de octubre de 1947). La defensa del indio es incuestionable: “Pero luego llegan las otras, las verdaderas. Las dolorosas. Aquellas [noticias] que muestran a los indios – o mejor dicho a los blancos- ensañándose con los aborígenes. (…) las tierras que les pertenecen y que ahora se les quiere regalar. Y recibieron palos, y aquellos balas. (…) el encomendero saca el mejor partido, pese a los libros que edita la Secretaría de Trabajo y Previsión de readaptación indígena, y pese a la justicia social pregonada. (…) Los indios tenían hambre, en el país del trigo y que mata el hambre en toda Europa”. Ya por aquel entonces existía el conflicto por las tierras de los originarios.
Otra de sus destacadas columnas es “El otro mundo de la ciudad” como la del 8 de setiembre de 1948 en la que describe “… la ciudad tiene un mundo extraño, un mundo que está un poco más arriba de los ojos de los transeúntes”, dice el salteño. En la columna se refiere simplemente a la bota y teme que se pierda porque “Cuando ello ocurra, lo niños llorarán la muerte de ‘Pulgarcito’”.
Llama a las mujeres, y esto es anecdótico, “Hijas de Macacha Güemes y Juana Gorriti” en “La mujer en la lucha” (abril del 49).
Un poco de humor en medio del quebranto en la nota titulada “Calor” (24 de febrero de 1949) “(…) este Carnaval, si no suponemos mal, será uno de los más tristes del mundo. Carpa sin cerveza y prohibido el vino, habrá que conformarse con la chicha o aloja, que después de la cerveza, son las bebidas que más tardan en ‘alegrar’”. Creo que la bohemia le aflora por los poros al poeta.
“Y así fue la lluvia de ayer. No hizo bien a nadie, ni siquiera aplacó el polvo de esas calles que la Municipalidad parece creer que pertenecen al Congo” (“Tenía que llover”, viñeta del 6 de marzo de 1949). ¿No les suena actual?
Aparece una Reseña cinematográfica (4 de mayo de 1957) sobre “La Strada, un sugerente film en el Cine Argentino”, reseña que cierra con la valoración “una película con mucha casi dolorosa tristeza”.
En su escritura, relucen términos como “Comida proletaria” que da cuenta de la situación económica de la época. Viñeta del 6 de abril de 1957 titulada “Días para el fuego”: “Y es que se aproxima -si es que no lo tenemos encima ya- el tiempo del locro y del proletario frangollo, aunque al precio que están las cosas ya no hay comida proletaria”.
Vuelve a resurgir el humor con algo muy embarazoso en la Viñeta del 18 de marzo de 1957, “Una serenata”, donde relata que “ahora quien quiera dar una serenata debe munirse de un permiso policial”.
Durante el 56 visitó en el sur la planta de YPF a la que le dedicó varias páginas y el 8 de octubre cierra su crónica diciendo: “(…) allí los hombres de YPF van señalando los derroteros del claro futuro del país”.
El 4 de febrero del 58 escribe la columna –otra de las notables- “Changos de fiesta”. En ella retrata la diferencia entre los pobres que van al Arenales y los que pueden pagar una entrada al balneario: “Niños desnudos chapuceando en las enlodadas aguas. El calor se les entra en la piel como un aguijón, y es en la siesta cuando más les duele (…) Mientras que otros en la piscina municipal estaban resguardados de muchos peligros”. Pero el final es feliz: “la Comuna hízose eco de esta tristeza de la changada, y abolió la tarifa separadora. Desde ahora en adelante, los niños de Salta, todos, dejarán el regazo del río, para adentrarse al corazón seguro del Balneario”.
Estos fragmentos – seleccionados por esta cronista- no son más que la invitación a leer una obra de largas páginas con una multiplicidad de lecturas posibles. Cuando ande por los caminos, el aura de la que habla su recopilador, Alejandro Morandini, completará el ciclo perenne de ese insospechado oficio del árbol.
Alejandro Morandini y El oficio del árbol: “Dejar hablar a Castilla”
Vamo Ale, que nos agarre a todos el amor bárbaro del Carnaval papá !
Alejandro Morandini y El oficio del árbol: “Dejar hablar a Castilla”
Creo que no se ha olvidado a Manuel Castilla. Jamás. Soy testigo como salteño, del modo en que se lo tiene presente, en charlas, tertulias, recitales de poesía. Mas precisamente en medio de la bohemia, en la noche en que se juntan los artistas y recitan sus poemas. Como salteños sabemos perfectamente lo que tenemos. Es uno de nuestros mas queridos poetas. Lo que pasa con Salta es que tenemos muchos poetas, por suerte. Aunque existan pseudos intelectuales que digan que no
Alejandro Morandini y El oficio del árbol: “Dejar hablar a Castilla”
¡Hermosa nota, Romina! Desconocía el trabajo de ese escritor cordobés sobre «el Barba»; trataré de leerlo.
Lamentablemente, la inmediatez y el marketing de los últimos tiempos han hecho mella no solo en nuestro cancionero popular sino también en nuestra cultura toda, y hoy mucha gente, sobre todo las nuevas generaciones, desconocen a hombres como Manuel J. Castilla.
Como lo expresás claramente, este gran poeta y excelente periodista ha sido también un hombre comprometido con su tiempo y tomó partido en la defensa de los sectores mas excluidos de la sociedad.
Yo soy de los miles que disfruté, y disfruto aún hoy, de sus versos musicalizados por el Cuchi Leguizamón y otros grandes compositores, Además leí «Copajira», una verdadera denuncia contra la explotación de los mineros, sobre todo los mineros bolivianos. No solo la copajira -el líquido corrosivo y tóxico derivado del sulfato de cobre- daña y enferma las piernas de los trabajadores en los socavones; también carcomen su espíritu y su sustento diario el magro salario y el destino laboral incierto.
Manuel J. Castilla, un prócer de nuestra identidad cultural.
Alejandro Morandini y El oficio del árbol: “Dejar hablar a Castilla”
Que jugado escribir sobre el ignoto MJ Castilla. Ya era hora que alguien revalorice desinteresadamente a ese olvidado poeta de Salta.