Hace 21 años que Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia, no lograba trascender del entorno gris y pequeño del kirchnerismo, antes o después de que el matrimonio llegara a la Casa de Gobierno.
El lunes 19, sin embargo, protagonizó un inédito maratón multimediático para proclamar la frase aprendida con la Presidenta: “Jorge Lanata es un sicario. Es un asesino mediático. Está intentando destruir a las personas y asesinar o desaparecer las figuras de Cristina y Néstor. Eso es lo que digo y lo reitero”.
En vivo y ante las cámaras del canal América balbucea, se quiebra, toma agua y no puede contener las lágrimas: “Y este año, el cuarto domingo de octubre es 27 de octubre –día de las elecciones parlamentarias y tercer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner–… ¿Qué es lo que quieren? Que la gente no recuerde a Kirchner como seguramente lo va a recordar… Discúlpeme (vuelve a tomar agua), la verdad es que no tienen perdón”.
Los recientes cinco minutos de fama de Parrilli –mayordomo de la agenda de Cristina y del diálogo con los piqueteros por orden de Carlos Zannini– quisieron ser imitados por otros dos vigilantes del poder cristinista, los operadores de la Rosada Víctor Hugo Morales y Luis D’Elía. Uno relató valientemente, sin temor a un juicio por calumnias, lo que le pasaba con Lanata: “Estamos en presencia del Diablo”. El otro, como otras veces, hizo de policía y publicó en las redes sociales la dirección particular del periodista.
¿A qué venía tanto descontrol en cadena si la Presidenta no había hecho escala en las islas Seychelles para tramitar algún papeleo sucesorio de sus eventuales cuentas en paraísos fiscales? ¿O efectivamente había algo que ocultar y por eso los que siempre callan y secretean ahora insultaban y lloraban por TV? ¿Si se trataba de una simple escala técnica –de dos días o 13 horas–, a qué se debió el desembarco previo al aterrizaje de Cristina en ese paraíso (el lunes 21 de enero) de unos cuantos funcionarios de Presidencia y de Inteligencia? ¿Por qué tanta furia ahora que se insinúa la presencia de Cristina en la ruta del dinero K y no tanta antes cuando el vínculo que se investigaba estaba limitado al del ex presidente con el enriquecido empresario Lázaro Báez?
Después de las dramatizaciones de Parrilli, Morales y D’Elía, la cuenta del gobierno en twitter publicó la frase “gordo chanta”. La Secretaría de Comunicación Pública no la había podido evitar, pero sí justificó luego que dicha cuenta había sido hackeada, igual que el sitio web de la Presidenta. Una rareza del poder tecnológico. Otra inseguridad que no sabría evitar el Ejecutivo.
¿Puede bajarse Cristina en medio de la guerra y aceptar algún armisticio con Clarín? ¿Puede cesar Magnetto su hostigamiento al poder si lleva adelante decenas de causas y acumula amparos para resguardar el patrimonio del holding? ¿Qué haría un próximo gobierno democrático si Clarín levanta la bandera blanca de la rendición? Un poder puso al otro sin posibilidades de escapatoria a ese cruce binario irracional.
– José Antonio Díaz (Noticias)