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Mahler, Sinfonía nº 2: Inmensamente bella

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Los casi ciento cincuenta músicos, disfrutaron la ejecución.

Salta, viernes 7 de junio de 2013. Teatro Provincial. Solistas: Jaquelina Livieri (soprano). Adriana Mastrángelo (contralto). Coros de Cámara de la Universidad Católica de Salta y de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán. Orquesta Sinfónica de Salta. Director Titular Maestro Jorge W. Lhez. Sinfonía nº 2 “Resurrección” de Gustav Mahler (1860-1911). Aforo 90%.

Me siento tentado a decir en parte lo que ya expresé en mi libro “La música que yo viví” cuando comentaba sobre la poderosa y titánica segunda sinfonía del austríaco Gustav Mahler luego de escucharla en el cierre del Festival de Salzburgo con solistas alemanas, coro y orquesta vieneses conducidas por ese pequeño gigante que es Sir Simon Rattle. Esa versión fue esplendorosa. Por supuesto no tiene sentido y tampoco interesa comparación alguna pues sinceramente la ofrecida por el maestro Lhez y sus dirigidos debe ser considerada una notable interpretación generadora del largo aplauso del público que casi colmó el teatro.

En 1967, el laureado director norteamericano Leonard Bernstein dijo “sólo después de haber experimentado el horror de Auschwitz, los frenéticos bombardeos de Vietnam. Hungría, Suez, la bahía de Cochinos, el asesinato en Dallas, la arrogancia sudafricana, las purgas trotskistas, el poder negro, las brigadas rojas, el cerco árabe a Israel, el macartismo, las carreras de armamentos, sólo después de todo ésto, podemos escuchar la música de Mahler y entender que él, de alguna manera miró el futuro”. Es posible discutir la retórica de Bernstein, sus ideas, su manera de mirar la hasta entonces olvidada producción sinfónica mahleriana, pero lo que no es posible, es quedarse indiferente ante la descomunal dimensión de su edificio sonoro.

La “Resurrección”, nombre de la obra de esta noche, es el resultado de la compleja personalidad y vida del autor, de nacimiento judío convertido al cristianismo. Esta circunstancia no se originó en una necesidad religiosa sino en un concepto estético que finalmente conduce a un discurso y una forma de enfrentar el drama de vivir de un modo simplemente especial, particular, único, que puede ser aprobado o no por su entorno y los que vinieron después, pero que no admite similitudes en el campo artístico del compositor. Su manera de narrar varía entre adjetivos tales como demoledor o de dulce suavidad y en rigor, está inspirada en la inevitabilidad de la muerte y lo que puede haber luego de ella. Es dramática, es cierto, pero también optimista. Se trata de una música de fe y esperanza, expresadas en el argumento de las solistas y el coro mixto que según Mahler debía sonar como si estuviera en el paraíso. Tiene un clima glorioso y sobrecogedor y en ambos casos deja aplastado al oyente en su butaca. Con un agregado que no siempre aparece: los casi ciento cincuenta músicos, disfrutaron la ejecución. Sus crescendos, sus decrescendos, sus acentos, sus glisandos, sus efectos, sus remates percutidos, su fraseo intenso ya no en volumen sino en fuerza expresiva, sus ralenti, son exquisiteces de una fenomenal versión.

Muchas veces dije que los dos elementos más importantes de la música son la afinación y la elección del tempo. En el primer caso, salvo tres o cuatro instantes irrelevantes, el objetivo fue logrado. En el segundo aspecto, la exposición elegida por el maestro Lhez es la que se usa ahora. Una hora veinticuatro minutos es una duración que tiene como meta la demostración más clara posible. Es oportuno comenzar por el conductor. El maestro estuvo técnicamente irreprochable y supo llevar a sus músicos al extremo de conmover casi hasta la humedad ocular del oyente. Optó por el gesto explicativo para los músicos pero también para el público sin descuidar la sonoridad global. Sus pianísmos, sus medios y sus fortes impecables. Me pareció un acierto el fino detalle del coro sentado mientras servía de marco a la solista y luego de pié en los explosivos seis minutos finales. Parecía un consumado director y tal vez ya esté dentro de los grandes límites del espacio en donde éstos se encuentran.

Las solistas. Para ellas, esta obra es temible. No permite el error, ni solas, ni a dúo, ni con el coro de marco sonoro. La rosarina Livieri fue una soprano etérea, estilizada, de afinación perfecta, de buen volumen. La uruguaya Mastrángelo simplemente monumental por donde se la oiga. Ambas son jóvenes y se lucieron todo el tiempo sobre todo en las inflexiones que separan el dolor de la muerte y la esperanza de la resurrección.

La unión del coro tucumano preparado por Mariana Stambole y el local, por el mismo Lhez, fue excelente. Delicado, sutil aunque también vigorosa masa coral que encontró la manera de marcar lo que en ánimo del autor representa el tránsito de la partida hacia el ámbito que Dios propone para después.

Estoy convencido que esta noche se pudo apreciar uno de los mejores trabajos de la sinfónica salteña. Los pasajes solísticos o los masivos, prendidos de la batuta conductora, pulsando o fraseando tenuemente como si fuera un suspiro, hasta llegar a la sonoridad maciza, estremecedora, convincente porque el sombrío inicio, se transforma en una expresión triunfal. Mahler, mucho después, autocriticó su segundo movimiento, un “andante”, pero curiosamente el compás de 3 x 8 en las cuerdas le da un atractivo infrecuente. La base del scherzo, es un motivo que evidentemente fascinaba al autor, una escala descendente de cinco notas, empleada en no pocas de sus obras, en este caso envueltas en fanfarrias poderosas. Previa al “Urlicht” (Luz prístina) la orquesta se diluye en una atmósfera inquieta. En el final, explotan metales y percusión. Los pentagramas ondulan desde la polifonía a bajo volumen hasta gloriosos crescendos, trompetas del Apocalipsis y el coro exulta con la prometida “resurrección”. No sólo no se movió nadie, sino que de pié se premió una muy buena actuación.

1 COMENTARIO

  1. Mahler, Sinfonía nº 2: Inmensamente bella
    Coincido, en general, con su comentario sobre esta sinfonía, Don José Mario, y también sobre el concierto dirigido por el Maestro Lhez. Quiero señalar que, según yo lo veo, el final de la sinfonía es más una profecía que una expresión de esperanza, y obviamente surge de una profunda convicción de Mahler acerca de que el dolor y el sufrimiento tienen sentido, porque conducen a la resurrección… sea ésta como la concibe o no el catolicismo.
    Como coreuta, estoy agradecida de haber tenido la oportunidad de cantar una obra de semejante fuerza espiritual.

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