Stepan Grytsay sabe ya que el mundo está abierto a su arte.
Salta, martes 30 de abril de 2013. Teatro Provincial. Solista: Stepan Grytsay (violín). Orquesta Sinfónica de Salta. Director Titular Maestro Jorge Lhez. Concierto para violín y orquesta en re menor de Aram Katchaturian (1903-1978). Sinfonía nº 3 op.43 “El Poema Divino” de Alexander Scriabin (1872-1915). Concierto dedicado a cerrar la 37ª edición del Abril Cultural Salteño que organiza todos los años Pro Cultura Salta. Aforo 70%.
Hacen tres años escuché como solista y junto a la sinfónica local, al joven Stepan Grytsay en una página de Pablo Sarasate. La idea que me quedó es que este casi niño, a la sazón tenía catorce años, tenía un futuro brillante. Hoy su virtuosismo es formidable y su desenfado hace que su actitud global aparezca con una llamativa naturalidad. Tocó de memoria una página, ciertamente complicada, con seguridad, temperamento y dominio total de lo que estaba haciendo. Katchaturian escribió este concierto dedicándolo nada menos que al descomunal violinista ruso David Oistrakh quien compuso una bellísima cadenza para el primer movimiento. Tal vez en ese primer movimiento se podría señalar que el volumen sonoro de la orquesta podría haber sido algo menor, pero el maestro Lhez debe haber advertido la circunstancia porque los aires populares del segundo y las explosivas danzas del tercero fueron dichas pensando en lucir al solista que por otra parte merecía esta sutil delicadeza. La pieza muestra la capacidad constructiva del autor en su búsqueda no solo tímbrica, sino además muestra con claridad el empuje rítmico propio de los bailes de su tierra natal. La desbordante aprobación del oyente, decidió a Stepan Grytsay a entregar un largo bis interpretando una espectacular página de su autoría. Stepan sabe ya que el mundo está abierto a su arte.
Los cincuenta y un minutos que dura la Sinfonía nº 3, también llamada “Poema Divino” de Scriabin, son una prueba, un test de concentración para intérpretes y público. En realidad, esto sucede con muchas partituras de la música culta en especial y de otros géneros también. Hay una persona que tiene bajo su responsabilidad esta circunstancia. Este es el director de la orquesta, en este caso, el maestro Jorge Lhez. Sin embargo, a pesar de esta intención no siempre se logra y en este caso, ya hay que pensar en la obra en ejecución. Para explicar esta introducción es básico señalar brevemente algunos aspectos de la personalidad del compositor moscovita Alexander Scriabin. Su concepción mesiánica de la vida hizo que muchas de sus acciones en su corta existencia – apenas cuarenta y tres años – sean de proporciones desmedidas. Por ejemplo su adhesión al movimiento teosófico que pretendía llegar esotéricamente a la “sabiduría divina” mediante el autodesarrollo del espíritu y si para ello había que abrevar en distintas corrientes religiosas, algunas de ellas contrapuestas, no importaba. Seguramente esta reducción no alcanzará a revelar la particular forma del teosofismo, pero sí sirve para pintar el ánimo, el carácter y el objetivo de vida del compositor en cuestión. Su creación musical, muchas veces impecable desde lo teórico, conducía a la manifestación grandiosa plagada de armonías que buscaban el concepto de paradisiaco aún a costa de cierta ingenuidad que le quitaba unidad conceptual al discurso sonoro. Hay en esta sinfonía una mezcla de lirismo, ligados que expresan lo mejor del espíritu humano, furibundos golpes con los que se describe la influencia de Dios ante el hombre.
Para esos años, el egocéntrico Scriabin ya se había separado de su esposa Vera abandonando a sus cuatro hijos, por haberse enamorado de la muy joven Tatiana de Schloezer, a quien dedicaba su producción musical que por otra parte sufrió la influencia de nombres importantes de la época como Liszt o Wagner. Pero también encontró en los atonalismos, elementos de atracción indudable. Esto es como la disonancia. Usada para romper la monotonía de la consonancia, es verdaderamente atractiva, pero una obra íntegramente disonante pesa tanto como una viga de plomo sobre el hombro. Algo parecido ocurre con esta monumental Sinfonía nº 3 que explota por momentos, hasta que llega en otros a la paz del renacimiento. Para el oyente poco avisado, el resultado no siempre es alentador o atractivo y entonces llega la sensación que sus significados aparecen como muy lejanos para ser comprendidos. Justamente los nombres de sus tres movimientos: 1) Lucha 2) Placeres y 3) Juego Divino, seguramente sin intención, plantea estos contrastes no siempre asimilados o entendidos. No es música para escuchar frecuentemente, pero tiene su atractivo aunque sea necesario conocer a priori los elementos que la rodean. La exposición fue buena, no obstante, con un conductor que intentó atrapar la intimidad de Scriabin y lo consiguió con su arte. Así se fue este nuevo Abril Cultural.
– Nota relacionada:
Los «Caprichos» de Stepan Grytsay, un violinista sobresaliente de apenas 14 años
http://www.salta21.com/Los-Caprichos-de-Stepan-Grytsay-un.html