Estrategia del poder para amansar y domesticar cruelmente a las generaciones.
“Sólo habrá desarrollo humano si creamos las condiciones para que la educación tenga la más influyentes de las palabras”. Elena Teresa José (Filósofa salteña)
El modelo de Turismo permanente, tiene el contrasentido de fomentar una cultura de la inoperancia (ineficacia programada), casi de planificación de la vagancia, sobre todo en las generaciones en edad de población laboral activa. La vagancia no es el ocio, éste se asocia a la creatividad, en tanto que la primera es parte de una anomia social (degradación social), unida estrechamente al pensamiento concreto (opuesto al razonamiento lógico). Cuando hablamos de vagancia estamos aludiendo a una situación social que ha perdido su rumbo careciendo de normas y de la incapacidad de esa sociedad para proveer a sus generaciones vitales de educación (en su sentido más amplio/de proyectos de vida) para lograr metas que permitan a esa sociedad un crecimiento de recursos humanos acorde con las competencias actuales. Es tal el objetivo sometedor de esta cultura posmoderna, que instala en sus generaciones jóvenes, o sea en las generaciones de la reposición, valores horizontales de inmediata expectativa, que toma a lo inmediato como una modalidad referencial y, por supuesto, conducente a una crisis de sentido amplísima.
Enarbolar lo inmediato/lo limítrofe como un ideal, es un camino que conduce, indefectiblemente, a la chatura y a sobrevalorar lo superficial con sociedades de horizontales aspiraciones, entendida como un sinsentido generalizado de la sociedad global. El responsable específico de esta disociación grosera de marcar en un punto futuro la inmediatez (la estrechez/lo cercano) como modelo de vida, lo tiene en este caso inexcusable, el proyectar un país exclusivamente turístico ( y no como idea complementaria) por encima de cualquier emprendimiento económico más serio y de largo alcance. Esta determinación de borrar las chimeneas industriales para apostar al circo mágico, dividió el almanaque laboral anual, en infinidades de feriados programados, intencionalmente, por encima de todo proyecto educativo sistemático, creando un orden social privilegiado en la vagancia turística patética (reducida alarmantemente para pocos privilegiados de la clase media y acomodada pampeana).
Esta circunstancia de baches obligados, no pedidos ni deseados, crea en el largo alcance, un estado de pereza crónico (no sólo físico) que aplaca las iniciativas para hacer algo, e instala una conducta crónica de desidia, negligencia e inercia. Se formaliza una adaptación pasiva a la realidad no midiendo la gravedad, en el tiempo, de esta contaminación social. Se naturaliza la pasividad y sus consecuencias (por ej. ineficiencia, corrupción, adicciones, etc.). Es visible, en contraste, como a la par de estas iniciativas vacacionales de los acomodados, proliferan (en las regiones marginales del N.O.A. las formas clandestinas de supervivencias, muy emparentadas con las adicciones y la marginalidad). Se profundiza la dualidad nacional, de los ricos que festejan y los pobres que lo miran por TV.
Las generaciones bobas
Las generaciones que deben formarse para el reemplazo (para la sustitución) al caer en este escotoma (pérdida de la visión) adquieren fisonomías de bobas y disparan para cualquier lado (por ej, la violencia inexplicable) pero menos que menos para la necesidad del trasvasamiento. Son conductas pasivas funcionales expresamente a los objetivos del poder vigente que quiere masas obedientes y disciplinadas, con la supervivencia de los más aptos. Es una condensación de propósitos de la clase dominante, funcional con sus intereses concretos (quieren sirvientes, no obreros especializados). Con esto quiero decir que la presión a las salidas educativas inmediatas, hasta convertirlas en un fenómeno cultural, no es un hecho fortuito o natural, sino una despiadada estrategia del poder para amansar y domesticar cruelmente (por los resultados finales) a las generaciones que deben actuar como necesarias en la renovación de fuerzas humanas que continúen un estilo de país.
El modelo del País Turístico (en nuestro caso Región turística) es un armado mezquino, contingente, acotado para que sobreviva una minoría y el resto mire los tour pasar su alegría. Este modelo fragmentado y del mínimo denominador, necesita de la inmediatez para justificar sus estrecheces y la progresiva marginación a la que somete. La ausencia de proyectos educativos superiores (terciarios) en estas variables, es una sanción del poder que empuja a sus súbditos a un futuro de empobrecimiento (espiritual) paulatino. Serán generaciones de maleteros, de gondoleros de súper, de quiosqueros de plaza, de vigiladores (no en vano pululan los maxi-quiscos), ya que el país turístico, no enciende intencionalmente ninguna chimenea que pueda subvertir las condiciones de vida sumergentes de una economía reducida. Son tan estrechos los marcos que el poder, inventor de esta fantasía irrelevante, establece, que cualquier intento de subvertir esos cercos ideológicos inexpugnables, toman el cariz de apocalípticos o delincuencial, ya que los códigos dominantes convalidan la panacea turística.
Vencer la cultura de la salida laboral inmediata
Vencer la cultura de la salida laboral forzosa, implica quebrar esta visión estrecha de la realidad, que naturaliza la comodidad de la clase gobernante (y la proliferación de inserción laboral acotada a las reparticiones públicas). Más fácil es promocionar un Hostal que desarrollar políticas económicas de crecimiento industrial, pero esa comodidad dirigencial tiene el sello peligrosísimo de empujar a las generaciones sustitutivas al profundo pozo del espejismo mediático, que refleja una sociedad del no esfuerzo y nada de disciplina (con cursos programados del no-esfuerzo), que no es otra situación que cuando una generación se considera en un callejón sin salida, por no tener las herramientas adecuadas para enfrentar la realidad.