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domingo, noviembre 24, 2024

La excelencia de la Camerata Bariloche

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Con nuevo y muy buen concertino, volvió a Salta la afamada Camerata Bariloche.

Salta, martes 15 de octubre de 2013. Teatro Provincial. Camerata Bariloche. Solistas: Stanimir Todorov (violonchelo) y Freddy Varela Montero (violín). Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791): Una pequeña música nocturna K. 525. Piotr I. Tchaikovsky (1840-1893): Andante Cantabile op. 11 y Nocturno op. 19/4, ambas para violonchelo y orquesta de cuerdas. Franz Schubert (1797-1828): Quartettsatz en do menor D. 703 y Rondó en La mayor D.438 para violín y orquesta de cuerdas. Antonin Dvorak (1841-1904): Dos valses para orquesta de cuerdas del op. 54. Astor Piazzolla (1921-1992): Adios Nonino (arreglo de Fernando Hasaj), Escualo para violín y orquesta de cuerdas y Calambre (ambos arreglos de José Bragato). Cierre de temporada del Mozarteum Argentino Filial Salta.

Dicen que nadie sabe las motivaciones que Mozart tuvo para escribir “Una pequeña música nocturna”, obra que está entre las quince más tocadas del compositor austriaco. Sin embargo pareciera que la escribió rápidamente cuando su mujer Constance Weber le anunció que estaba embarazada de su cuarto hijo, finalmente una nena que llevaría varios nombres entre los cuales, el más importante, era el de su madre. Recuérdese que a la sazón, el matrimonio tenía uno solo pues dos habían muerto a poco de nacer. La “serenata” tiene cuatro movimientos aunque el más conocido es el primero. Tiene delicadeza y gracia en sus diseños melódicos dentro del llamado clasicismo. Allí se comenzó a mostrar la solidez y la calidad de uno de los grupos de cámara mas apreciados de nuestro país.

Luego dos breves páginas para violonchelo solista y grupo de cuerdas de Tchaikovsky donde se lució el notable intérprete búlgaro Stanimir Todorov que curiosamente también le tocó cerrar el ciclo del Mozarteum del año pasado. El compositor ruso puso en la primera obra sensibilidad y dulzura basadas en un “leit motiv” de cuatro notas que repite obsesivamente y en la segunda, un carácter nostálgico donde hubo un breve dúo del solista con el concertino realmente de antología.

La segunda parte comenzó con el “quartettsatz” de vertiginoso inicio aunque pronto ingresa en un terreno dramático. Schubert ya conocía la enfermedad que lo llevaría a su triste futuro. No carece, sin embargo, de melodismo dentro de ese inocultable sentido trágico. Como contrapartida, la Camerata ofreció luego, un festivo “rondó” compuesto anteriormente donde tuvo excepcional brillo su concertino, el joven violinista chileno Freddy Varela Montero, de depurada técnica y energía desbordante acompañado por un “ripieno” adecuado.

Siguieron dos valses de los ocho compuestos por Dvòrak para su opus 54. El primero, vistosamente amable, como si fuera una invitación a la danza y el otro, un dumka valseado, pensativo, melancólico y tradicional de la música popular checa. En ambos casos fue evidente el carácter eslavo que caracteriza a la mayor parte de la música de su nacionalista autor.

Para terminar, Piazzolla. Siempre pensé que los arreglos hechos por José Bragato eran insuperables en las composiciones de este notable músico pero el de esta noche sobre el famoso “Adios Nonino” hecho por el desaparecido ex concertino de la Camerata, el que fuera magnífico violinista Fernando Hasaj, no tiene qué envidiar a nadie. La página, como se sabe, es tierna, nostálgica, pues rememora al padre del compositor. Cerró el concierto el lucido Varela Montero con Escualo (tiburón), en la que el solista mostró no sólo su calidad sino su total comprensión de la música del revolucionario Piazzolla. El aplauso del público de pié, obligó a ejecutar “Calambre” que junto a la página anterior, estuvieron arregladas por Bragato. Tal vez sea repetitivo, pero vale la pena recordar lo que Piazzolla decía de sus creaciones: “No tengo la misma visión del tango que tienen mis detractores. Ellos aún creen en el compadrito o en el farolito. Yo no y por tanto seguiré adelante a pesar de ellos”.

La Camerata se fue dejando la certeza de que sus cambios, su inevitable movilidad social, no hicieron mella alguna en su ya reconocida calidad, cohesión, justeza y musicalidad. Cierre de alto nivel para el Mozarteum local que ofreció una singular temporada.

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