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lunes, noviembre 25, 2024

“No tenemos idea de qué es una política cultural”

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Unas manos con manchas de pintura azul abren la puerta de hierro en la calle Tacuarí en pleno San Telmo. La casona antigua está llena de cuadros. El hombre se sienta en una mesa, cierra los ojos a veces, se toca el cabello y contesta.

Por Fátima Rodríguez– Revista Zoom (8-05-08)

Luis Felipe Noé, Yuyo, fundador del mítico grupo Nueva Figuración, es uno de los artistas plásticos más célebres y, a la vez, más comprometidos de la Argentina.
A pocos días de celebrar sus 75 años (el 26 de mayo), recibe a Revista ZOOM y se prende en una charla por las orillas del arte y la política.

—Hace poco, usted dijo en que Perón era uno de los pintores que más lo había influido en su carrera. ¿A qué se refería?

—Era una broma, una manera de decir… Perón no era artista, ni yo pertenecía a una familia de peronistas, ni yo era peronista. Me impresionó mucho, sí, todo el cambio que significó el peronismo como una etapa de ruptura.

Sin embargo, recién por el año ‘63, después de su caída, me salió el tema, porque me fascinaban las manifestaciones peronistas.

Fui testigo del incendio del Jockey Club, por ejemplo, y tengo un cuadro sobre eso. Estuve en el justo momento en que sacaban un cuadro de Goya y lo tiraban en el fuego.

—¿Y usted estaba participando de la manifestación?

—Yo estaba en la esquina. No había ido a ninguna manifestación peronista, porque mi familia era muy antiperonista y yo era muy joven. En ese momento quedé impresionado, como algo así impresiona cuando uno es joven.

Es decir, creo que tengo una estética, más bien una antiestética, que me la dio toda la convulsión argentina. Si hubiera nacido en otra parte, mi pintura hubiera sido distinta.

—Cuando vivía en el exterior, ¿cambió de alguna manera su manera de pintar?

—No. La única crisis que tuve en torno a un viaje fue cuando fui a Estados Unidos, que por un lado me aceleró todo lo que yo quería exagerar, entonces mis obras fueron instalaciones muy complejas. Era el momento que más hablaba de la asunción del caos. Eso fue en el año 1964.

La primera vez que estuve en Estados Unidos me impresionó la convulsión que había. Era la época de la guerra de Vietnam, el movimiento hippie y el pop art, que estaba resurgiendo. Sin embargo, cuando regresé, si bien seguía todo eso, existía un culto a la cosa muy fría, lo determinante era lo industrial, y yo estaba exactamente en lo contrario. Ellos eran cool y yo era hot. Me conmovió todo aquello. No se sentía la mano del artista en la obra. Eso me llevó a parar durante 9 años. En la primera etapa de ese período buscaba siempre el mismo tema del caos pero a través de espejos planos cóncavos.

El espejo plano cóncavo es un espejo dúctil y ahí encontré que había espejos de plástico que uno los podía mover… No era cuestión de hacer gorda ni flaca a una persona. Se trataba de doblar un poco la curva… Me entretuve unos años con eso. Después tenía nostalgia, empecé a dibujar y a dar clases. Poco a poco, me encontré que estaba pintando a través de los alumnos.

—Su relación con la política argentina, ¿cómo podría describirse?

—Yo fui periodista político un tiempo, cuando dejé de estudiar. Después, siempre he estado como observador y he tomado posiciones muchas veces, pero nunca dentro de la estructura de un partido.

Lo más cerca que estuve de la política fue cuando junto con Ricardo Carpani, León Ferrari e Ignacio Colombres participamos en el orden político desde el hecho de ser artistas.

Cuando llegó Cámpora al gobierno, me tocó estar a cargo de la intervención del departamento de Arte de la Facultad de Filosofía y Letras, hasta que nos sacaron a todos a patadas. Entonces, esa es una aventura que no repetiría…

—¿Hoy ve una relación distinta de los artistas jóvenes con la política con respecto a aquellos tiempos?

—Cuando yo era joven, me molestaba mucho que los viejos hablasen de los jóvenes, pues me parecía que no comprendían nada de nuestra actitud o la deformaban cuando hablaban.

Prefiero no definir a los artistas jóvenes; que ellos hablen de sí mismos. Toda definición de un hombre sobre una generación a la que no pertenece es como una caricatura crítica y no quiero caer en esa estupidez.

—¿Cómo ve la política cultural en el país actualmente?

—Dentro de los límites de lo que se percibe como política cultural, es correcta.

Sin embargo, mi crítica apunta a la base.

En Argentina, no hay la menor idea de qué es política cultural.

Se cree más bien que eso se trata de “la cultura hecha por políticos”. A los escritores y artistas se les da mucha pelota durante las campañas electorales, pero luego “good by, no te conozco” y no hay conciencia de la importancia política que tiene la cultura.

Es curioso: son los dictadores quienes más perciben la importancia de la cultura para dar una imagen del poder. Desde hace siglos.

Sin embargo, la dictadura lleva el problema de que al mismo tiempo que le otorga importancia, por eso mismo la estruja.

En cambio, las democracias no estrujan a la cultura pero no le dan la importancia respecto al poder que pueda tener para dar imagen de un país, la imagen del poder.

