La época es que no se tolera la mentira y el incumplimiento, sobradamente vivida en las campañas anteriores que limpiaban sus palabras con grosera liviandad.
Quien conozca los rudimentos del ajedrez, sabrá que el simulacro de la batalla trebejistas, consta de una apertura, un desarrollo medio y la jugada final para lograr el mate ganador. Propiamente ese es el panorama fotográfico de la escena política, en donde los circunstanciales protagonistas se devanan los sesos para inventar una jugada feliz que cambie las reglas de situación del liderazgo presidencial, ganado con la solvencia de su capacidad e inteligencia.
Indudablemente que la perspectiva del paisaje electoral, muestra a una gigantesca Presidenta que opaca y desluce al resto de los “jugadores”, con su dimensión superlativa. Para usar una jerga adolescente, digamos que “no hay con qué darle”, ya que esta Mujer les sacó varios cuerpos de ventaja a adversarios que se desbarrancaron en la inoperancia y el odio reflejo y a quienes no se les cae una idea constructiva. Al País hay que pensarlo federal y estructuralmente y, sobre todo, con una mirada solidaria/humanística/fraterna/comunitaria e integradora (inclusiva). Los potenciales votantes no son un grupo amorfo que se desplaza mecánicamente de un sufragio a otro; por el contrario, es el pueblo esperanzado en promesas realizables.
Los ciudadanos comunes somos seres confiados en los discursos políticos, en donde no se está descifrando una oculta manipulación y oscuros intereses de clase. Cada hombre común tiene el referente de sus sueños familiares, que piensa en sus hijos/hermanos/sobrinos/ y toda la constelación inmediata de su entorno. El hombre común está más en los sueños inmediatos que en los intrincados intereses partidarios de roscas trasnochadas y especulativas. Piensa, se ilusiona con lo concreto e inmediato, que no es otra cosa que la formación educativa de sus hijos y el futuro de los mismos, siendo conscientes de que estos objetivos van atados al proyecto de País y al modelo social económico diseñado. En este punto no hay alternativas, o se está con lo colectivo o con particularísimas fragmentaciones apretadas a intereses grupales, que forman las especificidades de determinadas clases sociales, aquellas que estuvieron históricamente ligadas a formas tradicionales de dominación. Son las comúnmente reconocidas como clases dominantes y que en este momento social se resisten, bizarramente, a la igualación.
Ingenuos pero no tanto
Este borbotón de ingenuidades atribuidas a los ciudadanos (distinto a los militantes) tiene su límite. Convengamos que el ciudadano de a píe (como suele repetirse) está desbordado por las ilusiones/por las fantasías/ por las quimeras/por las postergaciones y frustraciones repetidas, pero así como se prende en el discurso político, que es su principal canal intercomunicante con los representantes de turno, hoy se vive los tiempos de la certeza: obligación de cumplir algo. Es la época en que el voto se cumple y se ratifica, porque las exigencias cívicas y parlamentarias se refrendan en la realidad y en la acción política. Los electores están más comprometidos con los dichos, que quedan grabados en las redes sociales (en los afiches/paredes) para aflorar ante una evidente desmentida de promesas. La época es que no se tolera la mentira y el incumplimiento, sobradamente vivida en las campañas anteriores que limpiaban sus palabras con grosera liviandad. Aparte, el pueblo ha ganado, ampliamente, como mecanismo de defensa la herramienta de la movilización. Se moviliza contra todos los desatinos.
En nuestra Salta, lo más difícil de quebrar es la conducta prejuiciosa, enraizada en la herencia colonial hispánica del Alto Perú, pero no hay que hundir la memoria en la cultura pre-hispánica para revisar estos prejuicios, con ir a nuestros días alcanza y sobra, como para demostrar y vivenciar los hábitos discriminatorios y descalificante que empañan la vida cotidiana social con los rasgos que generan exclusión y que se encuentran asociados a la pobreza y la marginalidad. En Salta es doblemente difícil ser igual y ello se sostiene y explica en la estructura social prejuiciosa de la comunidad y su resistencia a la aceptación étnica generalizada. Además, la economía pre-industrial predominante fomenta estas subsistencias “salvajes” y rechazantes a la equiparación social. En mi experiencia docente secundaria en la Escuela Técnica, me tocó vivir estas situaciones descalificante, interna y externa, en que en ciertos grupos (por su condición social) había que trabajar con firmeza el tema de la autoestima porque la discriminación hacía estragos. Se llegaba al extremo de abominar el apellido. Huelgan las razones.
El prejuicio implica la elaboración de un juicio u opinión acerca de una persona o situación antes de determinar la preponderancia de la evidencia, o la elaboración de un juicio sin antes tener ninguna experiencia directa o real. Este es el fenómeno socio-antropológico que explica, en Salta, el acérrimo (casi irracional) rechazo a la figura Presidencial, que en algunos casos puntuales se emparenta con lo visceral. “La detesto, la odio, la abomino…” Al solicitar un argumento, una razón se queda en lo reflejo, lo que ocurre que nadie, por esa máscara religiosa que nos embarduna, se atreve a afirmar que la molestia a todo este “maldito” rechazo es la indeseable nivelación. No se soporta que los “negros” pasen a ser un igual en la composición social, pero esto ya es tema del Psicoanálisis y del lenguaje inconsciente.
– NdR: La opinión política del autor no representa la opinión de Salta 21.