Los dictadores o los regímenes absolutistas como el de Luis XIV dieron cuenta de la especial importancia de los artistas. El gobierno necesitaba vestirse con una imagen.

Las dictaduras siempre quieren intervenir en el campo de la cultura en relación a la imagen de su poder, con lo cuál, deshacen el poder de la cultura. También las dictaduras son las que más utilizan el poder que tiene la cultura latente, que no es otro que darle imagen a algo.

Adolf Hitler habría sido un pintor muy mediocre, sin embargo, tenía un sentido de la puesta en escena.

Esto, en cierto modo, era su política. Pero no es necesario ir hasta Hitler para hablar de política cultural.

Por ejemplo, la Revolución Mexicana necesitaba una imagen y los muralistas se la dieron.

No estoy diciendo que los mexicanos estaban en una dictadura. Lo que digo es que México es un país que sabe hacer política cultural a partir de la Revolución Mexicana.

Brasil, por ese mito de la modernidad y la buena diplomacia, también supo de la importancia de la cultura.

En Argentina, sin embargo, tenemos una confusión.

Muchos creen que un embajador cultural nuestro es Maradona. O creemos que el tango, como es lo más conocido es “nuestra imagen cultural”. Con toda la importancia y respeto que uno pueda darle o tenerle al tango, no es así.

Nosotros concentramos la conciencia cultural, la pasamos por el tango y por el fútbol. El resto va por Borges, pero bien que no le dieron pelota antes.

—¿Se refiere a esa situación cuando usted habla de “conflicto de la imagen”?

—En la conciencia de la imagen general, el artista tenía un rol fundamental: le daba rostro a su pueblo, a su cultura, a su sociedad. Había una imago mundi (imagen del mundo) que se anunciaba.

Pero pasaron dos cosas. Por un lado, a partir de la fotografía y los medios de comunicación (cine, televisión, publicidad), la imagen, ya no del artista sino la testimonial, se convirtió en abrumadora.

A comienzos de los años ‘80, un artista publicó un ensayo cuyo título lo dice todo: “Muchas imágenes, ninguna imagen”. Ese es uno de los factores de la crisis de la imagen.

Por otra parte, la pintura desde el romanticismo hasta el arte conceptual atravesó un proceso en el cual fue quitándose cosas, quedó vacía, desnuda, vacía de imagen.

—¿Qué opina del arte digital?

—Muchos hablan de que desaparecerá la pintura y cosas así. Yo no lo veo de ese modo. Toda presencia de imagen (dibujo, grabado) es una forma de ser de la pintura. En la computadora, por ejemplo, uno tiene los elementos “paleta”, “pincel”, “color” para construir un cuadro, pero no tiene paleta ni pincel, ni color, ni cuadro. Es como una forma de ser de la pintura. Todo medio tiene que tomar con la conciencia de ser y no depender de la imagen anterior de otro medio.

Estamos en un momento interesante de asunción de una cantidad de cosas que todavía no se han asumido. Una de ellas es el concepto de red. No se pueden repetir los conceptos de imagen figurativa cuando existe en una red como Internet que es de concepto abstracto.

Yo creo que vivimos cada vez más en un mundo más abstracto.

Siempre ha sido así, en realidad.

Cuando uno dice “Amor” es un concepto abstracto; “Dios” es un concepto abstracto, pero en la actualidad hay una convivencia cada vez más aguda con los conceptos abstractos.

Internet es un concepto de esto que digo, e implica una difusión extraordinaria y un entrecruzamiento de cosas. El otro día vi un artículo sobre relaciones eróticas a través de Internet… Quiero decir: hay un mundo de cosas que se van transformando. Es extraordinario. Creo que no tenemos conciencia clara de todo eso.


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Luis Felipe Noé, nació en Buenos Aires, Argentina, en 1933. Pintor neo expresionista que en 1961 forma parte de la corriente llamada: Nueva Figuración argentina.

Vida

Estudió leyes en la Universidad de Buenos Aires e integró, durante un tiempo, el taller de pintura de Horacio Butler. Su educación artística, por carecer de academia, se le considera fundamentalmente autodidacta.

Su pintura es estimada por la crítica de: fragosa, ornamentada y exuberante, donde el caos es una de las temáticas germinales y favoritas de su lenguaje representativo.

Obra

Ha realizado exhibiciones individuales, de su obra, en prestigiosos museos y galerías internacionales, tales como: Museo Nacional de Bellas Artes, Caracas (1968); Centro de Arte y Comunicación, Buenos Aires (1992); Museo del Palacio Nacional de Bellas Artes, México (1996) y Centro Cultural Borges, Buenos Aires (1998).

Entre las muestras colectivas en las que ha participado sobresalen: Galería Peuser, Buenos Aires (1961); Gemeent Museum, La Haya (1964); Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires (1991), y su intervención en las bienales de La Habana (1984), Sao Paulo (1985) y Mercosur (1997).

Premios

Luis Felipe Noé ha recibido, entre otros, los siguientes galardones : Premio Nacional Di Tella (1963), Beca Guggenheim (1965 y 1966), Premio a la trayectoria artística de la Asociación Argentina de Críticos de Arte (1984), Gran Premio Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires (1997) y Premio Rosario a la trayectoria, Argentina (2000). (Fuente: Wikipedia)

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